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Antonio Papell

El no del PSOE

Como estaba previsto, el secretario general del PSOE manifestó ayer a Rajoy que su partido, en principio, no apoyará su investidura ni se abstendrá para facilitarla. Esta posición fue la aprobada en el último comité federal del partido socialista, y a nadie le puede resultar sorprendente: el PSOE ha sido históricamente el antagonista del PP, que tampoco otorgó jamás como es natural su apoyo a un presidente socialista, y no tendría sentido que ahora tuviese que garantizar espontáneamente la estabilidad de Rajoy cuando los votos conservadores en la cámara son 182, si se suman las formaciones de ese signo (PP, C's. CDC, PNV).

Resulta sorprendente que cuando ya se han cumplido tres semanas completas desde el 26J, Rajoy no haya propuesto todavía unas negociaciones en toda regla al partido contiguo del que dependerá absolutamente para gobernar. Porque aunque Rajoy consiga la investidura, el PP no podrá lograr que se apruebe alguna decisión parlamentaria sin los votos de Ciudadanos, y es lógico pensar que el partido de Albert Rivera no dará un solo paso sin la previa negociación de un plan para toda la legislatura, que incluya medidas rotundas contra la corrupción la indolencia del PP en este asunto se mantiene y un programa legislativo ambicioso e intenso, que incluya una reforma constitucional y un proyecto negociador con Cataluña.

La pretensión del PP que empieza a entreverse, la de entronizar a Rajoy gracias a la abstención de todos los demás, no es de recibo porque de lo que se está hablando no es de tener un gobierno sino de poner de nuevo en marcha el país, lo que requiere que se forme una mayoría capaz de tomar decisiones positivas. La investidura ha de ir vinculada a la gobernabilidad, como ha dicho atinadamente Sánchez. Con la particularidad de que la Constitución impone en nuestro modelo la moción de censura constructiva para poder realizar un cambio de mayorías, lo que aquí y ahora garantiza la perennidad del gobierno que se forme dada la práctica imposibilidad de que se consolide una mayoría alternativa (sigue sin ser imaginable que PSOE y Podemos se alíen a tal fin).

Así las cosas, lo que el PSOE sugiere es que Rajoy cumpla con su obligación de negociar con los afines, dedicando a esta misión todo el esfuerzo que requiere la gravedad del caso. Y si el candidato puede exhibir un acopio significativo de escaños el pacto con C's representaría 169 escaños, 13 más de los que tenía Aznar en 1996 y los mismos que Zapatero en 2008, el PSOE se verá obligado a tener un gesto para permitir que gobierne esta alianza. Lo inadmisible es que Rajoy se siente pasivamente a esperar, con el argumento absurdo de que la pelota está en el tejado del PSOE.

En otras palabras, para que no haya terceras elecciones, el candidato con más fundamento a obtener el gobierno debe ser capaz de presentar un proyecto viable de síntesis respaldado por una mayoría parlamentaria significativa. En estas circunstancias, el PSOE permitirá caballerosamente que gobierne esa mayoría relativa, de la misma manera que Felipe González permitió a Aznar gobernar en 1996 pese a los escasos 156 escaños del vencedor de aquellas elecciones, sin intentar disputarle la primacía, algo que la matemática electoral le permitía.

Naturalmente, ese gesto tampoco será gratis: el PSOE y las demás minorías influirán en la tarea legislativa en la medida de sus fuerzas, como por otra parte es normal en todas las democracias parlamentarias. Un modelo perfeccionado de representación que necesita sin embargo una capacidad de negociación y pacto que aquí hemos ejercitado poco pero sin la cual nuestro régimen puede bloquearse indefinidamente.

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