Cuando en 1871 Luis Salvador toma la decisión desestacionalizadora de pasar el invierno en Mallorca, Francisco Manuel de los Herreros, quien fuera desde entonces su apoderado en la isla, le brinda la hospitalidad de su casa advirtiéndole de que "todos los hoteles de Palma carecen de toda decencia". L'arxiduc, esclavo de la libertat, declina la oferta y opta por el alquiler vacacional. Así es como se alojará en Can Formiguera, la que fuera propiedad del Comte Mal. Las condiciones del arrendamiento se tramitan por correo ordinario, obviando portales de internet y evitando así el riesgo de caer en las redes del conseller de Turisme, el cargo público Més feliz del planeta. Tras un primer invernaje, el noveno hijo de Maria Antonietta conoce lo bastante la isla de Mallorca como para mostrársela a los mallorquines, quienes descubren por fin su propia geografía, su lengua y su idiosincrasia, y que en la nochevieja de 1910 cometerán el imperdonable error de nombrar a su padre "hijo ilustre de Mallorca". Pueden ustedes descubrir todos los detalles del descubrimiento de baleares en la obra de Juan March Cencillo El archiduque, infinitamente más interesante que cualquier biografía sobre el abuelo del inquilino de Son Galcerán. No olviden pedirle permiso a su televisor.

Nueve años antes del nacimiento de Luis Salvador George Sand y Frederic Chopin, quienes se habían hospedado en Valldemosa optando también por el alquiler vacacional, advirtieron de la extrema oposición entre la belleza del paisaje mallorquín y la del alma de su población indígena, la cual desconocía entonces hasta la nomenclatura de la tierra que ocupaba. Así nace el lema "Disfrute Mallorca evitando a los mallorquines", cada vez más difícil de poner en práctica. Después vinieron muchos otros ilustres, como Robert Graves, Errol Flynn o Camilo José Cela. Todos ellos escribieron pero ninguno se atrevió todavía a alquilar en un plurifamiliar, tal vez advertidos por ese olfato intuitivo del que solo gozan los grandes escritores.

Hasta hoy plataformas puntocom ponían al alcance de cualquier mileurista la práctica del turismo a la vieja usanza, si bien debíamos elegir un hábitat más humilde que la Cartoixa o Son Moragues. El éxito de la iniciativa ha dado tal resultado que los turistas nos planteamos que el número de mallorquines empadronados resulta masivo y encarece los precios del alquiler insular, siendo cada vez más inalcanzable para la mayoría de nosotros. Tal vez ha llegado el momento de vengar al pianista varsoviano, al cual Valldemosa acogió a pesar del ostracismo al que fuera condenado por la ignorancia aborigen. Tal vez ha llegado el momento de recordarles a los mallorquines lo que olvidaron desde que llegó Jaume I a cercenar sus cabezas, que Mallorca no les pertenece, sino que ellos se deben a la isla que pisotean. Tal vez ha llegado el momento de que otras ciudades, que se reconocen universales y no como una propiedad de sus habitantes, apliquen a esos engreídos baleares reciprocidad en el trato, poniendo límite al número de turistas mallorquines que visitan Florencia y diciéndoles en qué hotel se deben hospedar.

* Empresario