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El punto de partida

La finalidad de las elecciones generales en España consiste en que los ciudadanos seleccionen mediante votación a los miembros del parlamento entre los candidatos presentados por los diferentes partidos y que, en segunda instancia, utilizando la misma técnica, los diputados del Congreso elijan al presidente del gobierno. Pero, además de ser el procedimiento característico de la democracia para adoptar decisiones colectivas, es claro que la celebración de elecciones tiene mucha sustancia política. Por un lado, suscita una competición más o menos civilizada de partidos, ideologías y programas y, por el otro, ofrece a los ciudadanos una oportunidad única para expresar sus preferencias y marcar la pauta del futuro inmediato. Aún más, cada proceso electoral adquiere un significado político específico. Así como las elecciones de 1982 se recuerdan por registrar la primera victoria socialista y, en consecuencia, la primera alternancia en el gobierno de nuestra democracia, el balance histórico de las elecciones de diciembre es la configuración de un sistema multipartidista con una aritmética por completo inédita, que sólo se parece a la resultante de las elecciones inaugurales de 1977.

Las próximas elecciones se han convocado para que, por fin, se forme un gobierno, si es posible respaldado por una mayoría parlamentaria estable. Los electores están concentrados en decidir sobre ese asunto y por eso muestran tanto interés en conocer la actitud de cada partido hacia las posibles coaliciones. Hay varias opciones preferentes, los descartes son explícitos y quedan dudas sobre si habrá acuerdo entre determinados partidos. En cualquier caso, se da por seguro que no habrá terceras elecciones. Para algunos, partiendo del supuesto de que el resultado será muy aproximado al de diciembre, la situación se reduce a ver si gobernará una coalición conservadora o una coalición progresista.

Pero de repente las elecciones han adquirido una nueva dimensión. El voto de los ciudadanos va a estrechar el margen de los partidos a la hora de formar un gobierno, pero igualmente los electores van a asignar una posición jerárquica a cada partido y al iniciarse la campaña electoral las encuestas anuncian que sin haber variaciones importantes en la distribución del voto, habrá sin embargo un cambio en el escalafón parlamentario que puede tener efectos sísmicos en el sistema político. La diferencia la ha puesto la coalición de Podemos con Izquierda Unida. El medio centenar de sondeos publicados desde diciembre hacen unas estimaciones de voto cuya media oscila punto arriba, punto abajo, en torno al resultado de las pasadas elecciones. Todas ellas coinciden en apuntar, de manera cada día más firme, que la coalición de izquierdas superará en votos y en escaños al PSOE. El hecho, de darse, sólo admitiría comparación con el relevo de UCD por AP en la derecha, tras las elecciones de 1982, con la salvedad de que aquél fue producto de la desaparición previa del partido centrista más que de su derrota en las urnas. A nadie se le escapa que la incidencia del sorpasso en la vida política no se limitaría a la formación del gobierno.

Unas elecciones convocadas para resolver, a la segunda, la falta de gobierno, pueden convertirse en unas elecciones históricas, que establezcan un antes y un después en la política española. Los electores deben hacerse cargo de lo que está en juego. Y parece que perciben el peso de la responsabilidad. Los electores de centro izquierda, los concernidos más directamente por esta incertidumbre, son los que más tribulaciones padecen con su decisión, los que se están tomando más tiempo para decantarse, aquellos que más piensan en la utilidad de su voto. Entre ellos hay que contar los que se abstuvieron en diciembre y se plantean volver a votar.

No será una campaña anodina, ni mucho menos. Será muy televisiva, para seguir confortablemente desde el sofá, y una gran batalla política. Podemos se ha puesto la corbata e intenta hacerse respetable. Ha entrado en campaña como una gran ola que lo inunda todo, con una confianza plena. Todo lo contrario que el PSOE, que se muestra confuso y paralizado. Su lucha ahora no es solo contra Podemos, sino contra las encuestas, un rival muy difícil de batir, y contra el tiempo. Le quedan dos semanas para definir su discurso, reencontrarse consigo mismo y recuperar la confianza perdida. No es imposible. Estamos en la línea de salida y esta será una carrera con alternativas. Lo dicen también las encuestas. Podremos verlo. La democracia española se prepara para vivir uno de sus grandes momentos.

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