Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Jordà

Catálogo Ikea

Si lo pensamos bien, muchos conceptos que creíamos inamovibles han dejado de tener sentido desde que entramos en la Era Google (la era que...

Si lo pensamos bien, muchos conceptos que creíamos inamovibles han dejado de tener sentido desde que entramos en la Era Google (la era que se inició a comienzos del siglo XXI y ha sustituido a la Era Gutenberg de la imprenta y la palabra escrita). Simplemente se ha producido una especie de deshilachamiento semántico, como si esos conceptos hubieran perdido forma y color y peso conceptual. ¿Sabríamos definir el alma? ¿O la conciencia? ¿O el deber? ¿Y la lealtad? ¿O incluso la amistad, ese sentimiento que parece endiabladamente fácil de entender, pero no de definir? Vale, de acuerdo, es evidente que son conceptos que siempre han sido complejos, ahora y hace mil años, y para eso estaban la filosofía y la literatura: para intentar ayudarnos a entenderlos. Pero en estos últimos años hemos perdido unas herramientas conceptuales que nos permitían, si no entenderlos por completo, al menos tener una idea bastante aproximada de lo que significaban. Y ni siquiera hacía falta ser una persona culta; bastaba con haber escuchado los Evangelios en la iglesia o con haber oído hablar a algunas personas maestros, tías lejanas, conocidos, abuelos que parecían tener el donde de iluminar las cosas. Ahora, en cambio, todo eso parece haberse perdido: entre memes y selfies y conversaciones a base de emoticonos en whatsApp, hay todo un mundo de ideas y de conceptos que ha dejado de tener sentido. Lo usamos todavía, claro, pero sin saber muy bien por qué, igual que algunos llevamos aún en el coche, al lado del GPS, los antiguas mapas Michelin, ya llenos de polvo.

De ahí que los líderes de Podemos no tengan ningún problema en decir que ahora son socialdemócratas, cuando hace dos días decían que eran comunistas y hace dos más decían que eran bolivarianos y anticapitalistas y antiglobalización y lo que fuese. Da igual lo que digan porque la mayoría de la población sobre todo la que tiene menos de cuarenta años no sabe definir la socialdemocracia ni me temo que sabría definir el comunismo o el anticapitalismo, de la misma manera que tendría muchos problemas para definir la palabra "alma" o la palabra "nación" (eso explica la alegría suicida con que muchos se apuntan al derecho a decidir, otra idea que tampoco sabrían definir con claridad). Y lo mismo pasará cuando los líderes de Podemos vayan cambiando de vocabulario en función de sus intereses, cosa que sin duda sucederá dentro de muy poco. ¿Socialdemocracia? ¿Comunismo? ¿Anticapitalismo? Y qué más da. Para muchos de los usuarios de Ikea y la cito porque Podemos usa para su programa una especie de catálogo de Ikea, la socialdemocracia no se diferencia mucho de esa palabra (Bekväm) que sirve para definir un taburete, o de esa otra aún más rara (Upptäcka) que nombra una mochila con ruedas. Los de Podemos pueden decir lo que quieran: si estas cosas están en el catálogo de Ikea, seguro que son bonitas, baratas, cómodas y fáciles de montar. Y con eso basta.

Ya sé que los electores de todos los partidos tienden a hacer algo parecido compran las ideas porque las consideraban las más bonitas y baratas, pero yo no recuerdo ningún partido que haya cambiado tanto en tan poco tiempo como ha hecho Podemos. Ya sabemos que vivimos en unos tiempos líquidos en los que nada se recuerda y nada deja rastro y todos, desgraciadamente, parecemos encantados de que sea así, y quizá el éxito de Podemos resida justamente en eso, en ser el partido o lo que sea que mejor se adapta a ese mundo líquido y acelerado de los memes y los realities y la teatralización de todo. Todos somos actores y espectadores y todos sabemos que lo somos, pero en política es imposible saber adónde puede llevar un mundo así. Sobre todo si se piensa en que las ideas de Pablo Iglesias y Monedero y también de Errejón, aunque caiga mucho mejor son tan antiguas y pesadas como peñascos: y son ideas del siglo XIX, no conviene olvidarlo, por muy bien camufladas que estén. En ellas no hay mucho respeto a la democracia representativa, ni a la alternancia política, ni a la economía productiva el Estado lo es todo, ni tampoco a la autonomía individual ni a la libertad de pensamiento. El líder supremo siempre tiene razón y siempre hay que darle la razón. Y da igual lo que diga: sea lo que sea, lo aceptaremos como algo bonito y barato que nos hará sentir cómodos. Aunque se llame Upptäcka. O Hagavik. O lo que sea que se oculte detrás de esos nombres.

Compartir el artículo

stats