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Oremos y que siga la fiesta

En este caso estamos hablando de María Serra que, por aquel entonces, contaba con tan sólo diez años de edad. Si leen la entrevista que el domingo pasado publicó Diario de Mallorca, comprobarán el grado de repugnancia que puede alcanzar la viscosidad taimada de esa clase de sujetos. Seres que no se inmutan, ya que por la mañana pueden decir misa y extraer de los evangelios hermosísimos y ejemplares pasajes, mientras que por la tarde y sin mover una ceja, intentar suaves y húmedas aproximaciones a los cuerpos estupefactos de los monaguillos o catequistas. Siempre que sea fuera de horario, claro. Y si la víctima se resiste, pues no tendrán más remedio que forzar la situación. Asco es poco. En estos casos y en otros igual de graves y vergonzosos, el perdón no tendría que salir tan barato. Aquí el secreto de confesión y rezar un par de ave marías no deberían de ser suficientes para salir airoso. Para un violador de menores, seis años de pena son, sin duda, irrisorios, y ya no hablemos de posibles prescripciones del delito. Como así ha ocurrido en el caso del prior de Lluc, Antoni Vallespir, cuyas supuestas violaciones continuadas a un blauet han caído en saco roto para la Justicia, que no para el niño.

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