Dicen que la denominación "tormenta perfecta", que para sorpresa de algunos dio nombre a la película y no al revés, se les ocurrió al meteorólogo estadounidense Robert Case y su equipo del National Weather Service, en el año 1991, debida a la conjunción de una serie de factores, que no viene al caso detallar aquí. Esa conjunción de circunstancias que dan lugar a esas "tormentas perfectas" también se observan en la existencia diaria de la ciudadanía toda, provocadas por otra fuerza de la naturaleza todavía más impredecible, pero no menos letal que aquella, como es la condición humana. También en estos casos se da una conjunción de circunstancias que quizá, y solo quizá, por separado no conllevarían más que una ligera "inestabilidad" pero que reunidas, aliadas, puestas en funcionamiento al unísono, son causa de tragedias como la sucedida en el Estado del sol perenne.

En este caso, pero no solo en éste, barrunto que se han dado tres claras conjunciones letales, aunque quizá haya alguna más, las dos primeras, por ventura son una sola pues ambas descienden de la misma sin razón; la homofobia y la intransigencia religiosa como estandarte de un igual odio. La tercera es de corte más administrativo, más burocrático, como es el acceso a que cualquier persona, recalco lo de cualquier persona, tiene para hacerse con arma en ciertas geografías que como, es el caso, puede llegar a disparar mil veces sin recargar, lo cual representa en igual medida un avance sin duda técnico y una inmersión en las profundidades de la inmoralidad. Si a esos tres factores les añadimos la posibilidad de una cabeza escasamente amueblada o simplemente vacua de cualquier modesto razonamiento convendremos en que lo raro, lo inusitado, no es que ocurran tales tragedias, sino que no sucedan. Esos tres ingredientes serán seguramente objeto de debate, cargando la responsabilidad de lo ocurrido, ahora sobre uno ahora sobre otro, según cada particular visión; buscando la conveniencia de cada convicción.

Al parecer, el padre del masacrador, intenta tranquilizar al público, exponiendo que a su hijo no le conduje a tomar tal decisión su religión islámica, sino el ver a dos hombres besándose en su ciudad (el asesino hubiera tenido una vida plena de oportunidades entre los políticos de la era soviética, quienes no perdían ocasión alguna para hacer lo propio) sin que parezca ser capaz de comprender el señor Matten senior, que el odio al diferente anida tanto en el homófobo como en el yihadista; no consigo ver consuelo explicativo alguno en la distinción entre las consecuencias de uno de esos odios y las del otro cuando éstas son las mismas: la muerte del diferente. Entendería el razonamiento paterno si en la religión que profesaba el acribillador se exigiese a sus adeptos respeto por todos los seres humanos, sin distinción de preferencias sexológicas, pero, salvo que yerre este escribidor, creo que la realidad es más bien la contraria; a vuela pluma creo recordar que la pena de muerte está establecida para los homosexuales en países de larga tradición islámica como Irán, Arabia Saudita, Mauritania, Sudan y Yemen, estos acompañados en mayor o menor medida en caso otros setenta estados, con el común denominador de descansar tales leyes en las morales basadas en creencias religiosas; no debiéramos olvidar que en algunos estados de la Unión las leyes antisodomía siguieron vigentes durante buena parte del pasado siglo y aún adentrándose en éste, en el propio estado que ha sufrido el atentado se ha tenido que levantar el veto que prohíbe a los homosexuales donar sangre.

Así que en esa concreta concurrencia de dos fobos aparentemente distintos, pero simbióticamente ligados, deben reconocer muchos recalcitrantes parlanchines y algunos voceros de la solución radical contra todo lo que huela a distinto, incluso algún bien pensante, su parte prorrateada de responsabilidad en lo sucedido en Orlando; sin duda ninguno de ellos apretó el gatillo (Hitler no condujo personalmente a ningún judío a una cámara de gas) pero si han vertido desde condenas y anatemas hasta palabras suaves pero también cargadas de perjuicios, y es que existen opiniones, manifestaciones, predicas religiosas y hasta políticas que son escuchadas con fruición por oídos anhelantes de percibirlas y que buscan ellas la explicación a lo que desean hacer. Volvemos casi al principio, la condición humana mata a veces mucho más que ése arma que dispara sin descanso un millar de veces.

Como siempre en estos casos echo en falta la aparición de voces dentro del Islam, que no solo condene la masacre, sino que además condenen el "razonamiento" que llevó al matarife a llevar adelante su acción depredadora, con rotundidad pero también con objetividad, destacando, si tal es cierto, que el islam condena tanto las matanzas, todas ellas y no solo algunas, apoyadas en una interpretación errada del Corán, como las carnicerías perpetradas por la elegida sexualidad de las víctimas, porque quien calla, admite.

Pero, por favor, no nos sintamos pulcramente a demasiada distancia de esas directivas homófobo-religiosas que han llevado finalmente a Omar Matten a dirigirse a un club de Florida y empezar a masacra a la gente que estaba cometiendo el horrible pecado de divertirse en aquel lugar; en nuestro lares también tenemos pregoneros de la "infamia que representa la homosexualidad", algunos de ellos también formando parte del clero, solo que esta vez no se trata del islámico, quienes peroran con palabras y frases, quizá no tan estrepitosas pero igualmente insinuantes y sinuosas en el señalamiento del "nefando vicio". El mal se mueve a veces mejor en la ambigüedad que a plena luz.

Ahora todo son preguntas, ahora todos nos cuestionamos: ¿cómo se puede llegar a tal barbarie?, ¿cómo a ese nivel de desprecio por la vida humana? Les voy a decir lo que pienso: lo que se ha llevado por delante cinco decenas de vidas en Orlando, no es un fusil más menos bien diseñado, sino las palabras, las ideas vertidas en un cerebro inadecuado. Lo que lo que mata finalmente no son las armas sino las palabras que pueden ser disparadas más veces que el arma usada por el asesino y que, con su mortífera carga, pueden seguir matando indefinidamente sin necesidad de ser recargadas. Son realmente esas palabras cargadas de odio, repletas de maquillada grandeza moral, de falsa seguridad en lo correcto, en lo justo, escuchadas por el asesino de Orlando, lo que le proporcionó el arma del crimen.