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Columnata abierta

La flor de Escocia no era perenne

No sé qué es peor, si el 'brexit' o las tonterías que escuchamos para explicar el voto de una mayoría de británicos. En primer lugar, aclaremos que hasta España sólo ha llegado una ínfima parte de los argumentos ominosos empleados por la extrema derecha y el nacionalismo xenófobo del Reino Unido. Aburridos como estábamos por la repetición de nuestra campaña electoral, se ha hablado poco sobre la hostilidad brutal, la intimidación, y el olor a naftalina del viejo imperio que ha impregnado el debate sobre la permanencia en la Unión Europea de uno de sus principales socios.

Los referendos los carga el diablo, pero no porque los puede perder quien los convoca. Esto resulta profundamente democrático. El problema mayor no estriba en el contenido de la pregunta, ni en las hipotéticas consecuencias del resultado, sino en el argumentario empleado hasta el día de la votación. Hay que decirlo aunque nos crucifiquen: en esta ocasión las mentiras han sido de tal calibre que sólo han podido triunfar contando con el requisito indispensable de la ignorancia creciente del electorado. Y como la igualdad de todos los votos también es una condición necesaria en un sistema democrático, ya tenemos el belén armado. Esta es la gran paradoja de Europa, y su gran fracaso: a pesar de las crisis, el porcentaje del PIB dedicado a gasto social no ha dejado de crecer en las últimas décadas, especialmente en los países más ricos. Esto se ha traducido en un incremento progresivo de los recursos destinados a sufragar una educación pública, universal y gratuita. El objetivo es garantizar la igualdad de oportunidades e invertir en el futuro y la prosperidad de un país, claro. Pero también se trata de formar sociedades con individuos con más capacidad crítica, mejor informados, y por lo tanto más libres. A pesar de ello, cada vez más europeos abrazan las ideas de la extrema derecha, del nacionalismo exacerbado, y de un populismo para tontos diseñado por tipos listos. Esto es una derrota absoluta del sistema educativo, o al menos de los contenidos de las asignaturas de Historia contemporánea. Regresamos de cabeza al abismo de la primera mitad del siglo XX donde nacieron las grandes ideologías de masas el fascismo, el comunismo y el nacionalismo tan parecidas en sus mecanismos de movilización y en la manera de azuzar los bajos instintos del ser humano.

El líder de la fascistoide UKIP, Nigel Farage, se ha paseado toda la campaña en un autobús con un cartel que decía que el 'brexit' permitiría dedicar a la sanidad pública británica 350 millones de libras más ? ¡semanales! Millones de votantes le han creído, pero cuatro horas después de conocer su victoria en el referéndum aclaraba que era un error, que no era así exactamente. La capacidad de contagio de este analfabetismo político es tan potente que traspasa a toda velocidad las fronteras físicas y políticas. Un representante del populismo de izquierdas en España ha declarado que el 'brexit' es consecuencia de las políticas de austeridad impuestas por Europa. Hay que estar convencido de que "la gente" no sólo no viaja, sino que tampoco lee más allá de un tuit, para establecer esa asociación. Los servicios públicos en el Reino Unido no están colapsados por los recortes, sino por culpa, entre otras cosas, de un sistema descontrolado de beneficios sociales, de los que principalmente se benefician un numeroso colectivo de ciudadanos británicos que no trabajan, pero que son votantes de pleno derecho. Es un dato objetivo: los que mayoritariamente reciben esos subsidios han votado a favor del 'brexit'. Son personas que no aceptan los empleos que sí ocupan los inmigrantes legales, que a cambio pagan sus impuestos como cualquier nacional.

Esto también explica la tibieza de la izquierda británica, y la campaña débil y casi vergonzante desplegada por Jeremy Corbyn en los feudos tradicionalmente laboristas. Esa frialdad ha permitido que calara el argumento más fácil de aceptar por los menos favorecidos: el del enemigo exterior. La culpa de todo la tienen otros: Europa, los inmigrantes, el gran capital o las multinacionales. Todo ello alentado por una parte de los medios de comunicación, los de más difusión por cierto, que hace años que alimentan sus portadas con historias truculentas protagonizadas por inmigrantes, como si esa fuera toda la violencia que padece el Reino Unido, y los pelirrojos tatuados que están armando cada día un pollo en la Eurocopa de fútbol fueran nacidos en Pakistán.

Por su parte, David Cameron se ha tomado su mandato como si fuera una larga visita a un casino, o un Wimbledon donde todos los puntos fueran match ball. Fue subiendo la apuesta pensando que la flor de Escocia en su culo era de naturaleza perenne, y le permitiría reforzar su liderazgo. Los costes del último órdago no se deben medir en términos económicos, sino de cohesión social. Deja un país partido en dos, fracturado entre el norte industrial pobre y el sur rico de servicios, entre los pensionistas preocupados por la salud que les queda y los jóvenes inquietos por su futuro, entre territorios que han votado a favor y en contra de la permanencia en la UE. Un país moderno y de acogida que ahora enarbola un rancio pasado colonial, con argumentos que desprenden un tufo militarista y a superioridad étnica que avergüenzan a muchos británicos. El referéndum deja un sociedad en la que "la gente" se sube al tren y trata de adivinar lo que ha votado el que se sienta en frente. Exactamente eso es lo que consigue el populismo, que ha conseguido un triunfo indiscutible en el Reino Unido, y quizá en el resto de Europa.

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