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Antonio Papell

El dilema de Ciudadanos

Ciudadanos y Podemos han irrumpido prácticamente a la vez, y en ocasiones se han retroalimentado el uno al otro, como consecuencia de la crisis o, si se prefiere, de la mala gestión de la crisis por parte de la política convencional. Sin embargo, salvo en esta identidad originaria, no guardan otras semejanzas: Podemos siguió las pautas del populismo latinoamericano hasta la extraña alianza con Izquierda Unida, en tanto Ciudadanos se ha ido perfilando como un partido típicamente centrista, con características clásicas de las formaciones catch all y un ideario a caballo del liberalismo económico y de la socialdemocracia blanda, capaz de aliarse fácilmente con sus vecinos de espectro tanto por babor como por estribor. En la actual coyuntura, Ciudadanos ha sabido además explotar con habilidad un leitmotiv muy atractivo: el de la regeneración de la democracia y la lucha contra la corrupción.

Podemos, por su parte, se ha abierto un hueco en el arco parlamentario, aunque deberá decantar su posición tras el viraje que ha supuesto la deglución de Izquierda Unida y una vez que asimile las confluencias, hoy muy volátiles. Ciudadanos, en cambio, es más inestable, porque con la vigente ley electoral ha de luchar denodadamente contra el voto útil, ya que el voto de centro-derecha, en virtud de la ley d'Hondt, es mucho más productivo si se dirige al PP que a C's (cuesta menos votos un diputado del PP que uno de Ciudadanos). En consecuencia, la supervivencia de Ciudadanos depende de que el PP genere rechazo en una parte de su clientela potencial. A menos, claro, está, que Ciudadanos consiga rápidamente la reforma de la ley electoral, designio en el que coincide con Podemos, ya que la normativa vigente fue ideada precisamente para consolidar el bipartidismo imperfecto que hemos tenido hasta ahora, y al que volveríamos seguramente si no se rectificasen las reglas de juego.

En la actual circunstancia, Ciudadanos, hoy esencial para la formación de una mayoría de gobierno de centro-derecha, tiene ante sí una gran oportunidad de consolidarse, aunque también naturalmente se enfrenta con el riesgo de no lograrlo, lo que podría conducirle a la irrelevancia. Su colaboración con el PP requiere decisiones delicadas, ya que tanto la coalición como el apoyo desde fuera (que incluye la abstención en la investidura de Rajoy) tiene pros y contras.

Por una parte, la coalición sólo sería imaginable si Rajoy se decidiese a llevar a cabo una renovación profunda de su partido, que alejase definitivamente todo rastro de connivencia con la corrupción. Y si el PP brindase a su socio una oportunidad de lucimiento y un conjunto de concesiones ideológicas incluso la reforma de la ley electoral y la puesta en marcha de una reforma constitucional que consolidaran la opción de Albert Rivera.

Por otra parte, la fórmula que parece preferir actualmente Ciudadanos (abstención en la investidura y negociación sucesiva de los asuntos corrientes para asegurar desde fuera la gobernabilidad) no parece viable. Un gobierno con 137 escaños que haya de buscar a cada paso el apoyo preciso para materializar cada decisión no es eficiente ni emprendería las reformas precisas ni podría mantener atinadamente un día a día rectilíneo.

Rivera tiene, en definitiva, que madurar la cuestión para afianzarse de la mejor manera posible, pero ya puede decirse que será muy difícil que lo logre rehuyendo la implicación en el gobierno cuando es evidente que éste no podrá dar un paso sin su ayuda. Ya se sabe que ingresar en un ejecutivo presidido por Rajoy puede acabar siendo una especie de abrazo del oso, pero aunque dentro del gobierno puede achicharrarse, fuera de él podría morir de congelación.

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