os que me conocen saben la lejanía ideológica que mantengo con el negro periodo de cuarenta años que murió al tiempo que el dictador; los que han tenido la paciencia y el buen ánimo de leer alguno de mis pensamientos, que este periódico tiene a bien incluir entre sus páginas de cuando en cuando, habrán podido conocer la postura que mantengo en cuanto a la necesidad de sacar de la cunetas, hoyos y pozos a todos aquellos que jamás debieron ser arrojados a aquellos lugares y que fervorosamente sostengo que mientras mantengamos esos sitios de vergüenza no cauterizaremos definitivamente aquella llaga heredada del siniestro período de masacre compartida; en mi familia también hemos tenido alguna persona victima de la dictadura, y aún anidan en mi memoria las historias de mi madre en la Pollença de su juventud donde se podía morir cualquier amanecer por jugar mejor al fútbol que otros justo al principio de aquel conflicto, pero eso no me sitúa en mejor o en peor posición para sentir más o menos, en intentar comprender a todos aquellos que les unía con cualquiera de aquellas víctimas lazos de familia, amor o cariño durante la asonada del verano del 36; no le colocaré a aquel conflicto el calificativo de civil, pues fue un tiempo donde lo que campo a sus anchas entre nosotros fue precisamente el incivismo más salvaje. Algo no anda demasiado bien cuando hay que dar tantas explicaciones para que no le coloquen a uno en el lado equivocado en eso que se ha venido en llamar el espectro político.

Soltada la parrafada anterior, me gustaría decir que ya me está pareciendo simplemente monótono y sin sentido que un determinado monumento sea causa de tanta palabrería, en ese constante analizar la espuma cuando lo que debiéramos catar es la esencia de la bebida misma, con opiniones tan diversas como aparentemente sesudas, cada uno contando y cantado las alabanzas de sus propias convicciones y visiones sobre y de aquel monumento.

Para mí el tan traído y manoseado monolito forma parte de mis días de infancia y conforma el telón de fondo de inacabables juegos de niños y de no menos eternos partidos de futbol; fíjense que terrible pecado. Como niño lo que me impresionaba en mayor medida era saber que algunos de los que se habían ahogado en un barco del que prácticamente no conocía nada eran chavales solo con unos pocos años más que los míos propios, y con nombres como los de mis compañeros de balón; Francisco, Antonio, Miguel, Guillermo, José. Es comprensible que se haga muy cuesta arriba el asumir que existen personas que quieren hacer desaparecer el recuerdo nueve niños y de los restantes 753 hombres que se hundieron junto a ellos, porque consideran que la memoria de aquellos ensucia la memoria de otras víctimas; quiero pensar que estas últimas, cuya razón y existencia es utilizada para desmemoriarnos a todos de aquellos nueve niños junto con los que se fueron al fondo del mar con ellos, serían los primeros en no querer ser reconfortados así, con homenaje que tuviera que elaborarse con el desconfort de otros, porque la muerte cruenta une tanto a los muertos, sin distinción de condición, rango y procedencia, como la vida continuada desune a los vivos.

Desciendo de ramas familiares de gente de mar y la gente de mar no pregunta cuál es la condición del náufrago, necesitado de ayuda, antes de lanzarse en su auxilio; la filosofía de esas gentes es tan parca como práctica, uno se tira al mar porque es lo que hay que hacer, porque es lo que se espera de él, y ya está; sin aspavientos, sin alharacas. En mi escala de valores la gente de la mar ocupa un lugar elevado, y los que se ahogaron en aquel naufragio eran en su mayoría solo eso, gente de la mar.

Ahora ya no se puede jugar al fútbol junto a aquel monolito y yo tampoco estoy ya para glorias futboleras, pero me sigue impresionando el pensamiento de aquellos nueve niños, que como muchos otros, nunca llegaron a viejos y me fijo en la leyenda que ahora se halla junto a él, que dice "Este monumento fue erigido en el año 1948 en recuerdo de las víctimas del hundimiento del crucero Baleares, durante la Guerra Civil (1936-1939). Hoy es para la ciudad símbolo de la voluntad democrática de no olvidar nunca los horrores de las guerras y las dictaduras. Palma 2010". No veo como tales palabras puedan dar lugar a despliegues de indignación por parte de nadie, más aún no entiende quien puede estar en desacuerdo con la segunda parte del mensaje.

Así que ya ven, no escarmentamos; cual Juana la Loca seguimos trajinándonos nuestro muertos a través del yermo de nuestra humana incomprensión, para arrojarnos, todavía hoy, su memoria los unos a los otros sin escrúpulo ni vergüenza, cuando lo que hay que hacer es simplemente respetarles a todos por igual; no más, no menos.

Se comenta y se dice por ahí que el demoler aquel monolito puede conllevar un gasto al erario público que va desde los 50.000 euros a los 170.000; dineros que quizá tuvieran mejor uso, si realmente que se quiere prestar el mejor servicio a las víctimas de la dictadura, siendo dedicados a llevarles al lugar que su deudos decidan para ellos, que no son cunetas, ni fosas comunes.

Y es que los muertos de un conflicto, del tipo que sea, no pueden sentirse más o menos muertos según su procedencia o su pertenencia porque todos ellos les une para siempre la misma condición; todos son víctimas de la sinrazón humana. Esa consideración me inclina a la incapacidad de entender que para recordar a unas víctimas mejor haya que olvidar a otras, igual de involuntarias, igual de estimadas por sus deudos, igual de respetables en su forzada partida de este mundo, en esa especial operación algebraica-memorística que tan de moda está y que convierte en buenos o en malos a las personas según el lugar en que las cayó en suerte estar en un determinado momento histórico, de eso también tengo historia familiares que les ahorraré, circunstancia aquella sobre la que pocas de aquellas personas tuvieron pobre o tan siquiera alguna posibilidad de decidir.

Así que, si queremos honrar a los muertos, hagámoslo pero sin restas, sin divisiones, sino sumando, en conjunto, porque, como no me cansaré de insistir, las víctimas son de todos y nadie tiene registrada su propiedad exclusiva en ningún lugar.

* Abogado