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Jose Jaume

Horadando la entraña del sistema

Es la entraña misma del sistema la que ha sido horadada por Jorge Fernández Díaz con la anuencia, de acuerdo con las grabaciones, de Mariano Rajoy

Es la entraña misma del sistema la que ha sido horadada por Jorge Fernández Díaz con la anuencia, de acuerdo con las grabaciones, de Mariano Rajoy. Lo sucedido no admite componendas: el presidente del Gobierno y el ministro del Interior están inhabilitados para seguir en sus cargos. Utilizar el aparato del Estado, la fuerza coercitiva de la que dispone, para espiar primero y violentar después a los adversarios de otros partidos con el propósito de obtener réditos políticos, es más letal que cualquier delito de índole económica por una razón: corrompe la estructura básica del ordenamiento democrático, vulnera la ética en la que se asienta. Cómo puede el ministro Fernández Díaz comparecer el domingo para dar cuenta de los resultados de las elecciones. Legítimamente, cualquiera, después de lo conocido, tiene licencia para cuestionar la veracidad de la información que suministre. Además, Fernández Díaz compromete de lleno a Rajoy, de quien asegura que está al tanto de todo (¿cómo podría ser de otra suerte?), añadiendo que su interlocutor no ha de penar: la discreción del presidente es absoluta, ha trabajado a su vera un cuarto de siglo, da fe de que lo que hace su mano derecha lo desconoce la izquierda. No nos andemos con remilgos: un comportamiento mafioso, propio de delincuentes.

Sorprendentemente o no, Jorge Fernández Díaz no solo no dimite, sino que asume el papel de víctima, lo que añade más escarnio a su despreciable actuación, porque que el ministro del Interior sea espiado en su despacho oficial, que se graben sus conversaciones, es delirante: exhibe la incapacidad para el cargo, más allá de condecorar a cuanta virgen y cofradía se le pone a tiro. El católico Fernández Díaz, el piadoso ministro que se recoge en el Valle de los Caídos para meditar sobre las tribulaciones de este mundo, es el incompetente que es puesto a los pies de los caballos por las camarillas policiales que pululan en el ministerio del Interior; el indigno ministro que desprovisto de cualquier atisbo de ética democrática practica la guerra sucia contra los adversarios políticos, tampoco tiene escrúpulo en cuartear desde el poder el ordenamiento constitucional que ha jurado salvaguardar. Eso es lo que tenemos a poco más de 48 horas de que las urnas se abran. Fernández Díaz será el encargado de garantizar el orden, de que la jornada electoral discurra con tranquilidad, sin sobresaltos, haciendo posible que los ciudadanos ejerzamos el derecho al voto. Qué sarcasmo tener que confiar el desarrollo del fundamental derecho democrático, que es el de votar libremente, a un ministro que ha quedado inhabilitado para el cargo.

Cuando Mariano Rajoy, el miércoles, en Sóller, no solo defendió a Fernández Díaz, sino que garantizó su continuidad, protagonizó su público suicidio político: sea cual fuere el resultado de las elecciones no podrá seguir en la presidencia del Gobierno. No hay partido político que acepte votar su investidura. Puede aspirar, eso sí, a continuar en funciones, lo que, en el fondo, es su secreta aspiración: prolongar otros seis meses, hasta final de año, la interinidad en la que se halla España. A Rajoy no tener que responder ante el Congreso de los Diputados le sabe a gloria. No le incomoda verse incapacitado para remitir proyectos de ley a la Cámara. Lo que le priva es continuar aposentado en el Palacio de la Moncloa sin pechar con las dificultades de gobernar en minoría. Presidente del Gobierno en funciones. El estado ideal de Rajoy Brey. Las grabaciones a Fernández Díaz han supuesto un incómodo contratiempo, despachado por Rajoy con un aquí no hay nada más que algunos interesados en hacer ruido. Hay que convenir que si al presidente en ningún momento se le pasó por la cabeza dimitir cuando envió los mensajes a Bárcenas, los "Luis, sé fuerte" y "hacemos lo que podemos", ahora no hay ni el más endeble argumento para que seriamente se tenga que plantear no ya prescindir de su incondicional colaborador, el amigo con el que ha trabajado desde los inicios de la década de los noventa del pasado siglo, sino optar por desaparecer de escena, que, sin embargo, es lo que a partir de lunes se le demandará; pues, insistamos en ello, Mariano Rajoy no tiene ninguna posibilidad de obtener la investidura, salvo que el PP se haga el domingo con la mayoría absoluta. Pensar en alcanzarla es poseer la fe del carbonero; ni con ella es suficiente para materializarla.

Ahora adentrémonos en el asunto de las camarillas policiales que han carcomido la estructura del ministerio del Interior. Tan llamativo como la indecencia perpetrada por Jorge Fernández Díaz es el desbarajuste, la guerra interna, que se vive en la cúpula policial. Se supone que el ministro del Interior y el director general de la Policía, Ignacio Cosidó, un hombre tan inquietante e incompetente como Fernández Díaz, han de poner orden evitando que en las alturas de los cuerpos policiales se desate una guerra de guerrillas, que tiene episodios tan alucinantes como el de poder grabar las conversaciones que el ministro protagoniza en su despacho oficial. Dada la toxicidad de la que mantuvo con el responsable de la oficina antifraude de la Generalitat de Cataluña, otro pájaro de cuidado, un hombre, por lo que se comenta, cercano al democristiano Duran Lleida, al que los ciudadanos del Principado han enviado al ostracismo junto a su partido, Uniò, que va de costalazo en costalazo desde que rompió con Convergència, no hay forma de entender que no se tomaran las debidas precauciones, salvo que la trifulca policial haya escalado tanto que los micrófonos ocultos crezcan como setas tras las lluvias de otoño en el ministerio del Interior. Es descorazonador constatar la ruina que amenaza al ministerio encargado de la seguridad de la ciudadanía, aunque, eso sí, muestre gran diligencia al aplicar las disposiciones de la norma auspiciada por Fernández Díaz, la ley mordaza.

Al ministro, alguien caritativo, imbuído del mismo espíritu cristiano que adorna a Fernández Díaz, debería recomendarle que lo deje, que se evite el bochorno de aparecer el domingo en televisión para dar cuenta de lo acontecido.

Acotación al margen. Para bochorno y manipulación el de TVE: no ofreció las grabaciones. Rajoy dice que quiere que TVE se parezca a la BBC. El sarcasmo del presidente es inextinguible.

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