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Norberto Alcover

Más allá de la planicie

Dentro de nada, conoceremos la orientación que los españoles habrán querido darle a España. Faltará determinar las últimas coaliciones entre partidos, detalle absolutamente relevante, pero la planicie en que nos movíamos desde la Transición, habrá sido sustituida por un paisaje diferente, donde montañas, valles y praderas también, nos obligarán a mirar con muchísimo cuidado por dónde nos movemos, no sea que se destape algún volcán durante largo tiempo aquietado y tranquilo. Habrá comenzado un tiempo absolutamente nuevo y diferente, que arrancara en Grecia hace un tiempo, a raíz de una crisis socioeconómica cuyas consecuencias nunca pudimos imaginar. Nada será ya igual. Y por supuesto, los discursos añejos de nada servirán en el nuevo Parlamento que suceda al crack electoral. Palabras nuevas para momentos inesperados?o menos esperados.

Y uno se pregunta, casi en vísperas de las urnas, qué será de nosotros dentro de pocos días, dando por supuesto que no se repita el inaguantable impasse de los últimos meses. Todos saben a qué me refiero. Nadie desconoce quiénes son los protagonistas. Solamente algún cegato piensa que las personas son bultos irrelevantes. Incluso los mediocres líderes de los partidos tienen que estar estremecidos de angustia ante el panorama que se les echa encima: si ganan, porque deberán administrar la victoria en extrañas compañías, y si pierden porque sus mejores militantes no se lo perdonarán jamás. En cualquier caso, un laberinto por el que solamente podrá zigzaguear airoso quien experimentó de antemano lo que nos sucede. Habrá puesto pie, en cualquier resultado, en el poder. Que esto es lo perseguido más allá de gritos callejeros y mentiras sin cuento. El poder. La capacidad de cambiar España al coste que sea. Una aventura hace pocos meses inimaginable.

Por lo tanto, se hace necesario pensarse muy despacio a quién entregamos el futuro de España, porque de esto tan tremendo y sencillo, tan espectacular como subterráneo, se trata. Todo lo demás es secundario, incluso los daños colaterales, que pueden resultar numerosos y no debiéramos olvidar. Qué España queremos y deseamos según las reglas del juego en que nos movemos en estos momentos, sin caer en la frivolidad de pensar que todo se cambia de un plumazo, en base a los principios que tengamos. Somos donde estamos, aunque nos disguste estar donde somos. Votar, así, se convierte no solamente en un soberano ejercicio de ciudadanía porque también y sobre todo en la autodefinición que cada uno tiene de sí mismo en este país concreto y en un instante concreto de su vida. Nada de subterfugios. Sobran las figuraciones iluminadas que solamente nos acabarán conduciendo al desastre más descorazonador. Para luego maldecir a quienes nos señalen como una pandilla de insensatos. Confusión. Sueños. Ardiente oscuridad. Y al final, una luz inevitable. La que sea.

Si el socialismo se hunde, una parte de España se habrá hundido en perjuicio de de la llamada socialdemocracia. Si los populares son incapaces de formar gobierno como ya sucedió. Entonces sobrevendrá una situación de ingobernabilidad nacional, se diga o se calle. Si esos ciudadanos de origen catalán no medran, será en desgaste de las posibilidades de un futuro coaligado. Si los profesores universitarios radicales tocan poder, se abren tantas salidas que se hace imposible predecir algo medianamente razonable. Hay que saber, por lo tanto, qué piensa hacer cada uno antes de las urnas para que no nos sorprendan con amistades postelectorales de sumo peligro y absoluta improvisación. De coaliciones contra natura, nada de nada. De pactos bajo mano, lo mismo. Si somos capaces de salir adelante en esta ocasión, seamos inteligentes y no nos salgamos por la tangente. Mejor volver a votar que sumergirnos en un caos de abrazos mendaces. Solidaridad, sí. Desesperación, no.

La planicie se acabó. Montañas, valles y hasta praderas, pero la planicie se acabó. Es el momento de la sensatez, no de la improvisación. Es el momento de mirarnos a la cara uno a uno y determinar el voto en función de las consecuencias que deseemos. Más allá de la planicie.

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