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Matías Vallés

Al Azar

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Gustavo Bueno, no siempre

El peligro de escuchar tempranamente a Gustavo Bueno no radicaba en sucumbir a la fascinación irracional que ejercía su discurso hiperracional

El peligro de escuchar tempranamente a Gustavo Bueno no radicaba en sucumbir a la fascinación irracional que ejercía su discurso hiperracional. El problema es que calculabas que estadísticamente toparías con muchos polemistas a su altura, conforme circularan los años. Y no. La buena noticia es que el pensador mantenía vigente la lucidez pretérita cuando hablaba ya octogenario. La última vez, disertaba con la vehemencia acostumbrada. De pie, sin concederse un segundo de tregua. Siempre original, defendía el olvido como la vía inevitable para la resolución de conflictos. David Rieff, hijo de Susan Sontag y meritorio ensayista, acaba de lanzar su meditado Elogio del olvido tras haber militado en la trinchera de la memoria. La comparación del libro pausado y temeroso, con el oleaje irreversible del catedrático español, no solo define el pensamiento a bofetadas de raíces unamunianas. Expresa ante todo el coraje dialéctico del filósofo fallecido.

"Adonde el pensamiento te lleve" serviría de máxima fundacional de Gustavo Bueno. Sin embargo, no solo estábamos entre la audiencia para escuchar, necesitábamos asistir a sus exhibiciones. La claridad en la expresión, la limpieza en el corte, la contundencia oratoria. Gustavo Bueno, en el mal sentido de la palabra bueno, porque no desaprovechaba la oportunidad de varear al adversario siempre inminente. Filosofaba contra el enemigo y murió de amor a su esposa fallecida en las vísperas. Sin duda, uno de los desenlaces más inadmisibles para un marxista.

El único disidente de España ha muerto a los 91 años. Con Gustavo Bueno, pero no siempre porque costaba seguirlo cuando se convirtió en funambulista de la razón. Es probable que se envenenara de popularidad, pero al hacerse mediático conservó la exigencia de quien difícilmente podría engañarse a sí mismo. Cuesta deslindarlo de un Bergamín o un García Calvo, de los indomables que la academia pretende atemperar. De ahí un dolor que supera a su desaparición personal, para propagarse a la extinción de una especie asistemática. El papel de Gustavo Bueno lo ejerce hoy José Antonio Marina, con lo cual debiera quedar todo dicho.

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