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Jose Jaume

¿Quiénes son radicales extremistas?

No ceja Mariano Rajoy, y con él todo quien en el PP es interpelado o se topa con la oportunidad de vocearlo, en afirmar que encarnan la moderación...

No ceja Mariano Rajoy, y con él todo quien en el PP es interpelado o se topa con la oportunidad de vocearlo, en afirmar que encarnan la moderación, el sentido común, en contrapartida a los demás, en los que se aposenta el extremismo y la radicalidad o, de no poder adjudicarles tales etiquetas, la inconsistencia y la irresponsabilidad. Rajoy se presenta como la exclusiva opción moderada, la única capaz de gobernar en la España convulsa que, eso lo silencian, en no poca medida es producto de sus cuatro años en el gobierno.

¿Es el PP un partido moderado, alejado de la radicalidad y el extremismo? Hay datos que permiten al menos cuestionar la proclama del presidente en funciones. Un partido moderado, ajeno a la radicalidad, no hubiera aprobado en el Congreso de los Diputados, en contra del unánime criterio de la oposición y de las organizaciones defensoras de las libertades públicas, la Ley de Seguridad Ciudadana, acertadamente conocida como Ley Mordaza, un artilugio legal ideado para cercenar las protestas y, de paso, amedrentar a los periodistas (alguno ya ha sido multado), que otorga a la policía poderes discrecionales para adoptar medidas punitivas sin intervención de los jueces. ¿Un gobierno moderado, alejado de los nefastos extremismos de los que abomina Rajoy, habría posibilitado la aprobación de una ley de esas características? Prosigamos: ¿es tener un talante moderado y ayuno de extremismos un gobierno que confrontado con un gravísimo problema territorial, el de Cataluña, entra en estado catatónico limitándose a interponer recurso tras recurso en los tribunales, incapaz de hacer política y dialogar, que es lo que la situación demanda?

¿Es propio de gobiernos moderados aprobar contra el unánime criterio de los rectores de las universidades españolas, responsables de centros educativos, organizaciones de padres y de la oposición parlamentaria una reforma educativa condenada a la extinción más pronto que tarde? No parece propio de un gobernante que, con la moderación como norma, hace del diálogo el fundamento de su acción política. Al disponerse de la mayoría absoluta, si se es un moderado, ésta se utiliza con mesura, no se impone manu militari dejando que el portavoz parlamentario (Rafael Hernando es cualquier cosa antes que moderado) llene de improperios a quienes discrepan. Tampoco ofrece vitola de moderado alguien tan atrabiliario como el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que ridículamente otorga condecoraciones a vírgenes y no considera lesivo para el Estado de Derecho la utilización de los cuerpos policiales, algunos de sus departamentos, para fines partidistas, al igual que el sinuoso encargado de la cartera de Justicia, Rafael Catalá, quien, disponiendo del inapreciable peón en el que se ha convertido el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, hace política, de la denominada de baja estofa, en la Judicatura.

No es moderado un gobierno, como el del PP, que en el cuatrienio de la legislatura es testigo de una quiebra del sistema institucional, agravada por la inacabable catarata de casos de corrupción, y no reaccione con la requerida firmeza. No puede estimarse de moderado a un presidente del Gobierno puesto en evidencia al divulgarse los mensajes dirigidos al tesorero de su partido, los del "Luis, sé fuerte" y "Hacemos lo que podemos". Mariano Rajoy presume de poder equipararse a los gobernantes de Europa occidental. Cualquiera de ellos, cazado en un renuncio tan flagrante como él lo ha sido con Bárcenas, de inmediato presenta la dimisión irrevocable, al moralmente carecer de alternativas o porque la petición de la oposición es determinante dado su talante moderado. Lo hemos constatado con el primer ministro de Islandia, al que los llamados "Papeles de Panamá" hizo dimitir en apenas 24 horas. Mariano Rajoy, el moderado presidente del Gobierno, en ningún momento tuvo la intención de abandonar. Pillado en falta ofreció una lamentable colección de exculpaciones después de despejar cualquier atisbo de duda sobre su inamovible decisión de continuar en el cargo.

Añadamos a lo expuesto la mentira, una y mil veces repetida, de que el Gobierno baja los impuestos, la nueva cantinela con la que Rajoy y los suyos nos obsequian a diario. La última en afirmarlo ha sido la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, el miércoles, en Palma. El cínico desparpajo de la expresidenta de Castilla-La Mancha le ha llevado a decir que si el PP gobierna volverá a bajar los impuestos. Es el mismo PP que, en el gobierno, ha aprobado la más apabullante subida de impuestos de la que se tiene recuerdo en España. Ahora, a algo más de dos semanas de las elecciones, nos anuncian que los bajarán, que lo volverán a hacer. Otra vez, no es lo propio de un gobierno moderado, alejado de populismos y extremismos radicales, efectuar promesas a beneficio de inventario.

Las derechas españolas, nucleadas en torno al PP hasta diciembre, han entrado en un penoso proceso de recomposición, que se anticipa turbulento. El PP ha dispuesto de todo el espacio, porque no ha surgido ningún partido de extrema derecha capaz de disputarle el voto. Vox nunca ha sido adversario, y en el centro tampoco había nadie con el fuste suficiente para inquietarle. Eso se ha terminado. Ciudadanos, pese a que dé algún que otro signo de debilidad, se ha hecho con una base electoral que le garantiza unas apreciables decenas de diputados, las suficientes para impedir que el PP pueda soñar con acercarse ni tímidamente a la mayoría suficiente para gobernar sin sobresaltos. De ahí que Mariano Rajoy, pese al optimismo que el PP trata de insuflar, lo tenga muy difícil para seguir en La Moncloa. Veremos qué sale de las urnas del 26 de junio. Lo que sea incidirá en el inestable campo de las derechas, en las que los cambios van a producirse. Con Ciudadanos se tiene que contar. El desprecio que Rajoy exhibe hacia el partido de Rivera no es más que otra constatación de que no estamos ante un político moderado, alejado del extremismo radical, sino ante un oportunista al que no le importa tensar la cuerda si se hace necesario para su supervivencia. El presidente del Gobierno en funciones nunca ha sido un moderado, sino un indolente acomodaticio.

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