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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Tres señores con bombín

Hace siglos, en la estación Victoria de Londres, vi a tres señores con traje oscuro y bombín que esperaban el tren leyendo el periódico (quizá era el "Times"...

Hace siglos, en la estación Victoria de Londres, vi a tres señores con traje oscuro y bombín que esperaban el tren leyendo el periódico (quizá era el "Times", o más bien el "Daily Telegraph", que era mucho más conservador). Eso ocurrió a comienzos de los años 70 era la época del "glam rock" y de los hippies psicódelicos que escuchaban a The Incredible String Band, y en aquellos años apenas se veían caballeros con traje oscuro y bombín. Me fijé en ellos porque para mí eran una imagen muy rara como sacada de aquella serie maravillosa, "Los Vengadores" y porque representaban una Inglaterra que ya había desaparecido por completo y que a mí me gustaba mucho. Imagino que ellos eran muy conscientes de su extravagancia, y por eso se proponían salir a la calle con su traje oscuro y su bombín, como si aún vivieran en los tiempos de Sir Anthony Eden, cuando Inglaterra o Gran Bretaña aún podía creerse el centro del mundo, a pesar de que el centro del mundo ya se hubiera desplazado a otro sitio (a Nueva York, quizá, o a Los Ángeles, o a ningún lugar en concreto).

Es improbable que esos tres caballeros del bombín estén vivos si vive alguno, tendrá ya casi noventa años, pero me pregunto qué hubieran votado en el referéndum sobre la Unión Europea del mes pasado. ¿La permanencia? Lo dudo mucho, porque ellos se consideraban unos excéntricos que seguían aferrándose a un modo de vida desaparecido por el puro placer y por el puro orgullo de seguir siendo muy "british". A comienzos de los 70, cuando los vi en la estación Victoria, Gran Bretaña acababa de entrar en la Unión Europea (que entonces tan sólo era el Mercado Común). Hacía poco que se había adoptado el sistema métrico decimal. Y hacía muy poco que se había cambiado la compleja división de la libra en peniques y chelines y medias coronas por otra basada en la división centesimal, aunque la gente no se había acostumbrado a las nuevas monedas y las consideraba una intromisión absurda de los "continentales" en su modo de vida. Un taxista intentó timarme una vez devolviéndome un viejo "farthing" (la cuarta parte de un penique) de los tiempos del rey Jorge VI, pero quizá me lo dio para hacerme ver que él seguía teniéndole cariño a aquellas monedas de bronce que se habían dejado de usar en 1960.

Aquella moneda no tenía ningún valor, pero era muy bonita: en el reverso tenía un reyezuelo, el pájaro más pequeño de Gran Bretaña, y yo me la guardé con mucho gusto, igual que aquellos señores de Victoria Station se ponían el bombín otro objeto tan inútil como el cuarto de penique simplemente porque les hacía sentirse orgullosos de su forma de ser, igual que los ferrocarriles, igual que los periódicos el "Times" o el "Telegraph", igual que la monarquía o las carreras de caballos o las largas y complicadas partidas de críquet en las mañanas de verano. Y por eso mismo, esos tres señores se empeñaban en seguir contando con chelines y coronas y midiendo las distancias en pies y en yardas. Y si hoy estuvieran vivos, habrían mandado al diablo a la Unión Europea y todas sus absurdas reglamentaciones. Y sin pensárselo, de todo corazón, habrían votado por el Brexit. Y eso mismo es lo que han hecho muchos británicos actuales sus hijos o nietos que sueñan con volver a vivir en un país irreal que ya había dejado de existir cuando esos tres señores se ponían su bombín.

Lo curioso del caso es que la Unión Europea, hoy por hoy, es una anomalía tan excéntrica y tan maravillosa como la que representaban aquellos tres caballeros con bombín. Por imperfecta que sea, y por enfangada que esté en la burocracia y en la ineficiencia, es el único proyecto político que intenta mantener unos valores que están en decadencia en todo el resto del mundo. El Estado del Bienestar, las formas civilizadas de convivencia, el parlamentarismo, el respeto a las minorías, la libertad de movimientos, la escrupulosa aceptación de la ley: todo eso es lo que representa la Unión Europea. No hay nada comparable en ningún otro lugar del mundo, pero nosotros la despreciamos porque la consideramos caduca y premiosa y pasada de moda, igual que los bombines y los periódicos, igual que los trenes que iban parando en todas las estaciones y hacían sonar el silbato frente al jefe de estación. Por paradójico que parezca, los británicos que han votado en contra de la Unión Europea han votado en contra de sus viejas monedas de farthing y de aquellos señores tocados con bombín. Han votado a favor de la intransigencia, han votado a favor del odio, han votado a favor del miedo. Y encima han hecho un pésimo negocio. Allá ellos.

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