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Victimismo

En un estado de derecho democrático como el español y pocos soberanistas pueden discutir el carácter impecablemente democrático de nuestro régimen, las leyes deben cumplirse, y las infracciones tienen un coste.

Esta evidencia la conocen los voluntariosos independentistas que, guiados por el magisterio impagable de la CUP, están llevando a Cataluña al borde del despeñadero, conscientes sin duda de que su viaje no conduce a parte alguna pero a pesar de todo dispuestos a no transigir con el "estado opresor", el mismo que sus progenitores y maestros contribuyeron a fundar. Hay en esta pertinacia rupturista, seguramente, muchos factores, pero uno de los principales es sin duda el victimismo romántico que aquí aprendieron muchas generaciones en su lucha contra el franquismo. El propio Pujol, fundador de la idea y ahora proscrito por la voracidad financiera familiar, estuvo en las cárceles de Franco, y conocía de primera mano el sabor agridulce del heroísmo, después tan gratificante cuando es elogiado por el cuerpo social. Sin embargo, en un sistema democrático, la transgresión no es heroica en absoluto porque ni existe opresión ni las leyes son arbitrarias: quien las vulnera, desoye el consenso social que las estableció. Y el estado podrá aplicar con tranquilidad las normas sancionadoras porque posee plena legitimidad. Dispónganse, pues, los transgresores dispuestos a convertirse en cabeza de turco a pagar la factura que corresponda, sabiendo eso sí que nadie derramará una lágrima por ellos, ni siquiera sus propios conmilitones.

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