La distancia entre Gustavo Bueno y la religión era grande y muy reflexivamente establecida. No creía en Dios ni en el espíritu, porque su razonar le conducía a la materia. Pese a ello, desde el campo del cristianismo somos muchos quienes le admiramos. Cumplía el deber ético del ser humano de buscar la verdad y esa verdad que él iba descubriendo la comunicaba a todos quienes quisieran oírle o leerle. Estaba en las antípodas de tantísimos dirigentes actuales en Occidente, políticos, culturales y sociales, nihilistas por vacío de ideas.

Cierto es que se trataba de un ateo singular. Uno de sus muchos e importantes libros se tituló La fe del ateo; y él solía presentarse como "ateo católico". Tenía un conocimiento profundísimo del tomismo y en general de la religión católica. Cuando un oyente suyo se permitió referirse despectivamente a la escolástica, Gustavo le imputó ignorancia sobre los muy elevados frutos intelectuales que dicho sistema produjo durante siglos. Yo fui invitado a hablar del humanismo cristiano a un congreso que organizó en Gijón con sus seguidores de diferentes partes del mundo, quizá todos ateos; y cuando concluí mi conferencia, la primera intervención de los oyentes fue la del propio Gustavo quien, dirigiéndose a sus discípulos, les dijo que no creyeran que mis tesis eran el resultado de una adaptación de los principios cristianos a las realidades del momento, pues podía asegurar que ya las venía oyendo a la Iglesia desde su juventud, durante lo más oscuro de la dictadura.

Fundó una escuela de materialismo filosófico, que se multiplica con otros grupos magníficos, como un nódulo materialista que, en el Centro Riojano de Madrid, en abril de 2008, nos invitó a él y a mí para debatir acerca de materialismo y espiritualismo; naturalmente él encarnaba la postura materialista y la organización me consideró a mi como espiritualista. Fue un debate de unas tres horas que se subió a la red; y no debió ser muy malo porque el salón estaba lleno y durante el debate solo vi salir a mi mujer que tenía que cambiar el aparcamiento del coche.

Situado en aquel estrado como abanderado del espiritualismo frente a un materialista, hube de comenzar manifestando que el cristianismo no repudia la materia; no cabe confundir la doctrina con las poses "desviadas" de algún militante; ni dejarse llevar por la apologética adversa; ni olvidar que el cristianismo, aun siendo radical no es extremista y distingue entre preceptos generales y caminos de perfección voluntarios, rechazando los intentos recurrentes de dictaduras de la virtud.

Antes al contrario, el cristianismo afirma que la materia ha sido creada por Dios, es divina en su origen; el odio o el desprecio cristiano por la materia es por ello incoherente; tanto más cuanto que Dios eleva la materia hasta su altura, entró personalmente en ella haciéndose hombre, permanece en el pan de la eucaristía, resucitará a los muertos con sus mismos cuerpos e imprime una ley natural en el cosmos, es decir en la materia.

Yo puse esos ejemplos de lo que se en cuestiones religiosas, que no es poco para un laico. Pero entonces Gustavo Bueno, lejos de llevarme la contraria, con su impresionante erudición apuntaló mi tesis con muchos más testimonios de la teología católica en favor de la materia.

La cuestión materia/espíritu no puede ser despachada con superficialidad. No cabe atribuir al cristiano la idea infantil de que el espíritu sea una materia bis, un soplo o un aire interior. Afirmar la existencia de algo inmaterial siempre será costoso, pero creo que negarla no entra en la capacidad cognitiva de los humanos. Y como yo carezco de una definición precisa e indiscutible del espíritu, es fácil que cuando un materialista se declara incompatible con el espíritu, no lo sea con lo que yo entiendo o intuyo como tal.

Los materialistas, cuando con Aristóteles admiten la posible eternidad de la materia, se colocan en la misma frontera de la religión, al menos del panteísmo. Y no dejan de admitir que la materia, en su concreción humana, llega a un punto álgido que es la conciencia, fenómeno sublime aunque esté ligado a la química neuronal. Por lo mismo que Richard Dawkins, con un materialismo mucho menos fino que el de Gustavo, dice que el egoísmo del gen humano llega a segregar altruismo. Y si ello es así, en la lógica materialista, aplicando el viejo principio de que la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, tales puntos superiores de la materia han de subsistir en el cosmos, de algún modo, incluso tras la muerte del hombre que los ha vivido. Esos pensamientos, o sentimientos, en si mismo sublimes y que de algún modo se inmortalizan, poseen caracteres básicos del espíritu cristiano.

Yo no busco sincretismos con el muy potente pensamiento de Gustavo; admito con naturalidad los pensamientos diferentes o antagónicos. Pero tampoco quiero que por pereza o falta de suficiente profundidad se nos coloque en una irreductible incompatibilidad. Dije entonces, sin que Gustavo se mostrara contrario a mi deseo, que por ahí, o por otras vías, podría llegar a producirse una conexión entre materialismo y espiritualismo; siempre que materialistas y espiritualistas, unos y otros, huyamos del simplismo dogmático.

Debo manifestar muy complacido que el materialismo de Gustavo Bueno no era simple ni dogmático. Es conocido el episodio de su discusión con Severo Ochoa, recordado estos días por Javier Neira. Gustavo se opuso, incluso con vehemencia, al materialismo fácil de Ochoa, para quien "todo es química"; si todo fuera química las grandes obras valdrían lo mismo que los textos fatuos.

Y Gustavo Bueno, en su imborrable lección final, nos ha mostrado la materia alcanzando un nivel que podemos calificar de espiritual; tras haber mantenido una fidelidad positiva y constante a Carmen, su mujer, los últimos años incapacitada, cuando su compañera falleció, desoyendo mi ruego y consejo que acaso no llegó a leer, dejó de luchar, se abandonó y en definitiva murió de amor; un sentimiento que quizá para él se ubicaba en las cimas de la materia, pero que para mi, aunque surja de la materia, entra ya en las nieblas del espíritu.

* Exministro de la Presidencia y de Educación en el ejecutivo de Adolfo Suárez (1977-80)