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Las sucesivas elecciones

No voy a aludir únicamente a las políticas que hemos y seguimos padeciendo, porque quiero referirme hoy, a más de esas y por subrayar notables diferencias, a las elecciones obligadas, omnipresentes y que terminan por hacer de nosotros lo que somos; unas meditadas, otras forzadas por la inmediatez y, en cualquier caso, siempre precursoras de las siguientes.

Desde la adolescencia, habrá que optar: por el estudio o trabajar y, en ambos casos, con numerosas posibilidades; el tiempo repartido y cuánto entre actividad profesional o aficiones varias, solo/a o en pareja? Y cada cuatro años (muchos menos ahora) votar a quién y por qué. Todos los candidatos con sus pros y contras, aunque tal vez sea una realidad deseable para evitar fanatismos salvo que se decida pasar de puntillas nueva elección sobre las alternativas y aceptemos cargar con los resultados propiciados por otros. No es aconsejable denostar de nuestro constante emplazamiento a elegir, porque estar constreñidos por la predeterminación nos transformaría en algo parecido a una máquina, de modo que, por humanos y defensores del albedrío, se hace preciso cargar con la incertidumbre, albergar ideas contrapuestas, soportar los traspiés y, como Sor Juana Inés de la Cruz (¡Quién nos lo iba a decir a los que un lejano día optamos, otra elección, por el descreimiento!), tener que confesar, más de una vez, que "En dos partes dividida / tengo el alma en confusión?".

Por resumir, que no estamos locos aunque ignoremos a veces lo que queremos, pese a que la canción de Ketama afirme lo contrario. Que la dubitación va con nuestra idiosincrasia aunque todo tenga un límite, más allá del cual, la diferencia entre dudas y esperpento se difumina y eso, como efecto secundario, nos sitúa en una posición proclive a la ironía sobre los zigzagueos ajenos los políticos y permite decirnos que una cosa es reflexionar antes de decantarse y, otra distinta, la dubitación permanente: el peor de los escenarios para todos. Ahí tienen a Rajoy mirando a diestra y siniestra nunca la frase con más propiedad y sin acertar a decidir si enfatizar sus medias verdades o las medias mentiras para conseguir el eco pretendido; a un Rey sin más función que la de sentarse a escuchar vaguedades e interrogantes que no puede resolver y, al resto de participantes, en la ceremonia del desconcierto: mirándose de reojo, contemplando el propio ombligo o el de sus barones y a la espera de que, en una de esas, la abstención o el no rotundo pudieran mudar y pasar del digo al diego para conformar un distinto panorama que cambie unas perplejidades por otras.

Cierto que elegir es perfilarse por medio de aciertos y errores, pero si a título individual la ineludible dinámica es constructiva e incluso encomiable (pese a admitir que decantarse puede suponer la tristeza de renunciar a lo también querido), el concepto de "elección trágica" acuñado por Isaiah Berlin se adecua sobre todo, y como anillo al dedo, a las vacilaciones de los cabezas de lista respectivos y que, visto lo visto, sólo lo son en sentido ordinal porque, de seso en el coco, poco. Más bien revoltillo de instintos, prejuicios y servidumbres que los inhabilitan para ejercer las funciones que les serían propias y pueden hacer de su elección, cualquiera que ésta sea, una tragedia. Si dudar es también una forma de definirse, la definición en su caso dibuja una inoperancia que no debiéramos echar en saco roto si, tras sus elecciones, apelasen una vez más y de nuevo a las nuestras, urnas mediante.

Transformar el "ha sido así" en "así lo he querido", permite al común de los ciudadanos afirmarse en un proyecto vital y evitar sentirse instrumentalizados por voluntades otras que la suya propia. Sin embargo, lo anterior, incluso admitiendo que en ocasiones pueda suponer tan sólo un mecanismo de defensa, no puede rezar en modo alguno para quienes están presos de corsés, para múltiples actitudes y comportamientos, impuestos por ellos mismos o sus correligionarios. Ataduras que sólo pretenden configurar un marco a la medida de sus intereses, aunque lesione los de esa mayoría que en su día fue convocada para elegir algo distinto que la frustración colectiva, perpetrada con alevosía y al amparo del fariseísmo.

Por lo que a esa caterva política se refiere, el arrepentimiento y la posibilidad de enderezar tanto sinsentido tiene, a diferencia de sus lamentablemente representados, los días contados, sin que en un próximo futuro pueda servir de lenitivo decirse y decirnos que quizá se equivocaron, lo que, por otra parte, no quepa imaginar a tenor de su talante. Elegir es perder y ganar a un tiempo pero, en lo que a ellos respecta, los resultados afectan a demasiados y las ganancias suelen ser la excepción. En consecuencia y de no trascender su egolatría, la memoria colectiva habrá de tomar buena nota para que muchos de los actores llamarlos políticos no pasa de presunción no se vean de nuevo en la oportunidad de poder elegir por nosotros lo que sólo a ellos convenga.

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