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Antonio Papell

Persiste el bloqueo sin expectativas

Quienes esperaban que ayer el comité ejecutivo nacional del PP tomase una decisión clara sobre las condiciones de regeneración política y lucha contra la corrupción impuestas por Ciudadanos como requisito para la negociación de su apoyo a la investidura de Rajoy debieron quedarse atónitos tras asistir a una teatralización absurda del enquistamiento de las viejas posiciones de los partidos, todos ellos encastillados en sus posiciones de partida.

Rajoy, quien ya había sorprendido al personal al demorar una semana la respuesta al envite de Ciudadanos, terminó de desconcertar a la audiencia al asegurar ayer que la dirección popular no se había reunido para negociar condición alguna y que lo que le tenga que decir al señor Rivera se lo dirá en privado. Es una manera pintoresca de burlar a Ciudadanos, de manifestar que el PP no tiene nada de qué arrepentirse y de alardear de que no admite tutela alguna en el proceso que haya de conducirle al poder. Quizá Rajoy no se ha percatado aún de que el 26J no obtuvo mayoría absoluta..

Insistentemente, Rajoy trató de trasladar la responsabilidad del problema a Pedro Sánchez, con quien dice que hablará antes de fijar la fecha de la investidura. Minutos después, el líder del PSOE, que se había reunido con el núcleo duro de la ejecutiva socialista y del grupo parlamentario, se ratificaba en su negativa inflexible a apoyar la investidura del presidente del PP, con los argumentos que debe lealtad ética a su electorado y de que la regeneración del partido conservador sólo se producirá en la oposición.

La realidad es que Rajoy, que nos apremia a todos con la evidencia de que el país necesita un gobierno cuanto antes porque a) vamos a hacer el ridículo y b). empezaremos pronto a notar las consecuencias negativas sobre la economía de la provisionalidad actual, insinúa que todo el mundo tiene la obligación de entronizarle a cualquier precio para evitar estas plagas bíblicas que se avecinan.

No entiende Mariano Rajoy que no es plato de gusto para nadie entenderse con una formación política que está siendo acusada como persona jurídica de corrupción y que se dispone a padecer a partir de septiembre el impacto mediático de una serie interminable de vistas públicas correspondientes a procedimientos judiciales abiertos contra docenas de militantes que han protagonizado numerosos casos de corrupción, de ámbito territorial en varias regiones e incluso instalados en el núcleo estatal del partido (el caso Bárcenas, con todas sus ramificaciones). Tampoco entiende Rajoy, al parecer, que con sus exiguos 137 diputados no podrá aprobar una sola ley si no cuenta con la complicidad y el asentimiento de otros partidos, por lo que debe descender de su arrogante pedestal para negociar hasta la última coma de un proyecto político, que con toda seguridad representará la retractación de muchas medidas adoptadas por él mismo en el cuatrienio pasado, en que hizo y deshizo a voluntad. Y es claro que no ha considerado siquiera la posibilidad de que, puesto que el PP actual genera tanto y tan fundamentado rechazo, a lo mejor sería saludable para el partido y edificante para la coyuntura española un cambio de liderazgo que diera paso a una generación incontaminada de políticos populares que nada haya tenido que ver con los casos Gürtel, Acuamed, Brugal, Imelsa, Bárcenas, Cooperación€

En definitiva, es muy penoso que estemos en puertas de unas terceras elecciones, que no necesariamente resolverán por sí solas el bloqueo. Pero en modo alguno puede señalarse al PSOE como responsable de la situación. Es terrible que prosiga una actitud indolente y recelosa con respeto a la corrupción y que ni siquiera se avance en un pacto entre PP y Ciudadanos que, si discurriese por el camino trazado por Rivera, daría un impulso a la solución hoy por hoy más viable. La pelota está en todo caso en el tejado del PP; no de las demás formaciones.

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