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Antonio Papell

El orgullo de las minorías

La Fundación Caminos, de los ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, ha creado el premio Sagasta de Ensayo en colaboración la Editorial Debate como es conocido, Sagasta, fue un ingeniero y eminente político, que puso los pilares del progresismo español durante la Restauración, que ha sido otorgado en su primera edición a un libro estremecedor de Víctor Mora, "Al margen de la naturaleza", cuyo subtítulo es "La persecución de la homosexualidad durante el franquismo. Leyes, terapias y condenas".

El ensayo pasa revista a la confabulación entre el poder político, la magistratura judicial a sus máximos niveles y la psiquiatría durante los años de plomo de la dictadura contra las minorías sexuales. La tenebrosidad del relato del infortunio de las personas concernidas, la delirante obsesión homófoba de las elites que organizaron minuciosamente la represión, la brutalidad de las normas represoras y de las técnicas supuestamente terapéuticas que se utilizaron contra aquellas víctimas aterrorizadas componen un cuadro aberrante que nada tiene que envidiar a las historias macabras del hostigamiento nazi a las minorías étnicas y sexuales en Auschwitz o en Treblinka.

De todo esto hace apenas cincuenta años, lo que explica que la apertura que se ha llevado a cabo sea todavía vacilante y exigua. La ley que marca definitivamente el final jurídico de la discriminación, con el reconocimiento y normalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y de la adopción conjunta es del 30 de junio de 2005, fue impulsada por el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, en medio de potentes movilizaciones en contra. La Iglesia católica se opuso con rotundidad y el primer partido de la oposición, el Popular, no sólo manifestó su disconformidad sino que la recurrió ante el Tribunal Constitucional, lo que condenó a quienes hicieron uso de la ley a vivir en un marco de inseguridad jurídica hasta la sentencia que desestimó el recurso, dictada en noviembre de 2012, ocho años después. En definitiva, la igualdad de todos con independencia de su orientación sexual es una planta rara en nuestro país que apenas crece sin agobios desde hace cuatro años. No es extraño que el clima de tolerancia y reconocimiento no se haya consolidado aún. De hecho, estamos asistiendo a una orquestada campaña de agresiones homófobas en Madrid, que no encuentran la respuesta policial adecuada, que ha de ser de un rigor extremo, dada la naturaleza fundamental de los derechos básicos que padecen con tales ataques, vestigios del fascismo que durante tanto tiempo fue dueño de las calles de España.

Pese a la juventud de los logros, hoy la apertura es prácticamente total y nuestro país pasa por ser uno de los comprensivos del mundo con esta diversidad. Pero hay aún rescoldos culturales que han de apagarse. El mundo de los transexuales no goza aún del debido reconocimiento, y las personas con problemas de adaptación de la identidad sexual a la realidad biológica tienen grandes dificultades para su integración, lo que obliga a una normalización del problema y justifica sobradamente la necesidad de una ley ad hoc. Asimismo, el descubrimiento adolescente de características sexuales minoritarias tropieza con frecuencia con la incomprensión familiar no se ha hecho suficiente pedagogía y con el cruel acoso escolar, lo que eleva insoportablemente la tasa de suicidios de los niños/as homosexuales.

La sociedad totalmente abierta y tolerante en que la libertad propia concluya allá donde comienza la libertad ajena, sin tabúes ni supersticiones, sin dogmas arbitrarios ni atavismos injustificables, es probablemente una utopía, pero hay que luchar activamente por avanzar hacia ella. La exaltación del orgullo gay, que acaba de tener lugar, contribuye decisivamente a ello, pero a nadie se le escapa de que si la normalización hubiera concluido realmente, la reivindicación, todavía muy necesaria, hubiera dejado de tener sentido.

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