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Norberto Alcover

La ética de la política

La semana pasada, escribía mi segundo artículo sobre el momento político de cara a una urgente investidura para el gobierno de España. En el primero, había dedicado la reflexión a la situación del PP y muy en especial de Mariano Rajoy, ni tan malo ni tan tonto, escribía entonces. Más tarde, la semana pasada, fijaba mi análisis en la personalidad pública del líder socialista Pedro Sánchez y me permitía recomendarnos a todos los posibles votantes no ser víctimas de un ideologismo a ultranza. Insistía en que lo relevante en estos momentos no eran los intereses partidistas antes bien los intereses del país en su totalidad, es decir, de nuestra España. Y por supuesto, anunciaba tomar nota de la reacción del líder socialista, sometido a una auténtica presión política desde su derecha y desde su izquierda, desde Ciudadanos y desde Podemos, donde residen alternativas creíbles para los actuales votantes socialistas.

Pero el nudo gordiano de Sánchez comprendo que es otro, si bien nacido en estas tierras: cómo evitar la acusación de mirar de lado la investidura, mientras, a la vez, se pregunta por la conveniencia de apoyarla de alguna manera, susceptible de algún pacto con los populares de Rajoy. Es una maldita opción. Pero todos sabemos que tal nudo gordiano acaba por remitirse a una maroma todavía más compleja, que se llama "barones", divididos entre sí y que amenazan con estrategias posteriores, relativas a la misma persona del actual secretario general del PSOE y candidato por los socialistas a Moncloa. Si resbala, irán a por él desde dentro del partido, y si acierta mediante algún tipo de pacto, le destrozarán arguyendo que se sometió al ya caducado González, de la misma tribu cronológica que el denostado Rajoy. Y en este momento, escribo este tercer artículo por la sencilla razón de que aparecerá en medio de la gran tormenta, en que el mismísimo Rey estará incluido, y cada líder deberá mostrar el color de su ropa interior más allá de que lleve coleta o corte clásico. Y un dato más que me ha impulsado a escribir esta tercera colaboración: el interesante e inteligente artículo del día 11, lunes, en este mismo diario, firmado por quien es amigo y compañero de fatigas, Antonio Tarabini. Cuando una persona formada y rodada como Antonio te interroga mediante ideas puras y duras, es obligatorio reflexionar, más allá de malos pensamientos. Y lo he hecho.

La respuesta, que seguramente llega muy tarde porque las fechas son las que son, es el título de esta entrega "La dimensión ética", que muy bien habría podido titularse "deontología política", dado que la cuestión de fondo es la misma: ¿aplicamos o no aplicamos la necesaria ética ciudadana a nuestra situación, intentando ir más allá de ideologías y estrategias, para implicar la batalla política en una necesaria regeneración ética, que implica pactos urgentes? De otra manera: ¿nos olvidamos de pérdidas y de ganancias inmediatistas, en favor de nuestros intereses partidistas, que a muchos apenas importan, para intentar gobernar mediante pactos que aseguren un gobierno suficientemente fuerte y por lo tanto la gobernabilidad de España? ¿Presidido por el peligrosísimo Rajoy en beneficio, tal vez, del indefinido Sánchez? Pues puede que sí. Vaya usted a saber. El peligro sustancial es esa barrera de contención tan española, que consiste en estar paralizados por "el qué dirán". Solamente los tipos con acusada personalidad política son capaces de echarse el capote a la espalda y pasar de largo ante esa vulgaridad ética de las amenazas externas para meterse hasta la cintura en el barro de las pasiones y tirar hacia donde en conciencia creen que deben hacerlo. Un Churchill fue capaz de hacerlo. Un Suárez también. Más adelante fueron desbancados de sus lugares anteriores, pero fueron constructores de sus respectivos países. Mirar más alto. Introdujeron en la política correspondiente esa "dimensión ética" que ahora reclamamos. Yo, por mi parte, nunca he dejado de admirarles y agradecer su aportación político-ética al momento delicadísimo que vivieron. Loa habremos olvidado, pero forman parte de sus respectivas naciones. Son historia.

Tengo la seguridad de que Antonio Tarabini comprenderá mis puntos de vista porque hemos hablado muchas veces de estas cuestiones, por lo menos en años pasados. A los dos, la condición ética nos interesa porque nos parece que es la definitiva, más allá de discrepancias de cualquier tipo. Cómo me gustaría que llegados a este momento tan delicado de nuestra vida política y ciudadana, ambos a uno remaremos a la vez en pos de un mismo objetivo: abandonar los intereses de grupo para situar la política nacional en el epicentro del debate. Más allá de Rajoy y de Sánchez, por encima de futuros intereses personales, colocando el vellocino de oro en el riesgo de perseguir lo mejor en perjuicio de lo inmediato, intentar poner nuestra palabra y nuestra contribución como ciudadanos éticos a disposición de la sociedad, sin preocupaciones ulteriores. Bien sé que Antonio corre todos los riesgos posibles, cuando tal vez yo no haga lo mismo, en esencia, es nuestra mayor preocupación por encima de pequeñas empresas individuales. Es la gobernabilidad de España lo que nos jugamos.

Dentro de pocos días, o tal vez ya, sabremos el desenlace de esta aventura tan urgente. Ojalá se solucione bien. Ojalá el final de la escapada no nos hunda todavía más. Ojalá nuestros socios de todo tipo nos digan que merecemos su confianza. Un detalle que vale su peso en oro. No lo duden, llega un momento en que lo único que merece crédito es el "talante ético", por abdicaciones personales que conlleve. Lo demás, farfolla. Escaparate. Papel couché. Revistas del corazón. Y una sensación agridulce de oscura y malsana. Mejor, la verdad por delante, cueste lo que cueste.

N.B.: A texto escrito y según la encuesta de El País (11 de junio), el 73% de los encuestados apoyan la no abstención del PSOE. En la votación de investidura, habiendo pactado con anterioridad una serie de reformas en la legislatura. Curioso.

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