Diario de Mallorca

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Ha muerto Emma Cohen y allá por los setenta algunos no pocos estuvimos enamorados de ella. De su mirada, su dicción clara con recovecos oscuros, y su cuerpo, de sensualidad generosa y espléndida. Vestida por Fernán Gómez de mujer del Siglo de Oro gran escote y risa, que contrastaba con la melancolía de sus ojos, comprábamos ya no el Nuevo Fotogramas, sino hasta el Lecturas y el Diez Minutos si aparecía en fotos de algún rodaje o entrevista. Guardé muchos años una portada de la segunda que era un maravilloso e inolvidable primer plano de su rostro, melena y pecho. Y un poema que publiqué en una revista contracultural en el 74 trataba de un hombre recién salido de comisaría, acababa con un verso que preguntaba "puedo besarte, emma?" y el nombre era por ella. Por supuesto no pude besarla nunca pero mis ganas eran, entonces, todas. A cambio, Emma Cohen fue estupenda eligiendo sus hombres: Fernando Fernán Gómez como pareja de su vida y el novelista Juan Benet como amante relámpago: volvió pronto a casa. Pero si los cito juntos es porque ambos fueron de los hombres más cultos e inteligentes también más difíciles de aquella España de los 70, cuya esperanza en sí misma radicaba, precisamente, en hombres como ellos y en mujeres como Emma Cohen. Había estudiado Derecho en la misma facultad donde recalé algunos años más tarde: el edificio de Sert en la Diagonal barcelonesa. Fuimos bastantes, en aquella época, los que abandonamos la carrera a punto o casi de terminarla. Ella, de las primeras. De su promoción eran el novelista Vila-Matas, el escritor Carlos Trías, la narradora Cristina Fernández-Cubas. Y también el mallorquín éste sí se licenció, convirtiéndose en brillante abogado Toni Coll. Siempre hay un mallorquín ahí donde ocurre ú ocurrió algo importante. Y Emma Cohen aquella Emma Cohen de los 70 lo fue para nosotros, los más jóvenes, que ya sólo alcanzamos a verla en la pantalla. Ahora ha muerto a los 69 años, pero hace muchos años que ya era otra y no sólo por haber sido la televisiva Gallina Caponata. Su antiguo esplendor había sido sustituido por una excesiva tensión interior que se percibía allí donde estuviera y una indefensión en gestos y palabras que la situaban o eso parecía en el territorio de lo naïf. Escribió algunos libros y quiso al revés que la mayoría de actrices actuales que su vida privada fuera sólo suya. Este deseo es el que aquí pone punto final.

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