Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Lo que no se ve

El periodista norteamericano Gay Talese ha decidido no promocionar su último libro, El motel del voyeur. Pero ya lo había hecho antes. El motel del voyeur nació de un artículo suyo en The New Yorker y Talese estuvo concediendo entrevistas aquí y allá sobre el libro que iba a escribir. Fue en ellas donde leí que trataba del dueño de un motel que había acondicionado sus habitaciones para poder espiar la vida sexual de sus clientes. No sólo eso: el mirón llevaba un exhaustivo catálogo de prácticas, costumbres, hábitos y perversiones de cada uno de ellos. Talese lo entrevistó e incluso espió a algunos clientes junto con Gerald Foos, que así se llamaba el antropólogo amateur y libidinoso. Pero se han descubierto un buen cúmulo de falsedades que desarticulan el relato de Talese. Que lo convierten en una cosa distinta a la que deseaba su autor. Éste ha dicho que su fuente Gerald Foos es un farsante y que le había mentido. Por eso ha desautorizado el libro y no piensa promocionarlo y uno duda de si esta decisión no es otro acto de promoción, pero esta duda es fruto de la mallorquinidad, así que disculpen los norteamericanos y decidamos olvidarla nosotros también. Nos quedamos con Talese desautorizando El motel del voyeur porque nace de las mentiras de un erotómano pasivo y fantasioso. Y uno se pregunta: ¿hasta dónde hay que llegar para desautorizarse uno a sí mismo? ¿Sabemos por aquí hacer eso? ¿Dónde están nuestros Taleses diciendo que se han equivocado y abominan ahora de lo que habían escrito o dicho?

En los meses previos a estas elecciones se había dibujado en este país una realidad basada en las encuestas, las estadísticas y muchas columnas de prensa. Mientras se consideraba la sociología como una ciencia exacta permitan que me sonría, esas columnas de prensa sostenían y eran la estructura de la nueva realidad anunciada en medio de loas y alabanzas a esa novedad. Perdían unos, ganaban otros, se descuajaringaban los de en medio. El cambio de sistema y para algunos, de civilización, era un hecho incontestable. Como los datos de Gerald Foos aceptados por Gay Talese como reales. Pero ocurre con la visión de la realidad dos cosas esenciales: una es que muchas veces se basa en el deseo, en lo que queremos que sea y no en lo que vemos, sospechamos, o sabemos que es. El deseo lo es casi todo en la vida, pero si nos hace perderla de vista de poco nos sirve para continuar en ella.

La otra es su aceptación: la aceptación de la realidad tal como es, lleva a menudo a un estado posterior de frustración si no coincide con lo que deseábamos, y ahí sólo la madurez del individuo sabe cómo combatir esa frustración y aprender de ella una lección que lo enriquezca. A él y, de paso, a los que le rodean. La cuestión es: ha ocurrido lo mismo que con el libro de Gay Talese: ni han perdido unos, ni han ganado otros, ni se han descuajaringado los de más acá. Los datos no eran reales: eran otra cosa. Pero: ¿estamos actuando como Talese? ¿Sabemos desautorizar esos datos y de paso lo que creíamos que iba a pasar sobre los que se fundamentaba una realidad que ni era, ni ha resultado tal? ¿Nos hemos desautorizado por la voluntad de creer en esos datos como justificación de nuestra propia creencia? Quiá.

Tras el 'shock', la recomposición y vuelta sobre lo mismo. Aquí no ha pasado lo que ha pasado. Lo que nos llevaría a la conclusión de que como en la física cuántica y en Matrix existen, al menos, dos realidades. La que vivimos y otra que también vivimos y nos vive sin que seamos conscientes de ello. Nuestras limitaciones humanas nos impiden apreciarla en toda su magnitud. Por tanto sólo falta que los que predecían una realidad que no ha sucedido, nos acusen a todos de lerdos y de ciegos que no vemos que sí, que ha sucedido: que han perdido los que se había anunciado iban a perder, que han ganado los que se había decidido que ganarían y que se han quedado por el camino los demás. O que debería haber sido así y por tanto ha de ser así y así será. Lo afirman algunos tal cual. He conocido a personas que viven esa realidad virtual de la que hablo: salen poco de casa, están horas en internet, ven la tele, escuchan la radio y leen periódicos. Es una forma de autismo como cualquier otra aunque le llamen estar informados y los que la padecen creen que lo que llamamos realidad es eso. De hecho le conceden autoridad a esa realidad y tal como la viven se conceden también autoridad a sí mismos. Ay de quien les diga que la vida está en otra parte: en la alegría y en el dolor, por ejemplo. A la clase política vieja o nueva, tanto da también les suele pasar lo mismo: la dependencia de la demoscopia y los medios les hace olvidar las necesidades y aspiraciones de la ciudadanía. Y actuar en función de los vaivenes y de sus propios intereses.

"No entendemos donde han fallado las encuestas" hemos leído y oído decir estos días y resulta extraordinaria la frase, no tanto por lo que dice sino por lo que supone. Y supone dos cosas: la visión de las personas como ratones de Pavlov: a tal estímulo, tal conducta. Y la conciencia de que es el deseo previo el razonable el que tiene razón y no la frustración posterior cuando llega la realidad con las rebajas. Creo que a esto los psicólogos y los pedagogos le llaman baja o nula tolerancia a la frustración y encierra un eterno comportamiento adolescente. Por lo menos mientras dura. "La realidad está equivocada frente a nuestra realidad" sería el lema. Pues deberíamos preguntarnos también qué tiene que ver esto con la democracia, porque, así de entrada, parece que poco. Tan poco como la corrupción.

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