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Tribuna

La prioridad absoluta de formar gobierno

Tal parece que los españoles sólo conocemos dos vías para investir a un candidato a la presidencia del Gobierno: cuando ese candidato, y líder del correspondiente partido (PSOE o PP), dispone de una férrea mayoría absoluta en el Congreso y cuando, sin contar con semejante respaldo, consigue un pacto con los nacionalistas catalanes y vascos. Dado que los tiempos de las mayorías absolutas han pasado por ahora (quizá la alcance, sin embargo, el PP nuevamente si hay otras elecciones este año) y puesto que la alianza con los separatistas catalanes no resulta nada recomendable, existe un importante vacío en la experiencia de nuestro parlamentarismo más reciente: jamás, desde 1978, hemos tenido, en el ámbito estatal general, un Gobierno de coalición. ¿Por qué?

Si los nacionalistas no han entrado nunca en el Gobierno central, ello se ha debido a que su propósito ha sido exclusivamente la construcción nacional de las respectivas comunidades autónomas. Formar parte del Gobierno central hubiera supuesto implicarse en un proyecto nacional español y eso no entraba en sus planes. Hoy nos damos perfecta cuenta de que la deslealtad de los separatistas se remonta ya al inicio del régimen democrático, que han utilizado solamente al servicio de la secesión.

En cuanto a la falta de coaliciones gubernamentales entre PSOE y PP, se debe a que ambos, pero sobre todo los socialistas, actúan aún políticamente con prejuicios históricos, al presente completamente desfasados. ¿Es el PP el heredero ideológico de la CEDA, Renovación Española o la Falange? ¿Lo es el PSOE actual del PSOE de 1934 y 1936? Naturalmente que no. Es más: quien sostenga que socialistas y populares tienen concepciones del mundo completamente opuestas y que por eso no pactan un programa de Gobierno se equivoca de medio a medio. Zapatero preludió, en los últimos años de su segundo mandato, la política económica de Rajoy y los dos acordaron la reforma constitucional para blindar el equilibrio presupuestario y la contención del déficit público. En Sánchez pesa más en estos momentos el escrúpulo ante el pacto porque, a diferencia de Rajoy, sin competidores a su derecha, ve en el retrovisor izquierdo la imagen amenazadora de Podemos.

El país necesita urgentemente un Gobierno y por consiguiente precisa ya un pacto entre los dos grandes partidos que han venido cimentando el régimen democrático de 1978. La aprensión socialista a pactar está haciendo que el PSOE se olvide del interés nacional. Ahora bien, llevar a España a unas terceras elecciones le costaría muy caro y lo sabe. Puede sentir así la fuerte tentación de abstenerse sin contrapartidas en la votación de investidura, invocando hipócritamente el patriotismo, para de esta guisa recobrar fuerzas en la oposición mientras cuece a fuego lento a un Gobierno minoritario, atado de pies y manos. Esto constituiría un fraude político monumental.

En efecto, no se trata de evitar nuevos comicios a toda costa. Se trata de pactar un Gobierno vinculado a un programa de reformas, aquellas que España requiere de manera más perentoria para la modernización del país en la actual coyuntura económica y para la preservación y ampliación del Estado del bienestar. Por otra parte, apoyar al Gobierno desde fuera, sin participar en su composición, ofrece varios inconvenientes. El primero radica en la menor consistencia de un Ejecutivo siempre pendiente de las oscilaciones del humor del Congreso. El segundo es la nula ventaja que ese apoyo proporcionaría entonces al PSOE si obra de buena fe, toda vez que no podría compensar, y en su caso superar, el desgaste del pacto mediante una decidida acción de Gobierno implementando políticas sociales. En suma, resulta incomprensible, salvo en términos de melindre histórico, pactar un Gobierno y no estar en él.

¿Quién ha de presidir ese Gobierno? Aunque a Ciudadanos le cueste desmarcarse de su veto personal a Rajoy y a Sánchez le torture el mal recuerdo de su debate singular con él en la Academia de Televisión, no hay duda de que, tras las recientes elecciones, el presidente no puede ser otro que Mariano Rajoy. Comprendo las reticencias que el personaje suscita, totalmente justificadas ("sé fuerte, Luis"), pero aquí lo importante es el programa de reformas y las garantías de su cumplimiento. Un programa, por cierto, que de ninguna manera llevaría adelante un PP con mayoría absoluta. De ahí la importancia de que PSOE y C's actúen en esta hora con madurez democrática y sentido de la responsabilidad. España no puede esperar porque Europa y el mundo viven una época de turbulencias. Los votantes del 26 de junio han sido sensibles al peligro que flota por doquier.

Por último, aunque aritméticamente no resulte indispensable, sería bueno contar con la integración de C's en el Gabinete. Al PSOE, que ya en la breve legislatura anterior había concertado un programa de investidura con Rivera, le vendría bien por razones de imagen. El Gobierno resultante gozaría, además, de un respaldo parlamentario inmenso. Ciudadanos, en fin, es un partido nuevo de vocación reformista, que es justamente lo que en este momento conviene.

Allí donde no se hace alta política se pierde de vista el horizonte del progreso y de la convivencia. Como escribía Novalis en 1799, donde no hay dioses pululan los espectros.

* Catedrático de Derecho Constitucional

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