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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Palma, la ciudad orinada

Recorro el Paseo Mallorca de cabo a rabo, ida y vuelta por ambas márgenes de la Riera. Ni uno solo de los pilones está libre de una concentración de orines que pronto amenazará su estructura. Si fuera una playa, se le retiraría de inmediato la bandera azul de la UE por exceso de contaminación. El aspecto del conjunto es deplorable, y supongo que coincidimos en que nos referimos a uno de los enclaves donde Palma se juega su prestigio. Un futuro arqueólogo no atribuirá la suciedad a una degradación lacerante del civismo, sino a una prueba de sensibilidad encomiable hacia los animales, excluidos los mamíferos de dos patas.

En una deducción no muy atrevida, los perros que han decorado generosamente el Paseo Mallorca habitan el vecindario. No podemos descartar una venganza de los siempre resentidos barrios bajos, pero no se ha detectado un flujo de canes refugiados hacia el sur de la ciudad. Si pertenecen a la señera barriada, sus orines poseen una calidad muy por encima de la media de su especie, y puede considerarse que mejoran la superficie mineral que riegan con generosidad. Algún desalmado argumentará que esta urea enriquecida por una alimentación propicia no justifica el actual estado de los alrededores, pero aquí solo escribimos para inteligencias emocionales.

La ciudad orillada ha dado lugar a la ciudad orinada. Una encuesta demostrará que ninguno de los vecinos con perro es responsable del ensuciamiento urbano. El urinario son los demás. Sin embargo, podemos aventurar que los perros van acompañados de sus dueños en el momento de la ceremonia. Aunque de momento se resisten a acompañar a sus mascotas en el desagüe, alguien habría de explicar por qué los humanos no han de contribuir en igualdad de condiciones a la irrigación de los alrededores. ¿Acaso se creen seres superiores, exentos de participar en la forja de la nueva imagen de Palma? Y si les impresiona el selecto Paseo Mallorca, ni se les ocurra acercarse al basurero en que se han transformado las orillas del Parc de la Mar. La mejor ciudad del mundo para vivir, prefiero no imaginarme la séptima.

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