Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó

Tras el 26-J

Los resultados del 26J han llegado como una sorpresa, contradiciendo el conjunto de encuestas y trackings demoscópicos de las últimas semanas, incluidas las famosas israelitas a pie de urna. Al final, se ha demostrado que, por lo menos esta vez, existe una clara discrepancia entre la opinión publicada por los medios y la decisión de los ciudadanos el día de las elecciones. Si los sondeos pronosticaban el sorpasso de Podemos y un resultado catastrófico para el partido en el gobierno, el veredicto de las urnas ha sido el contrario: el PSOE ha resistido mejor de lo esperado y el PP ha logrado una sorprendente victoria. Si ahora Rajoy parece más presidente que hace solo una semana, es porque difícilmente se puede articular una coalición contraria a su investidura. Se ha sugerido la posibilidad de que el Brexit haya encendido las alarmas de mucho votante de clase media desencantado con la marcha del país, abstencionista potencial o simpatizante de los nuevos partidos, pero que en última instancia, tras el shock del referéndum del jueves, ha decidido votar moderación o, al menos, estabilidad. Es probable que algo haya tenido que ver, aunque desde luego se trata de una circunstancia difícil de medir. Y más bien cabe pensar que el apoyo a Podemos como Pepito Grillo del sistema es una cosa y que la proximidad de un gobierno en confluencia con los comunistas y los soberanistas era otra. Quizás, sencillamente, gusten las denuncias y el lenguaje crítico de Podemos pero no tanto sus propuestas.

Sin embargo, el análisis de los resultados del 26J interesa menos que las consecuencias futuras. La sociedad española ha votado en un doble sentido: por un lado, se reafirma en la mayor diversidad del hemiciclo; por otro, prefiere la continuidad más que los experimentos. La pluralidad se mide por el desgaste de los partidos mayoritarios. El PNV pierde su posición hegemónica en el País Vasco, del mismo modo que la antigua Convergencia dista ya de desempeñar el papel central que le correspondía en Cataluña. La izquierda se ha polarizado en dos grandes partidos, aunque puede ser que, en un escenario normal, el recorrido futuro de Podemos ya no sea ascendente. Todo depende, por supuesto, de la normalización de la vida política española y del tiempo que necesite el PSOE para reconstruirse. La pugna en el centroderecha entre el PP y Ciudadanos se ha dirimido ya a favor de los populares, al menos en el corto plazo; seguramente por el temor que provocaba un gobierno de ruptura encabezado por Iglesias, al igual que por los errores estratégicos de Rivera.

Junto a una mayor pluralidad, el segundo factor de estas elecciones ha sido la continuidad. El pueblo quiere pacto y cambios de ahí el final del bipartidismo, aunque no a cualquier precio ni de cualquier modo: más y mejores políticas sociales, por ejemplo, pero no promesas inviables ni más carga fiscal ni campañas antieuro; pacto educativo pero no contra los colegios concertados; lucha implacable contra la corrupción pero no dividiendo a la sociedad en buenos y malos, en "casta" y pueblo. Se hablado mucho del enfrentamiento generacional y del debilitamiento general de las clases medias; sin embargo, al final se ha impuesto la moderación que caracteriza a los países prósperos sobre la dinámica de dar por finiquitada la Constitución del 78. ¿Sabrán leer este mensaje nuestros políticos? ¿Estarán a la altura del reto? Si ya la celebración de esta segunda convocatoria de las generales fue un grave error, enrocarse en la negativa a pactar constituiría una equivocación aún mayor, que no dañaría sólo a la clase política sino a la confianza general y a la recuperación del país.

Compartir el artículo

stats