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Miseria humana

Vaya por delante que tengo perro. Antes que él, un par de mascotas: un canario y un hámster. Quiero a mi perro más que a muchos seres humanos, en consecuencia con sus méritos. Los de ambos. La lealtad, la fidelidad, la amistad o la compañía son conceptos que entienden mucho mejor estos seres de cuatro patas que muchos energúmenos. Aunque su afición favorita sea roer mis zapatillas de playa o tener ganas de jugar a la pelota precisamente a la hora de la siesta. Estoy de acuerdo con Dani Rovira cuando dice que "si estás pensando en irte de vacaciones y tu mascota no cabe en tus planes y piensas abandonarla, que sepas que eres un hijo de la gran puta". Ninguna de ellas tiene la culpa de la irresponsabilidad de sus dueños, que probablemente no pensaron en los deberes que conllevaba ese regalo de Navidad, o de cumpleaños. Me parte el alma ver sus miradas tristes en las perreras, esperando a alguien que les dé un poco de cariño.

Que conste asimismo en acta que me reconcilian un poco con el género humano esos vídeos de Facebook en que vemos a pequeños grandes héroes rescatando animales atrapados en alcantarillas, o en una inundación, aún poniendo en riesgo su propia seguridad. También me enternecen las imágenes de mascotas protegiendo a bebés o haciéndoles reír a carcajada limpia. Incluso en mis penúltimas vacaciones encontré y recogí una estrella de mar a la orilla de la playa, pensando en lo bien que quedaría decorando el mueble de la entrada de casa y la devolví al mar al descubrir que seguía viva.

Quiero decir con todo esto que no me considero una mala persona. Ni un ejemplo de crueldad. Probablemente, como muchos de ustedes, no me libro de ninguno de los siete pecados capitales en mayor o menor medida. Así como tampoco soy un compendio de virtudes cardinales. No me gustan los toros. Lo máximo que puedo decir es que me estremece ver a José Tomás arrimarse a una bestia de 500 kilos. No disfruto de ver las estocadas. De hecho, si las televisan, cambio de canal. Jamás he asistido a una corrida de toros. Lo que más se asemeja en mi trayectoria fue una capea en la que soltaron a un ruedo al que fui incapaz de saltar de puro acojone una vaquilla que salió ilesa de la tarde. Tengo mi opinión sobre la tauromaquia y sobre la conveniencia o no de su prohibición, que podría incluso argumentar e intentar debatir. Pero que aquí tampoco viene al cuento.

Porque éste no es un artículo sobre tauromaquia. Sino sobre miseria moral. Y de la peor calaña. De la que se viste de superioridad ética para dar lecciones a la vez que se mofa de la muerte de un ser humano. Ya habrán adivinado que se trata de Víctor Barrio, el torero de 29 años que falleció de una cornada en el pecho en Teruel. No voy a hablar de justicia o injusticia. Cuando uno se pone delante de un toro es plenamente consciente de que algo así puede ocurrir. Así que independientemente de que pueda estar de acuerdo o no con la fiesta al menos reconozco en quienes lo hacen unas agallas que a mí me faltarían si llegara el momento. Que no tienen nada que ver con quienes linchan y persiguen al animal en Tordesillas. Es una batalla en que sólo uno de los dos sale vivo. Y esta vez le tocó morir al torero.

"El planeta está un poco más limpio de tanta mierda", "Celebro la muerte de Víctor Barrio, cualquiera que ataque a un animal indefenso merece morir", "Me alegro de su muerte, soy feliz", "Bien muerto estás, hijo de mil putas" son sólo algunos de los ruines tuits que le dedicaron los antitaurinos. Por no hablar del que contestaba directamente a su viuda: "La vida fue muy justa. Tu marido recibió lo que merecía. Debería ocurrirle a todos los cobardes, hijos de puta, como él". Huelga decir que los acentos son cosecha mía. Ellos están demasiado ocupados defendiendo la vida de un animal a la vez que olvidan el valor de la humana.

Todos hacemos daño. Cometemos errores e incluso herimos de forma consciente y voluntaria. A animales y a personas. No cualquier ser humano es bueno por naturaleza. Ahí está Auschwitz por si les queda alguna duda. O los periódicos de cada día. Sin embargo, no por ello defendemos la pena de muerte. Se supone que vivimos en países "avanzados". La ley del Talión, el ojo por ojo, ha quedado teóricamente superado por la ética moderna. Muchos de los que han denigrado a Víctor Barrio se escandalizarían si se aplicara una inyección letal a un violador o a un terrorista de ETA responsable de decenas de asesinatos. Sin embargo, se alegran de que haya muerto un chaval de 29 años. Desde su atalaya de sentirse superiores al resto porque defienden la vida de un animal caen en una enorme contradicción. Hacer alarde de una mezquindad moral que sobrepasa lo vomitivo en poco les ayuda en su tarea de acabar con la tauromaquia.

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