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Antonio Papell

Rajoy y el vacío constitucional

El espectáculo parlamentario de ayer, que hoy tiene su provisional colofón en una delirante segunda parte, fue patético y en cierto sentido escalofriante. Porque es sencillamente absurdo, como hace el artículo 99 de la carta Magna, obligar a todo el sistema representativo a desarrollar una incómoda e inútil función teatralizada que incluye un programa de gobierno que no podrá aplicarse y un cúmulo de críticas que caerán lógicamente en saco roto pero que destriparán al personaje convertido en figurante principal de colosal pimpampum.

Rajoy estaba obligado por las circunstancias a hacer lo que hizo: desarrollar su oferta programática, enriquecida por el acuerdo con Ciudadanos, y volcar todo el peso de la responsabilidad de lo que ocurra sobre el PSOE, que efectivamente tiene la llave de la situación, pero ni más ni menos que los demás partidos del arco parlamentario. De cualquier modo, Rajoy subió ayer a la tribuna no para conseguir lo que ya se había que no podía lograr sino para evitar el bloqueo político que establece la Constitución, muy preocupada por la estabilidad gubernamental para ello introdujo la moción de censura constructiva pero que no previó que en ciertas situaciones de pluripartidismo podría ser muy complicado cuadrar una mayoría absoluta. Como es bien conocido, hasta que mañana no se celebre la primera votación de investidura después del 26J, no empezará a correr el periodo de dos meses transcurrido el cual el Rey, con el refrendo de la presidenta del Congreso, deberá convocar nuevas elecciones? Y si nadie hubiese aceptado el encargo regio de intentar la investidura, la provisionalidad se hubiera prorrogado ad infinitum, para desesperación del jefe del Estado, atado de pies y manos por el laconismo de la carta magna, y de la ciudadanía en general.

Rajoy ofreció ayer un abanico de pactos, que sin duda contrasta con la dificultad de pactar cualquier cosa en la legislatura pasada, y apeló al sentido de responsabilidad del PSOE pero sin concesiones ni reclamos programáticos seductores: pocas voluntades socialistas atrajo Rajoy con su discurso. En cualquier caso, la suerte estaba echada de antemano: el PSOE insiste en que no es no.

La posición del PSOE puede ser criticada con argumentos evidentes, pero es difícil contrarrestar los que exhibe Sánchez para justificar su actitud: si el Partido Socialista entregase el poder a Rajoy, gran parte de su electorado no entendería su actitud y se indignaría, y la legitimidad de la oposición de izquierdas recaería instantáneamente en Podemos, algo que evidentemente no conviene a los socialistas? pero tampoco a gran parte del resto del arco parlamentario ni parece a los españoles en general. Se podrá decir que, gobernando Rajoy, el PSOE podría condicionar después su política, y este es un elemento muy serio de los colaboracionistas, pero tampoco está claro que, tras el pacto PP-C's, los seis escaños que precisa el PP fueran determinantes durante la legislatura a la hora de fijar los rumbos futuros.

En cualquier caso, el dilema deben resolverlo sus protagonistas, ya que este escribidor, que tiene sus propias ideas, entiende que la opinión política publicada debe dar al lector/ciudadano herramientas para el análisis y no la verdad revelada; lo que sí es indudable es que urge una reforma constitucional que reforme el artículo 99 de la Constitución. Lo lógico sería que la carta magna estableciera un plazo determinado para la formación de gobierno tras las elecciones, transcurrido el cual se proclamase automáticamente presidente del Gobierno al líder del partido o de la coalición habría que estudiar este extremo más votada, que debería gobernar con los apoyos parlamentarios que consiguiese reunir. Porque es siempre mejor un gobierno en minoría que un interminable vacío de poder.

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