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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Río, 2016

La revolución dorada del deporte español se inició en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 como una cuestión de orgullo nacional. La España democrática...

La revolución dorada del deporte español se inició en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 como una cuestión de orgullo nacional. La España democrática, tras ingresar en el Mercado Común Europeo y en la Alianza Atlántica, buscaba reinventarse como una historia de éxito ante el mundo. Hablo de una historia de éxito y, de hecho, eso es lo que fue el proceso de democratización de nuestro país. Éxito y modernización: dos factores que no siempre van de la mano, pero que en España sí lo hicieron, con todos los matices que queramos. Por supuesto, el contexto internacional ayudó. La caída de la URSS pronosticaba el definitivo triunfo de la democracia; Europa iniciaba, con la puesta en marcha de la moneda común, su proyecto más ambicioso; la persistente Pax Americana parecía dar solidez a un anhelo de prosperidad mundial que se anunciaba imparable. España dejaba de ser un lugar trágico y gris, encerrado en un secular bucle melancólico, para presentarse al mundo con los colores de Joan Miró. De los tonos sombríos de Goya a la alegría esperanzada del pintor catalán afincado en nuestra isla, la metamorfosis española respondía al rostro amable de un país que ya no quería retrasar el reloj de la Historia, sino empezar de nuevo, como los adolescentes que salen ansiosos al encuentro del mundo.

Y en ese nuevo inicio se hallaban, por supuesto, las hazañas deportivas: el Barça de Cruyff y la armada española en Roland Garros, Miguel Indurain y el oro olímpico de Fermín Cacho... Épica del siglo XX, el deporte es una de las bases fundamentales de la propaganda, como sabían entonces muy bien en la URSS y en la Alemania del Este o ahora en China. Los éxitos deportivos reflejan en parte la robustez económica de una nación, pero ofrecen algo más que unos cuantos ceros en la cuenta corriente de los países: una serie de relatos heroicos que actúan como las gestas de antaño. Que el Barça sea más que un club no implica un hecho diferencial catalán, ni mucho menos. El deporte se confunde con el orgullo nacional allí donde reina, que es prácticamente en todo el mundo desarrollado.

Después de unos inicios titubeantes, España ha logrado alcanzar un lugar más que aceptable en el medallero olímpico de Río, destacando por su consistencia el piragüismo. Muy cerca del top ten en la clasificación final de medallas, el relativo éxito español en los deportes todavía lejos de los gigantes europeos prueba que, en un periodo muy breve de tiempo, es posible transformar la textura competitiva de las sociedades. ¿Cómo? Invirtiendo en la cantera, seleccionando a los mejores, contratando a los técnicos más cualificados, facilitando la definitiva profesionalización de los deportistas de elite y compitiendo internacionalmente. Durante estas dos últimas décadas, los resultados han sido bastante satisfactorios.

La ambición deportiva, sin embargo, no nos ha servido para estimular otras ambiciones. La angustia por el número de medallas en los Juegos Olímpicos no va acompañada de una preocupación similar por la falta de premios Nobel el último fue Camilo José Cela y, en Ciencias, deberíamos remontarnos a Ramón y Cajal si tenemos en cuenta que Severo Ochoa trabajaba en un laboratorio americano o por el continuo fracaso de nuestras universidades a la hora de parangonarse con las mejores del mundo. Dedicarse a la investigación en nuestro país continúa siendo un empeño irrealizable o, al menos, una fórmula de precariedad y no precisamente la mejor: las becas sustituyen a los contratos y la fuga de cerebros se da en una única dirección. Un desinterés similar es el que se deduce de los resultados PISA, según los cuales España ha quedado anclada en la cola de la OCDE. Un 40% de tasa de fracaso escolar no representa un motivo de vergüenza nacional; los fracasos deportivos, sí. Hay algo aquí que no acaba de funcionar.

Durante las décadas de los 80 y 90, en España y Europa regía un relato de progreso y de modernización: un ensueño que hizo posible lograr metas que antes parecían inalcanzables. El euro, por ejemplo. Al igual que sucedió en la década de los 60 con la carrera espacial, los grandes objetivos de un país se alimentan de grandes ambiciones. Saber orientarlas y conferirles un sentido constituye uno de los aspectos más nobles de la política. Así en el deporte, la cultura, la ciencia, la educación...

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