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Joaquín Rábago

Capitalismo rentista

En su último libro, publicado este año en el Reino Unido (The Corruption of Capitalism, Biteback Publishing), el británico Guy Standing lleva a cabo una crítica radical del llamado "capitalismo rentista", que obtiene enormes beneficios de la mera propiedad, y a ser posible monopolística, de toda suerte de activos sin aportar a cambio nada de valor a la sociedad. Los políticos se llenan la boca de palabras como "libertad de mercado" y "libre competencia" cuando en el fondo están ayudando a construir un sistema corrupto que las desmiente y que está cada vez más sesgado a favor de los rentistas y en claro detrimento de las clases trabajadoras, a su vez expuestas de modo creciente a la precarización.

"¿Cómo pueden los políticos mirar a las cámaras de televisión se pregunta Standing y decir que tenemos un sistema de mercado libre cuando las patentes garantizan rentas monopolísticas durante veinte años e impiden que otros compitan (?.), cuando malvenden bienes que nos pertenecen a todos a individuos o empresas a quienes favorecen o cuando Uber, TaskRabbit y otras (plataformas) similares actúan como intermediarias, aprovechándose del trabajo ajeno". Standing describe en su excelente libro el desmantelamiento progresivo de las instituciones y mecanismos políticos y sociales que funcionaron bien durante lo que los franceses llaman los "treinta gloriosos" es decir el boom económico de la posguerra y su progresiva sustitución, acelerada desde la disolución de la URSS, por una nueva arquitectura que beneficia sobre todo a las clases rentistas.

La plutocracia obtiene sus ganancias, nos dice el autor, de la extracción de rentas mediante el recurso a mecanismos diversos como las subvenciones a los ya capitalistas o latifundistas, las exenciones tributarias, los paraísos fiscales, las puertas giratorias entre la política y los negocios o las finanzas y la privatización de servicios públicos y bienes comunes muchas veces impuesta a los países. Privatización de los transportes, de la educación, del agua e incluso del aire que respiramos, que favorece las tendencias monopolistas y que se llevan a cabo muchas veces con el pretexto de un crecimiento de la deuda pública achacable la mayoría de las veces a los recortes de impuestos y a las subvenciones a favor de los ricos.

Si la revolución estadounidense frente a la metrópoli se hizo al grito de "No taxation without representation" ("nada de tributación sin representación"), bajo el nuevo capitalismo global ese lema parece haberse invertido, y cada vez influyen más en el gobierno de los pueblos quienes menos impuestos pagan, si es que pagan alguno. Así, por ejemplo, en Estados Unidos hay registradas más de cien mil fundaciones que financian las campañas de los políticos, ya sean demócratas o republicanos, que tanto da, con dinero desgravado al fisco, y ese tipo de prácticas se extienden cada vez a más países.

No cree tampoco Standing en lo que los británicos llaman eufemísticamente "sharing economy" (economía colaborativa), que tiene muy poco de compartir y mucho de explotación de los "trabajadores autónomos" por simples plataformas digitales que son en realidad "entidades rentistas" que extraen pingües beneficios por lo que no pasa de ser una simple intermediación con ayuda de la más moderna tecnología. En lugar de poner coto a todo eso, que supone una negación de la proclamada libertad de mercado, los gobiernos denuncia Standing se dedican a crear reglas que favorecen esa tendencia y suponen una clara corrupción de la democracia, manipulada por la plutocracia y unos medios de comunicación dominados muchas veces por las elites.

Lejos, sin embargo, de desesperarse por lo que sucede, el autor confía en un fenómeno que ha analizado en libros anteriores, el precariado (El precariado. Una carta de derechos, editorial Capitán Swing), es decir el conjunto de trabajadores que tienen en común la inseguridad económica, la incertidumbre laboral y la pérdida de derechos y de quienes se desentienden cada vez más tanto los políticos como los sindicatos. "El precariado, dice, ha de construir su propio futuro sin esperar que las viejas estructuras lo hagan en su lugar. Esto quedará más claro conforme surjan nuevos partidos que los representen. Aunque no se conseguirá sólo mediante el compromiso con esos partidos políticos".

La nueva "marcha hacia la libertad y la igualdad sólo se logrará mediante la acción colectiva y creando comunidades y redes de subversión a la vez que de consolidación. Y lo más emocionante que ahora sucede es que esas redes están cobrando forma rápidamente", escribe el autor en lo que a uno se le antoja un exceso de optimismo en la capacidad de movilización de cuantos forman parte de ese fenómeno.

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