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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Decires

Oír o leer lo que dicen los políticos españoles deja mal cuerpo. Tanto por lo que se refiere a la corrección lingüística como en la sobrevenida corrección política; lo que afecta directamente al gremio. Dado que la política es, básicamente, la palabra, ésta nos informa de quiénes son y cuál es la naturaleza profunda de los que la pronuncian. El político de hoy se escuda en ellas para esconderse, busca en ellas refugio ante una realidad que le cuestiona. Consciente de que un mundo inasible y multiforme le está interpelando de forma continuada mediante la tecnología de lo instantáneo, se ve forzado al habla, porque del silencio no se deriva más que la evidencia de la culpa. Y así, los protagonistas de la vida pública oscilan entre la logorrea y el silencio. Cuando comprueban que la ruptura del silencio acarrea perjuicios sin nombre, se repliegan otra vez en él. Un político es algo parecido a un circuito oscilante: habla, calla; habla, calla. Menos Rivera que habla siempre. El ejemplo más representativo es Rajoy. Sabedor de que no da explicaciones convincentes sobre casi nada, se refugia en el plasma o en la rueda de prensa sin preguntas. Al constatar el inevitable fracaso, vuelve a la palabra, y nos regala tautologías estúpidas.

Hablaba la pasada semana de la debilidad intelectual de la dirección socialista en relación al manifiesto exigiendo un gobierno ya, en el que figuraban seis ex ministros del PSOE. Atribuía las declaraciones de Antonio Hernando en relación a dicho documento a una actitud pueril que sólo podía entenderse, bien para hacernos comulgar con ruedas de molino, bien para guiñar un ojo cómplice a los entusiastas más allá de toda razón (¿veis con qué arte nos desembarazamos de las artimañas con las que pretenden cazarnos?). Todos somos conscientes de que un político que hable incorrectamente tiene poco futuro. Lo lógico, por ejemplo, ante una duda gramatical, sería obviar el camino lingüístico iniciado y escoger una sintaxis alternativa y libre de dudas. Nunca asumir el riesgo. Esto en el caso de que exista la duda. En caso contrario, el cerebro concernido no tiene los mecanismos de alerta que una adecuada cultura general procura. Fue así como salté sobresaltado cuando el pasado lunes el mencionado Hernando, requerido a hablar en Al rojo vivo, dijo "denosta", en lugar de "denuesta", tercera persona del presente de indicativo de "denostar". Si ha tenido dudas es un temerario fracasado; si no, un analfabeto.

Otra expresión triunfante durante la semana pasada, correcta gramaticalmente pero presuntamente incorrecta desde el punto de vista político, fue la publicada en Twitter por el omnipresente Pablo Iglesias en conversación con el cuate Monedero. Hacía referencia a la presentadora de TVE Mariló Montero. Y decía: "La azotaría hasta que sangrase". Desde su ex, Carlos Herrera, hasta la misma Mariló, denunciando el caso ante el Instituto de la Mujer y exigiendo la dimisión de Iglesias de todos sus cargos políticos, pasando por todo un corro de indignados, mayoritariamente de derechas, han demandado fuego purificador contra el Savonarola de Vallecas, al estilo del encendido en la plaza Signoria de Florencia en el año del señor de 1498. ¿Merece la frase Mariló, tipazo, taconazos, melenaza? En serio no puede ser. Recordemos algunos momentos sublimes de la presentadora: "La carta de la familia de Asunta la firma un tal Q.E.P.D."; "No está demostrado que el alma no se transmita en un trasplante de órganos"; a propósito del sepelio de Sara Montiel "¿Qué hay dentro de un coche fúnebre?" ¿Es aceptable una broma consistente en la vejación de una mujer? Yo diría que, en privado, cualquier expresión inequívocamente en clave de humor es inseparable de la propia condición humana. El tiempo condicional o el subjuntivo siempre aluden a una situación imaginaria. La clave de su aceptación siempre reside en la correcta interpretación por parte del receptor. En el caso de Iglesias está en su contra el medio utilizado, público y, por tanto, susceptible de ser interpretada en su literalidad. Más aún cuando el interfecto se ha permitido reprochar machismo a alguna periodista que se atrevió a cuestionar actuaciones políticas de su pareja sentimental; o a amedrentar como macho alfa a otra por su abrigo de piel. En un contexto de criminal violencia de género. Lo singular es el silencio de sus compañeras de Podemos, tan revoltosas con la derecha y tan tragaldabas con el macho jefe. ¿Psicópata misógino con parafilias sádicas? No creo. Simplemente el profesor ciclotímico incompetente no sabe distinguir el ámbito público del privado. Todavía más, al decir que Echenique, en relación al pago en negro a su asistente, es un ejemplo de ejercicio moral se está equiparando a Rajoy en cinismo moral. Da de sí el ejemplo de un caradura.

Pero quien da más de sí en estos días asfixiantes, quizá el calor funde las sinapsis neuronales del córtex cerebral, es el presidente, no sé si provisional o en funciones, del Partido Popular en Balears, el exalcalde de Santanyí, Miquel Vidal. Este peso mosca de la derecha mallorquina ha manifestado públicamente el sueldo que cobra, 87.000 euracos, 59.000 del Parlament por su dedicación exclusiva y 28.000 de sobresueldo que cobra del PP, fijado por él mismo. Lo que supone declaración falsa de dedicación exclusiva, pues tal condición en el Parlament supone no tener ingresos adicionales ni públicos ni privados. El tal Vidal, un pájaro de cuenta, que brujulea para sobrevivir del cuento entre los oficialistas de Bauzá y los críticos o regionalistas comandados por ese perdonavidas de la derecha, Biel Company, el que se mofaba en Facebook de Bauzá, su presidente en el Govern, amparándose cobardemente tras el perfil de su mujer en la red social. Pues bien, Vidal defendía su sueldo argumentando que "un camarero o una mujer de la limpieza cobra más". En fin, si Mariló hace reír y consigue un tuit autotóxico de Iglesias, si María Antonieta con su pan y sus brioches desencadena su decapitación, el tal Vidal provoca absoluta indignación; no ya entre camareros y mujeres de la limpieza, sino entre cualquier persona biennacida, sea de izquierdas o de derechas. Y aquí es imposible hablar de texto y contexto, de broma o de seriedad, de lo expreso y lo tácito, de realidad y metáfora. Todos, también los votantes del Partido Popular, han de sentirse profundamente ofendidos por la catadura moral de este sujeto que se dibuja a sí mismo como el paradigma de una clase política parásita y extractiva de la que quisiéramos vernos libres. Hace tiempo, unos periodistas elegían cada año como "tonto contemporáneo" a algún político que había brillado con especial fulgor por sus declaraciones no especialmente atinadas. Vidal oficia de doblemente tonto: por no saber lo que se pesca y por creerse que los tontos somos nosotros.

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