Diario de Mallorca

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Durante bastantes años me fui a dormir muy tarde; ya llevo más haciéndolo temprano. Durante muchos veranos escribí un artículo sobre las medusas. Ya llevo tres o cuatro sin hacerlo y tengo un amigo que me lo recuerda y critica por eso. Ya saben: Manuel Vicent escribe su columna anual sobre los toros y yo lo hacía sobre las medusas, con quienes llevo conviviendo media vida en el mismo mar de todos los veranos. Aquí regreso para complacer a mi amigo. Entonces anuncié que ellas, las medusas, serían nuestros talibanes, como anuncié cuando nadie lo conocía en la isla, año 1993 que el poeta Zagajewski sería Nobel. A veces me equivoco en mis previsiones. Las medusas aunque algunas vistan caftán y otras un burka gelatinoso y todas atenten contra nuestra integridad no han sido nuestros talibanes basta ver el desaforado incremento de turistas pese a su presencia y confío no haberme equivocado con Zagajewski, aunque sólo sea por reafirmarme en mi carácter de ocasional pionero literario. ¿Y por qué mezcla usted medusas y escritores?

Porque a veces pasa. Ha ocurrido esta semana en uno de los múltiples viajes exóticos a los que nos tiene acostumbrado Isabel Preysler en su historia de amor con Mario Vargas Llosa. Leí que mientras se bañaban en el mar, el escritor atravesó una nube de medusas diminutas y ni siquiera notó su irritante picada. Ocurre con el amor, que nos anestesia de todos los males y los suplanta con su contrario, pero no fue éste el caso. Por lo visto esas malignas y minúsculas medusas orientales son poseedoras de un veneno de acción diferida. El cuerpo empieza a arder una hora después y eso fue lo que ocurrió con Vargas Llosa, quien, cuando el veneno comenzó a hacer efecto, fue atendido por Preysler contaba la crónica que leí hasta que cesó el devastador escozor y sus irritantes consecuencias.

El suceso me recordó a Evelyn Waugh, cuando todavía no era un adulto chirriante y malhumorado, sino un joven recién salido de Oxford y personaje, sin saberlo, de su futura novela Retorno a Brideshead. Waugh no sabía en ese momento qué hacer con su vida y se consideraba un fracasado. Decidió suicidarse y en esa actitud estética de tantos jóvenes Oxcam de los años treinta, descartó la sangre, los vómitos y otras secreciones. Consideró que la muerte por agua como en el poema de Eliot, La tierra baldía era la más adecuada: ahogado en el mar. Así que una noche se fue a una cala solitaria, se desnudó encontrar su cadáver en calzoncillos rompía su voluntad estetizante y se lanzó al mar. Cuando no llevaba ni media milla nadando algo empezó a picarle en brazos y piernas. Después del picor, la irritación y el escozor hicieron acto de presencia y aumentaron despiadadamente. Lo mismo le sucedió en el pecho y se supone que en las llamadas partes nobles, ésas que también son capaces de provocar alguna que otra acción innoble. Evelyn Waugh, desconcertado, cabreado y dolido, comenzó a chapotear insultando a los bichos causantes de su mal, que, naturalmente, eran medusas. Entonces decidió regresar a tierra. Abortó como dicen en las películas de guerra y espionaje la operación suicidio. Y gracias a esas medusas, tenemos su literatura y con ella hemos podido reír, llorar y disfrutar haciéndolo.

Pero hablamos de medusas como talibanes y la canción de este verano ríanse de Georgie Dann ha sido la saturación turística, la presión demográfica veraniega, la asfixia en nuestras calles, playas y carreteras. Todo esto es así y hay que tenerlo en cuenta (fui de los primeros en alertar sobre el Síndrome Venecia que se nos venía encima), pero los turistas no son nuestras medusas. Es cierto que hay mañanas que paseando entre la masa, dan ganas de sacar la pala matamoscas para ir haciendo sitio, como un faraón de cuarta regional, pero también debemos saber que la sobresaturación que padecemos es el reverso de la guerra. Olvidamos que este asalto en masa que no nos gusta tiene un solo anverso: el terrorismo, la desolación, la crueldad y la guerra: ahí no hay saturación. Hablo del Mediterráneo, pero también de otros paraísos asiáticos abandonados a causa del integrismo. Y no me refiero a ese cinismo economicista de que la desgracia de los demás nos engorda, que es más irritante aún que las medusas. Hablo de que todos vivimos interconectados y a nosotros al menos por ahora nos ha tocado vivir en la cara buena de esa moneda fatídica que al menos por ahora sólo tiene dos caras. O esto o lo otro. Hablo de política y prosperidad, o de política y miseria; hablo de nuestra época. A codazos durante un par de meses, sí, pero sin olvidar que aún estamos en el lado privilegiado recuerde: sólo hay dos lados ahora y que la cultura de la queja es otro lujo de los muchos que tenemos, si nos comparamos con otros países ribereños.

Hace también muchos años, cuando todavía me iba a acostar muy tarde (o muy temprano según se interpretara la hora), el escritor Cristóbal Serra me pasó unas cartas de Gertrude Stein durante su estancia en Mallorca. En El Terreno, concretamente, con su amiga y pareja, Alice B. Toklas. En una de ellas madame Stein describía con preocupación, el vacío del puerto de Palma. En aquel momento, la Primera Guerra Mundial había convertido nuestro puerto en pura fantasmagoría. Sin cargueros, ni cruceros (civilizados, pues las ofensivas moles de ahora no existían todavía). Sin buques de línea apenas; sin viajeros, ni turistas. Recuerdo aquella carta como una estampa de la desolación. ¿Qué diría ahora Gertrude Stein? Tal vez saliera corriendo. Como saldría corriendo de Venecia o de París. Y sin embargo aún viviría en París, aún visitaría Venecia en invierno y aún vendría a Mallorca por primavera. Porque sabría que en otros lugares la vida está echada a perder y no es vida y lo de menos, aquí, son las medusas, sobre las que, por cierto, ya escribía el archiduque Luis Salvador en Somnis d'estiu ran de mar hace más de un siglo.

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