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Jose Jaume

Quien bloquea es Mariano Rajoy

Dice el ministro Guindos que los españoles no entenderíamos que se apartara a Rajoy para propiciar la investidura de un presidente del Gobierno. Cuando un político habla en nombre de todos nosotros es cuestión de tentarse la ropa, pero lo que ayer afirmó el ministro de Economía en la Ser no deja de ser la constatación de que la eventual sustitución de Rajoy por otro candidato del PP puede que sea la única alternativa que le queda a la derecha para retener el gobierno, porque con el presidente en funciones el bloqueo parece garantizado: con Rajoy ninguna de las fuerzas políticas susceptibles de brindar asistencia parlamentaria a los populares irá más allá de la "abstención técnica" (curiosa denominación) que Ciudadanos no ha tenido más remedio que ofrecer. Rajoy es políticamente un apestado: acercarse a su vera es someterse a un inminente peligro de abrasamiento. Solo faltaba que el PP esté a un tris de ser procesado por la destrucción de los discos duros de Bárcenas para que el bloqueo en el que se encuentra el presidente en funciones sea de casi imposible salida. Veremos hasta dónde llega el empecinamiento de Rajoy, quien, al unísono con el PP, blande el derecho que le asiste a ser investido por haber ganado las elecciones. Los populares deliberadamente siguen enmascarando que en una democracia parlamentaria necesariamente no gobierna quien llega primero sino quien es capaz de obtener el respaldo mayoritario de la cámara. Una cuestión tan capital es ninguneada por los populares, obviada por Rajoy, quien considera que se le tienen que regalar los votos que requiere para ser investido sin ofrecer nada sustancial a cambio.

Ese es el estado de la situación; en esos casos es conveniente no perder la perspectiva: 137 diputados, que son los obtenidos por el PP en las elecciones del 26 de junio, no dan para hacerse con la investidura y mucho menos garantizan gobernar. Hacerlo en minoría requiere saltar por encima de los 150 y, además, conseguir el apoyo estable de otro grupo parlamentario. Hasta hoy, cuando se ha cerrado la primera ronda de consultas del jefe del Estado con los portavoces de los grupos representados en la cámara, Rajoy no tiene ni una cosa ni la otra: sigue con sus 137 diputados. Entonces, ¿de verdad no se está abriendo paso en el PP la alternativa de prescindir de Rajoy, agradeciéndole los servicios prestados, para dar con alguien capaz de superar el bloqueo?

No parece que Rajoy esté por facilitar las cosas: se ha encastillado en la cantinela de que es el ganador de las elecciones y en el PP, partido piramidal como ninguno, nadie dispone de la autoridad y el cuajo para decirle que tiene que irse. Rajoy no es un estadista, carece de la fibra que se requiere para ello; es un hombre de partido, un funcionario del aparato, que, colocado por Aznar, fue capaz de sobrevivir a dos derrotas consecutivas para, en 2011, auparse a la presidencia del Gobierno a causa de la debacle del PSOE. Los últimos cuatro años han exhibido las carencias de Mariano Rajoy Brey, además de las servidumbres contraídas con la corrupción de su partido, la que él ha protagonizado, al ser el presidente del mismo. Solo el constante desmoronamiento del PSOE le ha salvado del desahucio. Ahora, dicho queda, viene de ganar las segundas elecciones, pero se topa con que una consistente mayoría de la cámara no lo quiere; es más: no disimula el repudio que siente hacia todo lo que representa, lo que ha hecho que se desate el nerviosismo en el PP, al ver que la euforia con la que fueron acogidos los resultados del 26 de junio no estaba justificada, porque, insistamos en ello, 137 diputados es una cosecha muy escuálida para armar una mayoría parlamentaria susceptible de sostener a un gobierno.

Si se descarta, por empecinamiento, que Rajoy deje paso franco a otro candidato del PP, nos queda o bien la tercera convocatoria de elecciones o que el Rey nuevamente le diga a Pedro Sánchez que se someta a la sesión de investidura. ¿Es una alternativa tan descabellada? En política, inverosímil no hay nada: sucede a menudo que la opción menos factible es la que acaba por adoptarse. Tampoco constituye una anomalía que quien es el segundo o tercer partido en la cámara ocupe el cargo de primer ministro o presidente del gobierno; de lo que se trata es de crear la mayoría parlamentaria que lo posibilite. Europa nos ofrece ejemplos de variada índole: en Dinamarca ganaron las elecciones los socialistas; gobierna un partido de la derecha más dura que llegó en tercera posición en las elecciones. En Austria fueron en su día apeados los socialistas, ganadores de las elecciones, porque los populares pactaron con la extrema derecha. Y en Alemania, en los inicios de la década de los ochenta, un notable canciller socialdemócrata, Helmut Schmidt, fue apeado de la cancillería porque sus socios liberales lo abandonaron apostando por el cristiano demócrata Helmut Kohl, otro sobresaliente canciller federal. En todos los casos fueron las mayorías en las cámaras las que se impusieron. Es la esencia de la democracia parlamentaria.

Estamos viendo cómo PNV y el partido que ha enviado al desván de los trastos inútiles a la Convergència pujolista, después de despachar con el jefe del Estado, con pocas ambigüedades han dejado caer que están en disposición de sostener un gobierno encabezado por Sánchez. Lo mismo dicen los socios periféricos de Podemos. Es, desde luego, una alternativa endiablada, porque para que fructifique, se requiere alguien con no pocas habilidades, al estilo de Pérez Rubalcaba, un político capaz de fraguar consensos impensables, pero que no supo ver cuando correspondía que su tiempo había pasado. Algo de responsabilidad tiene en el descenso a los infiernos del PSOE. Se desconoce si Sánchez es capaz de urdir tamaña coalición de intereses, pero su silencio resulta revelador: nos dice que puede estar dispuesto a volver a intentarlo si consigue neutralizar a la demagoga intrigante que es Susana Díaz.

¿Es un obstáculo la enésima declaración soberanista del Parlamento de Cataluña? No, por dos razones: los independentistas carecen de los votos y de los apoyos internacionales imprescindibles para que lo que acaban de protagonizar sea algo más que unos juegos florales. Lo que ha sucedido es que Puigdemont trata de asegurarse los votos de la CUP para la cuestión de confianza que se vota en septiembre.

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