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Las trincheras del petróleo

El precio del petróleo ha seguido en los dos últimos años una trayectoria de vértigos y sobresaltos, propia de un mercado en el que influyen más cosas que las leyes de la oferta y la demanda, aunque lo esencial se pueda explicar con ellas. Tal itinerario puede sintetizarse en los siguientes hitos: el barril de crudo superaba los 114 dólares en 2014, antes de iniciar una depresión que tocó fondo a comienzos de este año por debajo de los 28 dólares; remontó después hasta superar los 50 dólares, para luego perder de nuevo un nivel que ahora está otra vez próximo a recuperar (ayer cerró por encima de 48).

El petróleo ha evolucionado así sobre todo por razones de oferta y particularmente por la respuesta comercial de Arabia Saudí, el mayor productor. En un contexto de desaceleración del crecimiento en la demanda (en buena parte por la ralentización del crecimiento chino), Riad no ha dejado de aumentar su producción, que el pasado julio fue de récord (10,67 millones de barriles diarios). El país ha reaccionado bombeando más crudo ante dos acontecimientos que han revolucionado el mercado en este tiempo: el renacimiento del sector petrolífero estadounidense gracias a la tecnología del fracking y, más recientemente, el fin de las sanciones comerciales a Irán, que desde 2012 mutilaban las exportaciones del archienemigo de los saudíes y en cuyo subsuelo están las terceras mayores reservas probadas del planeta.

Arabia Saudí, con costes extractivos extraordinariamente bajos (se habla de siete dólares por barril, si bien la cifra real es secreta) ha apostado por mantener e incluso por aumentar su cuota de mercado, aunque sea a costa de deprimir los precios, desgastar sus ingresos, abrir un boquete en sus cuentas públicas y enfrentarse a otros miembros de la OPEP (Venezuela, Rusia...). Uno de sus objetivos ha sido contener el avance del nuevo crudo de EE UU. Con el barril por debajo de los 70 dólares, la expansión del fracking se ha frenado. Desde 2014, el número de centros extractivos de petróleo y gas natural en EE UU ha pasado de 1.800 a 400 y el sector nacional_ha perdido más de 140.000 empleos. Pero ese nuevo actor del mercado mundial de los hidrocarburos ha venido para quedarse, conserva una producción notable, sigue influyendo en la oferta y tiene capacidad técnica para expandirse si el precio remonta.

El coloso saudí intenta mantener a raya a los productores del petróleo no convencional estadounidense y está librando con las mismas armas (el aumento de producción y los precios bajos) otra batalla del crudo frente a Irán en la que está en juego además la hegemonía geoestratégica en la región. El reino absolutista de la dinastía Saud se mide con el país de los ayatolás mientras intenta reformas económicas pensadas para diversificar y reforzar sus fuentes de ingresos y contener el riesgo de explosión social.

Con ese panorama, los analistas presagian un tiempo largo de petróleo por debajo de los 60 euros que, de cumplirse el pronóstico, mantendría en niveles moderados la factura energética de países sin producción propia como España. Que ocurra así seguirá dependiendo en buena medida (aunque algo menos que antes del fracking estadounidense) de la pugna entre dos regímenes de corte medieval.

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