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José Carlos Llop

La daga de Tutankhamon

Si me preguntaran por la noticia más importante de la semana, diría que es la confirmación científica de que el hierro de una de las dos dagas de Tutankhamon procede de un meteorito caído del espacio estelar. ¿Con la que está cayendo? Precisamente: con la que está cayendo, ¿qué haríamos sin Tutankhamon? Hace unos meses se nos anunció la existencia de una cámara secreta en la tumba del joven faraón, donde quizá se halle la momia de la bella Nefertiti. Con lo guapo que era Tutankhamon, aquello hubiera sido un concurso de belleza, pero la cosa se fue apagando y nunca supimos si el descubrimiento era una necesidad política de Egipto, o una fantasía arqueológica, que existen y muchas. El hierro de la daga va en serio y es el mismo que el encontrado en el puerto de Mersa Metruh, procedente de uno de los veinte meteoritos que cayeron en la zona antes del reinado de Tutankhamon. Si ustedes hubieran tenido un abuelo como el mío, cuyos relatos pasaban a veces por Mersa Metruh, comprenderían mi alegría. Pero no es necesario. Si piensan en las noticias que nos rodean día a día, como un ejército de orcos gruñendo bajo las murallas, comprenderán que hablar de una daga faraónica de 34,2 centímetros, con mango y vaina de oro y pomo de cristal de roca y de una edad de más de 3.300 años, pues la verdad, tampoco está nada mal.

El problema es que la noticia no es nueva y ya Christine Desroches-Noblecourt en su famosa monografía sobre Tutankhamon, como Christine El Mahdy en su biografía del mismo, la anunciaban. Hablaban de meteoritos, quiero decir. Tengo ante mí una fotografía en color de la daga en cuestión y es de un refinamiento que ya quisiéramos ahora. Pero la aleación de su hoja era un misterio, como rodea el misterio muchos de los aspectos del descubrimiento de la tumba del faraón. Las extrañas muertes de Lord Carnarvon, Howard Carter y algún que otro miembro de la expedición dieron pie a hablar de una maldición y recuerdo de la colocación de venenos en la entrada de la tumba. Venenos que al entrar en contacto con el aire exterior expandían su mortífero efecto como una letal bomba de relojería. A esa leyenda se acogió Hergé en la aventura de Tintín Las 7 bolas de cristal y su misterio de los científicos catatónicos que despertaban al unísono en medio de tremendos dolores. ¿Qué haríamos sin Tutankhamon?

Ahora se confirma la procedencia espacial del hierro de la hoja, cuando los egipcios de la época no sabían trabajar el hierro o eso se creía, pero esta confirmación sólo aporta una cosa nueva. Que estamos perdidos. Por eso es la noticia más importante de la semana y del año. Cuando nos sentimos perdidos miramos hacia la Antigüedad. Cuando nos creemos perdidos regresamos a los clásicos, que siempre reconfortan o por lo menos nos dan una explicación de lo que está ocurriendo. No otro significado tenía el "descubrimiento" de la cámara sepulcral de Nefertiti, mientras podemos contemplar su hermosa testa y rostro en el Museo Arqueológico de Berlín. No otro significado tenía remover todos los huesos de un convento de clausura madrileño en busca de los restos de Cervantes. ¿Y ahora, qué? Ahora toca Aristóteles, lo que crearía una buena fuente de ingresos para la economía griega, tan mermada por la crisis. Se dice que han encontrado su tumba, un acontecimiento que sobrepasa lo filosófico. De ser, quiero decir, porque después resultará que va a pasar con la tumba de Aristóteles lo que pasó hace poco con la tumba de Alejandro Magno: que era la de su madre, dijeron, y vaya usted a saber.

¿Y por qué dice que estamos perdidos? Porque nada es lo que nos dicen que era y nada es lo que tiene que ser. Algunos llaman a eso el reino de Alicia, por el fabuloso invento del presbítero Charles L. Dogson hoy lo encarcelarían por pedofilia, también llamado Lewis Carroll y autor de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Vivimos el tiempo de los soldados naipes, El Sombrerero, El Conejo Blanco, la Reina de Corazones, La Oruga Azul y el Gato de Cheshire. Y en este tiempo el mundo sólo nos ofrece una certeza: que el hierro de la hoja de la segunda daga de Tutankhamon es el mismo hierro que el de una octaedrita de un kilo, bautizada 'Kharga' y hallada en el puerto de Mersa Metruh, al que mi abuelo se refería como Marsa Matruh. Algo es algo.

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