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¡Luz, más luz!

Fueron éstas, al parecer, las últimas palabras que pronunció Goethe antes de morir. Y podrían venir como anillo al dedo respecto a las declaraciones que efectuó a finales del pasado mes el fisiólogo y colega de columnas en este diario, Rubén Rial, sobre los beneficios de la luz solar por lo que hace a la salud.

Todos sabemos de la relación que suele establecerse entre luz y bienestar, utilizándose, ella o sus efectos, en variados contextos y siempre con sentido positivo: escribir o exponer con claridad, ver por fin la luz al final del túnel (¡ojalá pueda aplicarse a un presunto gobierno en ciernes!), "el sol devuelve siempre la confianza en la vida" (Jorge Guillén) o "sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz a los hombres". Vivir es también mirar y, para ver, precisamos de esa luz que de hurtarse a nuestros ojos puede ser, desde recurso literario (una "primavera sombría" diría del pesimismo) a sinónimo de silencio y soledad salvo que se viva en un entresuelo con bar debajo. Luz y oscuridad inseparables de premio o castigo respectivamente y, en nuestro periplo vital, al pelo los versos de Quasimodo: "Cada uno está solo / traspasado por un rayo de sol, / y de pronto anochece".

Más acá de digresiones, los efectos beneficiosos del sol ya eran conocidos por Hipócrates. La luz, entre otras acciones, promueve la formación de vitamina D y en consecuencia la absorción ósea de calcio; estimula la producción de glóbulos rojos, aumenta la vascularización superficial con la consiguiente mejora de la cicatrización tisular y, en cuanto a sus efectos emocionales, se sabe y subrayaba Rial que basta con exponerse a la luz diariamente para evitar o mejorar los cuadros depresivos. A este respecto, cabe señalar que está comprobada una mayor frecuencia de decaimientos anímicos en invierno (el llamado TAE: Trastorno Afectivo Estacional), lo que explicaría la tasa más alta de suicidios en los países nórdicos. Sin embargo, las reglas tienen siempre excepciones cuando se suman numerosas variables no siempre adecuadamente controladas y subrayadas al exponer los resultados. Así, la sociedad japonesa, sin nada que ver con Finlandia o Nueva Zembla en cuanto a distribución de horas de luz a lo largo del año, presenta uno de los mayores índices mundiales en cuanto a suicidios, y en el ensayo publicado por Durkheim en el siglo XIX, El suicidio, estos eran más frecuentes por las mañanas y en primavera, lo que evidencia el riesgo de tomar una parte (la luz) para explicar el todo en determinado tiempo o lugar.

A mayor complejidad, resulta que el equilibrio psicofísico no se subordina únicamente a la existencia de luz solar en número de horas suficiente, sino que es la alternancia de luz y oscuridad durante las 24 horas (lo que se denomina ritmo circadiano) el balance que procura las necesarias condiciones para que el llamado reloj biológico funcione adecuadamente, y es que la noche no sólo entra "como un bulto de mar vacío y de caverna", al decir de Caballero Bonald, sino que esas horas son imprescindibles, a más de propiciar el sueño, para que el cerebro fabrique melatonina, un agente antioxidante y de efecto anticanceroso. Cuestión distinta es que los tratamientos de quimioterapia administrados por la noche, como leí, tengan mayor efecto terapéutico, lo que nunca se ha demostrado fehacientemente, de modo que bienvenidas luz y oscuridad en tiempo y forma adecuados, sin que debamos cargar las tintas sobre las ventajas de una u otra, dado que se complementan.

Nuestra biología precisa del día y la noche; de sol y sombras a intervalos regulares. Es preciso insistir en que el primero no puede ser suplantado por la luz artificial, y mantener ésta por la noche puede alterar la fisiología al extremo de que tal asincronía promueva la aparición de enfermedades con más frecuencia que la observada en población general. Con independencia de otras y centrándonos en el cáncer de mama siquiera por tratarse de mi especialidad, se cita en distintos estudios que la luz nocturna, en demasía, aumenta el riesgo de padecerlo debido a la alteración del ya mencionado ritmo circadiano (Chronobiol. Inst., 2011). Trabajar durante la noche con luz artificial, por más de seis horas y un mínimo de tres días a la semana, dobló la incidencia de tumores mamarios en un estudio efectuado sobre militares danesas (Occupat.and Environm.Med, 2011), y era asimismo doble en el colectivo con trabajo nocturno ejercido por más de 30 años, respecto al grupo control (Occupat.and Environm. Med, 2013).

Para concluir y como se desprende de todo lo anterior, bien por la luz solar, pero con cuidado en las horas centrales del día. Y por la noche, siempre que sea posible, a la cama y sin televisión, porque incluso la luz de la pantalla hasta altas horas se ha revelado perjudicial. Por lo demás, nadie podrá demostrar que no hay disfrute posible bajo las estrellas o entre las sábanas, mientras dejamos que la melatonina campe a sus anchas.

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