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Llorenç Riera

Mitigar y ordenar la masificación

Palma es una ciudad enfadada consigo misma. La ciudad real, la que palpita a pie de calle y es disfrutada y padecida al mismo tiempo por el residente, tiene su autoestima a la baja. Es el efecto de la masificación, el agobio de quien, cada día más, difumina su realidad entre el parque temático un tanto artificial y la urbe de vitalidad mediterránea y patrimonio preferente, casi envidiable.

El efecto Venecia se acerca peligrosamente a la ribera palmesana y algo habrá qué hacer. Lo hace sobre todo en los días de llegada de cruceros, cuando la bahía se vuelve de repente ciudad flotante y desembarca su masa de ocio y curiosidad en el sólido, exclusivo y reducido espacio del centro y casco antiguo de Palma. Entonces se produce el agobio, la falta de operatividad, porque resulta imposible que todos visiten la catedral al mismo tiempo. Son 21.000 turistas potenciales en pocas horas.

El ciudadano, a fuerza de topar de bruces con ella, ha ido tomando conciencia de la nueva realidad, pero las autoridades locales, poco dadas a la previsión y a la organización, tropiezan ahora con una evidencia que les obliga a actuar. Lo hacen con la improvisación de quien no sabe muy bien qué hacer y se ve superado por lo inmediato. La idea a poner en práctica es la de distribuir los cruceristas que se deciden a realizar un recorrido urbano a través de excursiones con cinco puntos de partida diferentes. Serán los del Moll Vell, plaza de España, plaza del Tubo, Avinguda Argentina y Es Baluard. De este modo por lo menos se podrán realizar los recorridos preferentes de forma alterna y, además, se presenta la posibilidad de diversificar ofertas porque no toda Palma es su centro ni todo el comercio está en la zona de lujo. Este se esgrime como uno de los grandes argumentos de la nueva medida, la de repartir beneficios y ganancias comerciales fruto de la invasión de cruceristas. También, por supuesto y aunque no se diga, sus inconvenientes. Además, se advierte, que algunos de los pasajeros que arriban al Moll Vell son repetidores y por tanto se les podrá ofrecer recorridos distintos al uniforme de la primera vez.

El asunto, sin duda alguna, requiere un análisis más profundo y una mayor planificación a largo plazo. Se trata de ensamblar la ciudad residencial con la urbe turística para que ambas compartan una misma realidad y obtengan beneficios recíprocos. De lo contrario, entre sobreabundancia de hoteles boutique y rutinas agobiantes de cruceristas periódicos, Palma quedará petrificada a base de escaparates y terrazas invasoras de aceras y paseos. Hay que reinventarse cada día para no perder vida ni rigor. También mirar al futuro, hasta donde alcance el horizonte, con cierta previsión. Este es el reto que tiene Palma y que está necesitando de complicidad social y alto rigor en la gestión pública.

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