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Políticos y escritores a la greña

Podrán preguntarse, con toda razón, a qué vendrá juntarlos siquiera en el título cuando algunos de los primeros sólo leen el Marca y, en cuanto a los segundos, es frecuente que pasen de los anteriores como de la m? Sin embargo, tienen en común más de lo que podría suponerse y de esas similitudes trato hoy: muchos de la misma cuerda no se pueden ver entre ellos y, por sobre todo, el ego aplasta a una buena parte.

El parecido entre ambas profesiones (los políticos también profesan, y a poder ser de por vida) tiene que ver con lo que sugería Borges en su relato El milagro secreto: miden las virtudes de los demás por lo que hayan hecho, pero los méritos propios, en cambio, deberán juzgarse por lo que planean, magnífico aunque nunca llegue a puerto y se trate de un próximo libro o del programa electoral. Ambos proyectos deberán concitar elogiosas expectativas desviadas hacia su persona por ese adanismo que suelen compartir, al igual que las envidias y rencores hacia más de un colega a quien herirán con la lengua a la mínima ocasión. No es preciso que militen en distintas formaciones o, caso de los escritores, que cultiven distintos géneros para ponerse a bajar de un burro, explícitamente o con más o menos rodeos. Así, que todos los partidos denosten de Rajoy y éste (o sus voceros, dadas las dificultades comunicativas del citado) les pague con igual moneda, entra en lo previsible, pero adviertan las cargas que le lanzan Aznar o doña Aguirre, las tensas relaciones de Sánchez con Susana? Y si bien hay ejemplos viperinos que van de uno a otro oficio baste recordar la reciente opinión de Félix de Azúa respecto a Ada Colau, son las interioridades en el seno de cada grupo lo que induce a equipararlos a propósito de la excluyente siempre lo es egolatría con la que suben al pedestal aprovechando cualquier oportunidad. Desde ahí, basta ser manco para creerse la Venus de Milo (escribía Malraux) y, caso de que sus mediocres logros se cuestionen, será siempre el resultado de una conspiración planeada para opacar su brillo.

Por lo que respecta a los escritores, llevo años anotando algunas de sus opiniones sobre otros que gozan o merecieron en su día por lo menos de parecida popularidad a la suya, y expresadas con tal agresividad que permiten suponer en ellas un sustrato distinto al del mero desacuerdo estilístico. Como los encarnizamientos entre políticos, repito, y he aquí algunas sin desperdicio. Para empezar con extranjeros de reconocimiento universal, Schopenhauer llamó a Hegel soplagaitas y filósofo de pacotilla; Sastre era para Orwell "una bolsa de aire" y Borges, esquinado él, consideraba a Lorca un poeta menor, Benet era "alguien que no sabe escribir" y ponía de vuelta y media a Cortázar a la menor ocasión. Dámaso Alonso era para Neruda "un hijo de perra" y Bioy Casares no paraba en minucias: Mújica Laínez "un mariquita cursi", y Mallea "un figurón". Más recientemente, Lobo Antunes llamó a Saramago "pobre inútil" y, en cuanto a Pessoa, sentenció que es difícil ser buen escritor sin haber echado un polvo en su vida.

Y de referirnos a autores españoles, no les van a la zaga. Quevedo dedicó a Góngora los versos que comenzaban con "Almorrana eres de Apolo?" y Juan Ramón Jiménez, según Biedma, sólo "un señorito de pueblo", aunque entre los peor parados figure Emilia Pardo Bazán, una pobre idiota para Baroja y Galdós la tildó de "chocho viejo", invirtiendo los términos de viejo chocho con los que ella se refirió un día a don Benito. Por lo demás, era sabida la mala uva de Umbral, Cela o, más acá y por no seguir, la animadversión que se profesan Trapiello y Gimferrer, Marsé y Goytisolo?

¿A qué todo lo anterior, se trate de escritores o políticos? Pues se diría que la fama o el poder es, para un porcentaje significativo de ellos, un espacio limitado donde no convienen, por peligrosas, las apreturas, de modo que permanecer arriba precisa del insulto, equiparable a un empujón para hacerse con el sitio. Después de mí, de nosotros, como afirmó Madame de Pompadour, el diluvio; ya nos podemos ir haciendo a la idea y, por consiguiente, convendrá aceptar sus modos para evitar algo peor siquiera por lo que respecta a los políticos y aceptar como veredictos diagnósticos con afán constructivo que se llamen fascistas, populistas, casta, demagogos, embusteros, en singular doncel tontuelo (Cela a Muñoz Molina) o simplemente, como Cernuda a Dámaso Alonso, sapo. Y si es cierto que los llamados intelectuales tienen entre otras misiones la de mostrar nuevos caminos, no ha de pasar mucho tiempo antes de que los próceres hoy en liza hagan suyos algunos de los piropos que los letraheridos se dedican.

Después, todo caerá en el olvido; se disiparán las polémicas, ofensas e improperios y quedarán las obras, meritorias algunas y otras, como suele decirse, para mear y no echar gota. Aunque algunos las echen y, desde su posición, puedan caernos encima sin más opción que esperar al siguiente: libro o equipo de Gobierno. Aunque el primero tenga la ventaja de que puede pasarse por alto o regalarse al vecino sin abrir.

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