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Jose Jaume

A Gobierno débil, legislatura breve

Rajoy, si obtiene la investidura, que está por verse, alumbrará un gobierno débil, sin maniobrabilidad, sometido al exhaustivo control del Congreso. Su segunda legislatura, de materializarse, previsiblemente será de recorrido corto. Es así porque 137 diputados supone un mal resultado, demasiado alejado de la mayoría absoluta. Tomemos dos ejemplos para plasmar la insuficiencia del "clamoroso" triunfo obtenido por el PP el 26 de junio. El primero, cercano, concierne a Cataluña. En el Principado la coalición entre Convergència y Esquerra, con la simbólica asistencia de algunos independientes-independentistas, se quedó a seis escaños de la mayoría absoluta. Sabemos en qué estado de precariedad se halla el Gobierno de Puigdemont. También conocemos lo que le sucedió a Artur Mas: obligado a resignar su candidatura a la presidencia de la Generalitat. Solo seis escaños le distanciaban de la mayoría absoluta. Segundo ejemplo: en Alemania, la CDU de Angela Merkel ganó las elecciones con una diferencia holgada sobre los socialdemócratas del SPD: le faltaron cinco diputados para la mayoría absoluta. A la canciller no le quedó otra que hacer un gobierno de coalición en el que los socialistas obtuvieron la vicepresidencia, el ministerio de Exteriores y otras carteras clave, entre ellas Economía. Un ejecutivo prácticamente paritario entre democristianos y socialdemócratas.

El PP tiene 137 diputados. Un mal resultado, aunque suficiente para intentar gobernar, porque los demás han salido de las elecciones todavía en peores condiciones, en especial los socialistas. Sucede que la imagen virtual que del esquema político español había ofrecido la demoscopia, amplificada por los medios, en las semanas previas al 26 de junio, ha hecho que lo que sin duda es un quebranto de envergadura para el PP se vea como un notorio triunfo de Mariano Rajoy. Pero no es así. Qué hará para intentar poner a flote un gobierno con las mínimas garantías de estabilidad. Con 137 diputados sobre 350; es decir, a casi 40 diputados de la mayoría absoluta, razonablemente no se puede gobernar en minoría. Se intenta, como hicieron Suárez, González, Aznar y Zapatero, cuando se salta por encima de la barrera de los 150 escaños. Aznar, en su primera legislatura, la que arrancó en 1996, obtuvo 156 diputados. Gobernó con un acuerdo con Pujol, al que concedió un suculento botín por el que todavía hoy en el PP se rasgan las vestiduras dada la recentralización que predican. Suárez, con casi 170 diputados, gobernó con no pocos sobresaltos. Hasta González, con 175, tuvo que convocar elecciones cuando Pujol, otra vez él, le retiró la confianza. Zapatero se supo bandear en sus dos legislaturas. En la cámara había una clara mayoría de izquierdas. El PSOE rozaba los 170 escaños.

Los 137 diputados del PP posibilitan ir a la investidura, hasta obtenerla, pero nada más. Al partido de las derechas españolas, que todavía respira hondo, aliviado, por lo que pudo haber sido y no fue el pasado domingo, le conviene atender a la realidad, darse cuenta de que con Mariano Rajoy alumbrará probablemente el gobierno más en precario desde 1977. La debilidad del ejecutivo que el presidente del Gobierno en funciones forme, insistamos: en el caso de ser investido, conducirá a que en el plazo de unos dos años, cuando apenas se haya consumido la mitad de la legislatura, se tengan que convocar de nuevo elecciones; mejor no engañarse: el PSOE no puede no ya aliarse con el PP, sino ni tan siquiera prestarle un desvaído apoyo parlamentario, que es la carta que quiere jugar Susana Díaz, respaldada por sus dos monaguillos, el extremeño Fernández Vara y el manchego García-Page, por el PSOE del sur. La insolidaridad que muestra la presidenta de la Junta de Andalucía hacia la dirección nacional de su partido la incapacita para aspirar a nada más que seguir gobernando en Sevilla. Díaz ha sido derrotada en Andalucía. Es indecente endosarle lo ocurrido a Pedro Sánchez. El PSOE, al que se reclama "sentido de Estado", que no es otra cosa que dejar hacer a Rajoy, si quiere sobrevivir ha de alejarse del PP nítidamente. No le vale ni la abstención. Con Rajoy no puede ir a ningún sitio. Con el PP tampoco.

Ciudadanos, otro de los concernidos, mantiene una posición coherente. Rivera y sus más allegados sostienen que los más de tres millones de votos cosechados no les han sufragado para que le sean entregados al PP de Rajoy. Rivera sabe, tanto como lo constata el PSOE, que si se acerca al actual PP está liquidado. De ahí que deje claro que con Rajoy, Ciudadanos estará en la oposición, pues con el presidente en funciones no hay regeneración posible.

La debilidad de Rajoy es patente. Hasta pretender la investidura le supondrá afrontar un problema tal vez insoluble. ¿Pueden PSOE y Ciudadanos permitir la investidura de quien no ha destituido a un ministro, Jorge Fernández Díaz, pillado en un flagrante ejercicio de indignidad, de conculcación de la ética democrática? ¿Deben esos partidos respaldar a otro, el PP, que por boca de algunos de sus más connotados dirigentes afirman que lo ocurrido queda solventado por el resultado electoral, en el que han ganado votos? Además, la reiterada pretensión de Rajoy de que sean los demás quienes le digan lo que quieren es absurda. Es el candidato, el que más votos ha obtenido, quien ha de ofrecer, el que ha de poner sobre la mesa lo que estima que es susceptible de propiciar el acuerdo. Después, y solo después, los otros le dirán si lo consideran suficiente, si da pie para algún acuerdo.

No parece que Rajoy sea quien tenga la predisposición vital para aceptar que su continuidad es incompatible con la regeneración que se requiere, con las inevitables reformas que hay que iniciar. Ha ganado la elecciones, cierto; proclama que le asiste el derecho a gobernar, lo que no es verdad; para hacerlo, se requiere la mayoría en el Congreso, que no está en sus manos. En una democracia parlamentaria, la española lo es, gobierna quien consigue más sostén en la cámara. El PP, sobre el que indefectiblemente gira el eje de la gobernabilidad, ha de aceptar que probablemente sin Rajoy las cosas serán mucho más fáciles y hacederas. Quien llega primero a veces se queda en la estacada. Es una vieja costumbre asentada en Europa.

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