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Memoria

La memoria, en este caso histórica, está de algún modo obligada a recordar sucesos duros y desagradables, a no fulminarlos porque a los alcaldes o concejales de turno les duele a la vista. Pongamos que el dichoso monolito acaba por los suelos, desintegrado por la maquinaria municipal. ¿Qué se soluciona con semejante acto? ¿Borrar la memoria? ¿Es, paradójicamente, objetivo de los recuperadores de la memoria histórica borrar cualquier hito que nos haga recordar que, en concreto, el crucero Baleares fue bombardeado y, por ende, hundido? Por cierto, y ya que seguimos hablando de memoria, o de memorizar, también se podría celebrar una suerte de victoria naval republicana. Simplemente, con darle la vuelta al asunto. En cualquier caso, si borramos del mapa toda señal, tarde o temprano, esa memoria que queremos histórica y más o menos completa, sin atisbos de Alzheimer, acabará hueca, vacía, sin nada que recordar debido al arrasamiento previo al que ha sido sometida por parte de los responsables de las instituciones. En fin, un encefalograma plano. Uno sospecha que esta obsesión en dinamitar la torre de sa Feixina va en contra de lo que los recuperadores de la memoria histórica pretenden, que no es otra cosa que la de recordar, no olvidar. Si fulminan la torre, dentro de varios años sí que podremos hablar de una memoria histórica absolutamente mutilada y, por tanto, falseada. Porque me imagino que se trata de recordar, y no de suprimir. Es como si, con esta actitud dinamitera, los recuperadores de la memoria histórica optasen por la desmemoria, por el olvido. Nunca me manifestaría a favor de conservar eso que llaman monolito. Por descontado, sin su presencia la ciudad seguirá funcionando igual de bien o de mal. Pero sí que no está de más reflexionar sobre el tema. Derrumbar esa señal es otro paso en dirección, y sigo con la paradoja, a la ausencia de memoria.

La historia también es dolor, un dolor que el tiempo templa. Y, sobre todo, una ciudad viva es un lugar que es capaz de acoger distintas sensibilidades, ideologías, creencias y modos de interpretar lo urbano. Una ciudad es asunto de los ciudadanos, y no propiedad de sus alcaldes, que no dejan de ser sujetos efímeros. Una memoria completa y madura no puede purgarse por decreto, ni escoger recuerdos solamente amables. Antes de que naciéramos nosotros, la ciudad ya existía. Si se dinamita la torre, habrá un recuerdo menos. Ni tan siquiera, el republicano podrá explicar a sus nietos o amigos que le visiten que el monumento de Sa Feixina fue erigido como recordatorio del hundimiento de un crucero llamado 'Baleares', en el que murieron casi 800 personas, y que fue bombardeado, precisamente, por el ejército naval de la República. Toda una victoria sobre las huestes franquistas.

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