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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La fama

¿Qué diablos significará la fama? Para unos, el buen nombre; el que se deja a una corta posteridad. A los que sí les importa lo que vayan a decir...

¿Qué diablos significará la fama? Para unos, el buen nombre; el que se deja a una corta posteridad. A los que sí les importa lo que vayan a decir de él, la conciencia. Para otros, nada más que otra de las trampas en las que se nos quiere encarcelar; una forma más de contenernos, pero satisfaciendo nuestra vanidad, tenebrosamente. En alguna narración aparece un hombre (o una mujer) de buena entraña que se declara honrado por haber pertenecido a un colectivo con buena fama: un cierto Cuerpo de Bomberos, una unidad heroica en el combate, un periódico como el Shinbone Star, la Filarmónica de Viena, la Roja de 2010, con Iniesta de mago, la Inglaterra que resistió a Hitler, Amnistía Internacional, en fin, innumerables altruismos. Nos indica otra presa de la fama: un colectivo. Y es difícil atribuir la vanidad, como pariente precursor de la fama, esta emoción anfibológica (bien alimentada es benévola, hambrienta es déspota), a un colectivo. La acompaña normalmente otra emoción, ésta más aceptada, también ambivalente: el orgullo.

La fama no suele darse de una forma instantánea, aunque hay ejemplos que demuestran lo contrario. Normalmente exige haber contrastado de forma fehaciente la verdad del ejercicio continuado de una virtud: la valentía, la honradez, el altruismo, la exquisitez, la libertad? Pasan cosas raras con la fama. Difícilmente será reconocida más de una virtud a un colectivo, excepto si los que escrutan son patriotas y se habla de naciones. En cambio es posible atribuir, de hecho es bastante común, atribuir un sinnúmero de virtudes a una persona; o reconocerle solamente una. Entonces puede ocurrir que se tengan famas encontradas; la buena y la mala. Por ejemplo, Céline, grandioso escritor, repugnante persona. Tienen peripecias temporales muy diferenciadas. La mala fama se adquiere rápidamente. Juega a su favor la desconfianza ante lo desconocido. Una vez consolidada, no hay quien la cambie. Pero no se eterniza a través de los anales históricos. Excepto para los escolios de algún erudito raro. La buena requiere tiempo, pero una vez contrastada, exige al portador mantenerla hasta el final. Dura más, nada se eterniza. Pero si el que la porta no se merece esta carga, la pierde de forma irremisible, para siempre.

Si algo ha sacudido la inveterada pachorra con la que muchos palmesanos se toman en el mes de julio las actividades municipales, es el relato del juez Penalva sobre las actividades sobrevenidas con las que una parte de la policía local, dirigida por una sector relevante de la jerarquía, completaba su jornada laboral. Extorsión económica; explotación sexual; barra libre de alcohol y cocaína; abusos; chantajes; violencia; amenazas; corrupción. Envuelto todo en lo turbio de la noche y sus amos. La competencia desaforada por la supremacía donde los amos imponen su ley, no la de los ciudadanos. No a través de sicarios de oscuro origen. Ni mediante el poder de las armas ilegales. No, mediante hombres que representan la autoridad de los ciudadanos, con los instrumentos de sanción trucados en instrumentos de coacción. Y un testigo, supongo que protegido, lanza la estocada de que "Cursach es la Paca de la noche". No, no son las imágenes que tan bien conocemos de una película de la mafia y la policía de Nueva York. Penalva señala al hombre con el que empezó todo: José María Rodríguez. Dice que es el artífice en la sombra del organigrama corrupto de la policía local. Lo curioso es que se produzca esta sacudida, cuando ya se sabía desde los tiempos de Isern, y aún antes, que el octavo pasajero había sido introducido por Rodríguez y el PP y estaba al mano de la nave. Corruptos, matones, sinvergüenzas, gentuza, a los que la justicia "se la trae floja". Es que el sumario ya es público, al menos en parte. Está todo estampillado en papel oficial. Lo que eran impresiones de perplejidad ante la chulería de algunos uniformados, sazonadas convenientemente con informaciones procedentes de lo que queda de sano en el cuerpo, adquiere una corporeidad con el sumario que desprende un tufo pestilente.

Rodríguez ya tuvo que dimitir de delegado del gobierno por el caso Over Marketing. Si alguien sabía de sus andanzas no eran precisamente sus enemigos políticos de otros partidos. Rajoy ya sabía quién era Rodríguez. Lo sabían todos. Matas, Bauzá, Vidal, y tutti quanti. ¿Y Isern, alguien que consiguió el reconocimiento precisamente por enfrentarse a Rodríguez? Deberá aclarar su presencia, según un asistente, en la reunión celebrada el 8 de marzo de 2011 para urdir el plan para controlar a la policía local con Rodríguez y Gijón en el bar de uno de los implicados. Pero, sigamos con la dichosa presunción de inocencia como excusa para no apartar de por vida a los que merecen desconfianza, que, además saben muchas cosas que pueden dañar al partido, al partido que no es del PP, sino de todos los españoles. Nada, le hacían delegado del gobierno y dejaban en sus manos la asignación de concejales y diputados. Ahora ya no había excusa que valiera. Fuera. La célebre procrastinación de Rajoy. Cuando ya no hay más remedio y a rastras. En un entrecomillado delicioso, propio de Cospedal, la bella Prohens dice, según el Diario de Mallorca: "Al PP se le podrán criticar muchas cosas, pero no que ha actuado con celeridad". Fantástico. Los directamente afectados dimiten o son cesados de la junta territorial del PP de Palma. Pero no se van de las instituciones públicas de donde cobran sus nóminas; tanto Gijón como Fernández. No son buenos ni ejemplares para el PP, pero lo son como representantes de los ciudadanos en el Ayuntamiento y en el Parlament. Desde el partido se dice que su marcha (de la junta del PP) "les honra". Ya, como Bruto, que según el Marco Antonio de J. L. Mankiewicz, también era un hombre honrado. Se habla, ¿cómo no?, de Marga Durán como nueva presidenta de la junta territorial del PP. ¿Quién mejor que una criaturita de Rodríguez para sustituir a Rodríguez? ¿Quién mejor que quien lame la mano que le da de comer, la que apela a la presunción de inocencia de esa mano en la que figuran escrituras que sólo pueden verse en la fenomenología de una mirada?

El PP, sí, el PP que ha consentido durante años que nos han parecido eternos que la golfería mandara en Palma, que fuera decisiva para elaborar el gobierno autonómico, que fuera entronizada en los cargos públicos, incluidos los que se deciden en el consejo de ministros, ha hecho un daño irreparable a la imagen del Cuerpo de la Policía Local de Palma, tan esforzadamente construida desde 1979 por el consistorio, por antiguos mandos, por una gran mayoría de sus miembros, por la vocación de servicio de los que pasaron por la Escuela de la Policía, por sus profesores, por todos los que han creído que el uniforme y la paga está al servicio de los ciudadanos que los sufragan con sus impuestos. Tanto esfuerzo de servicio, tanta ilusión, tanto orgullo, una buena imagen, dilapidados, echados a perder, por unos golfos con y sin uniforme. Una herida para Palma que no deja de supurar. Imperdonable.

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