Entre los extraordinarios alcances de la fantasía humana uno de los más sorprendentes es la subversión de su propia biología. Varias fuentes fiables revelan una tendencia ascendente de operaciones de alargamiento de huesos en ambos sexos para ganar altura, de aumento y reducción de pecho en las mujeres y de agrandamiento de pene en los hombres.

A estas intervenciones de distinto grado de importancia quirúrgica, casi siempre irreversible, se suman los piercing y los cada vez más difundidos tatuajes. Cada una de estas intervenciones conlleva daños y riesgos. Los riesgos quirúrgicos del agrandamiento de pene, el alargamiento de piernas, los achicamientos y agrandamientos de pechos coexisten en la bibliografía médica con la incidencia de cáncer de piel en los tatuajes o infecciones provocadas por los piercing.

Sin embargo, el común denominador de estos fenómenos que están aumentando vertiginosamente está relacionado a un aspecto de la vida psíquica universal que siempre ha estado ahí. Se trata de la necesidad del reconocimiento como alimento de la autoestima.

A este rasgo general, la psicología clínica le agrega dos variables. La primera es el hecho de que en algunas personas la exigencia es tan grande como para verse arrastradas a esfuerzos y riesgos extremos para alimentar su sensación de ser valorados, y la segunda es el rápido incremento actual de la cantidad y atrevimiento de las intervenciones por estética.

Respecto a la primer cuestión, la de los diferentes grados de confort o insatisfacción que distintos individuos tienen consigo mismos la explicación psicológica se remonta a la época de la infancia en que se forma lo que Freud llamó "ideal del yo", que es una mezcla de la idealización de los padres que se constituyen en modelos y de los ideales sociales. En algunas personas ese ideal se transforma en un tirano insaciable que llevan dentro de sí y que lo proyectan en los demás haciendo que sean tímidos e inseguros. No siendo consientes de que solo se trata de autoestima, cuando ese sentimiento de imperfección recae sobre el cuerpo la compulsión a modificarlo cortarlo, agrandarlo, achicarlo o tatuarlo para complacer supuestos ideales parece estar rompiendo muchas fronteras que marca la propia anatomía.

La segunda cuestión es histórica. Se trata de explicar por qué se han disparado ahora intervenciones más cruentas y atrevidas. Entre las diversas causas posibles sin duda está el avance espectacular de la tecnología médica y la promoción mercantil de esta. Cuestiones que antaño solo podían ser fantasías se vuelven posibles. Un reflejo de este fenómeno se observa en la inseminación artificial y embarazos "a la carta" o la transexualidad que se ha hecho posible por la síntesis de hormonas y la tecnología quirúrgica.

Independientemente de toda consideración moral, lo que estamos presenciando podría considerarse una subversión de las fronteras biológicas. Ya no hace falta una pareja de hombre y mujer para acceder a la maternidad, de la misma manera en que senos y penes pueden ser modificados a voluntad. Sin duda no está lejos el acceso a la ingeniería genética para concebir niños a gusto del cliente.

Pese a todo, desde el punto de vista psicológico, se trata siempre de lo mismo: la esclavitud que supone el deseo de ser amado. Susan Sontag, escritora, y directora de cine estadounidense dijo: "No está mal ser bella; lo que está mal es la obligación de serlo".

*Psicólogo clínico