La sociedad de Francia, y con ella toda la occidental, ha vuelto a ser muy duramente golpeada por la barbarie terrorista. El método ha sido nuevo esta vez: un camión irrumpió en la noche del jueves, en plena celebración de la fiesta nacional francesa, en el paseo marítimo de Niza, el popular Paseo de los Ingleses, y causó la muerte de más de 80 personas y un número considerable de heridos. El conductor, que fue abatido por la policía, era un joven francés de origen tunecino que las autoridades han calificado de "delincuente de poca monta". Pero causó una gran masacre y volvió a sembrar el terror.

Esa es la primera pregunta, porqué jóvenes franceses o belgas se radicalizan hasta el extremo de convertirse en terroristas sin respeto por su vida ni la de los demás y aplican nuevos métodos para instalar la destrucción y el dolor. Es la misma pregunta que se hacía el cónsul de Francia en Palma, Michel Magnier, tras el acto de solidaridad y repulsa convocado por los autoridades de Balears ante el Consolat de Mar, el viernes.

Pero el mismo representante diplomático también afirmaba que "seguiremos viviendo y sonriendo" porque forma parte de nuestros valores y de nuestra forma de ser. La interpretación de la delicada situación actual, tras el atentado de Niza, debe hacerse desde estos parámetros, la disección de las causas que lo han ocasionado, que no justificado, y la salvaguarda de los valores occidentales de libertad, democracia y protección de la vida humana. El presidente Hollande también ha dicho que Francia es un país fuerte y se mantendrá firme en la lucha contra el terrorismo.

No queda más remedio que asumir la realidad, por incomprensible y dura que ésta sea. Sin renunciar a la solidaridad con las víctimas y sus allegados, hay que saber hacerlo, además, con la prudencia necesaria y la cabeza fría. Sin alarmismos y cuidando de que la sucesión de masacres no abra caminos de xenofobia o rechazo a colectivos de inmigrantes. En este apartado, para prevenir una mayor desestructuración social, sería recomendable un mayor grado de implicación de líderes o representantes islámicos por lo que respecta al rechazo absoluto del terrorismo y el respeto a la pluralidad cultural y religiosa.

Pese a las medidas de prevención adoptadas y a los niveles de alerta establecidos, el atentando de Niza confirma, por desgracia, que la vulnerabilidad permanece y que los terroristas también son oportunistas. Atacan en el lugar más sensible en el momento que consideran idóneo. Ahora lo han hecho en la Costa Azul en plena temporada turística y en el día de la fiesta nacional de Francia. Han elegido un lugar simbólico por la histórica presencia de turismo inglés de alto nivel, lo cual implica, de alguna manera, atacar a dos de las naciones que mantienen la lucha contra los grupos yihadistas más radicales. Un atentado en un enclave vacacional lo es contra las personas, pero también contra los legítimos intereses económicos.

Al terrorismo hay que contrarrestarlo desde la prevención y la vigilancia, desde la búsqueda de las causas que lo hacen brotar y, por supuesto, desde la exigencia de responsabilidades a quienes lo ejecutan. El trabajo es arduo y por tanto todos los esfuerzos necesarios que se hagan en la lucha antiterrorista serán pocos. La tarea debe implicar tanto a la sociedad como a las autoridades y responsables policiales. La gente tienen derecho a vivir sin amenazas, sin inquietudes, sobresaltos ni peligros injustificados. Debe poder hacerlo por igual en Francia, Bélgica o Mallorca, porque el respeto a la vida está por encima de todo. No queda más remedio que seguir esforzándose en prevenir y erradicar los atentados terroristas, y en acabar con los focos ideológicos que siembran la cizaña necesaria para obtener sus objetivos de destrucción de las sociedades que salvaguardan la libertad y la democracia.