Diario de Mallorca

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La última idiotez destinada a perder el tiempo se llama Pokémon Go y resulta ser adictiva en extremo digamos viral, de acuerdo con el lenguaje de ahora hasta el extremo de que los diarios hablan de ella. De no ser así dudo que me hubiese enterado siquiera del invento. Mi cultura en términos de videojuegos es nula y ni siquiera sabía que hubiese un Pokémon pre-Go lo bastante extendido como para imponer un acento allí donde las reglas de la gramática lo niegan. Pero el de ahora, el Go, que es el que anda en boca de todos, consiste en ir buscando no sé qué en el mundo con una guía reflejada en la pantalla del teléfono móvil. De tal suerte se logra confundir lo real con lo virtual.

Progresamos. Antes el mayor riesgo en idioteces virtuales consistía en olvidarse de lo que sucede alrededor de uno concentrándose en lo que llega por Internet. Ahora se consigue que una y otra cosa vengan a ser lo mismo, con lo que se alivian las conciencias y se ahorra en el viaje hacia el nirvana. Hace décadas un profesor húngaro de origen y norteamericano de adopción, Roland Fisher, publicó en una revista científica de gran impacto su teoría acerca de cómo en Oriente y en Occidente se alcanza el mismo estado de anulación personal pero por vías distintas: la de la privación sensorial en las culturas orientales; la de atiborrarnos de estimulantes en las nuestras. El profesor Fisher se retiró en sus últimos años en Mallorca y recuerdo sus comentarios jocosos acerca de cómo en la universidad de nuestra isla no le hacía caso nadie. Quizá estuviésemos ya demasiado avanzados en la tarea de alcanzar la negación total.

El Pokémon Go tiene sólo un inconveniente para quienes no ven sino ventajas en la vida imaginaria: el de que a fuerza de ponerse uno a buscar animalitos virtuales, le atropelle un coche de los de verdad. Qué lata eso de que el mundo conserve todavía objetos con masa y velocidad que cumplen al pie de la letra las leyes de Newton; cuánto más fácil, cómodo y útil el poder ampararse en realidades virtuales que disponen un botón de reinicio por si las cosas se tuercen del todo, que suelen torcerse. Pero no desesperemos; todo se andará. Igual en unos años aparece un Pokémon Fetch que se pasee él sólo por las calles y los parques y nos traiga a casa las sensaciones del sol y de la lluvia, a elegir. Entretanto habrá que irse con ojo, sujetando el móvil a lo lejos con la mano lejos, como si se estuviese uno haciendo un selfie, o usando el bastón que facilita la tarea del retrato. Con la virtualidad a un metro de distancia hay más oportunidades de ver si se acerca un camión de los que insisten en atropellarte.

El profesor Fisher se murió hace cosa de veinte años. No creo que imaginase siquiera lo del Pokémon pero fue un verdadero visionario al demostrarnos cómo creyendo que hacemos cada vez más cosas conseguimos encerrarnos en la nada absoluta más trivial.

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