Todo indica que los británicos, arrastrados por una clase política mendaz y sin visión a largo plazo, se han dejado arrastrar hacia el desastre, que no habían previsto ni temido. Tras las dimisiones de los principales instigadores del caos, desde David Cameron a Nigel Farage pasando por Boris Johnson, las encuestas confirman que la ciudadanía es ya consciente del descomunal error, y no hay que descartar que más pronto que tarde los propios británicos rectifiquen el dislate, para lo que Bruselas debería tener una actitud comprensiva y generosa. Junto a esta situación de salida en falso de un miembro caracterizado de la UE, hay que registrar la contraria, la de Hungría, que de la mano del primer ministro Viktor Orban, se dispone a celebrar un escandaloso referéndum para decidir la aceptación o no de las cuotas obligatorias de inmigrantes -2.300 en dos años corresponderían a Hungría-acordadas por el Consejo Europeo en abril. El radical jefe de gobierno magiar asegura que la inmigración es un asunto que afecta a la soberanía nacional
Europa debe tener la mano tendida hacia los británicos por si deciden rectificar, pero al mismo tiempo debería considerar seriamente la posibilidad de expulsar a Hungría del club europeo. Si los húngaros no quieren pertenecer a una organización de países basada en un conjunto de inalienables criterios morales, no hay que retenerlos sino invitarlos a caminar en solitario. Lógicamente, sin los beneficios de la integración.
