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Joaquín Rábago

La limosna de Obama

Por fin un presidente de Estados Unidos pisa otra vez suelo español, según anuncia con nada disimulado alborozo nuestro Gobierno. No había habido otra visita a ese nivel desde la de George W. Bush en 2001, con su amigo y aliado en Irak José María Aznar en la Moncloa.

Lo hace el político demócrata pocos meses antes de abandonar definitivamente la Casa Blanca, cuando es eso que llaman allí un "pato cojo" (a lame duck), es decir cuando están en la última parte de su segundo mandato y sin posibilidad de reelección. Y para colmo, con un jefe de Gobierno, el nuestro, en funciones. Nada de que sentirse precisamente orgullosos.

Sobre todo cuando sabemos que durante sus años en la Casa Blanca, Obama ha visitado trece países de Europa y que su secretario de Estado, John Kerry, ha estado innumerables veces en Francia y el Reino Unido, pero sólo una en España. Recuerdan las hemerotecas, y todavía lo tenemos presente en la memoria quienes ya habíamos nacido entonces, que la primera visita de un presidente norteamericano a nuestro país fue la que hizo a Francisco Franco el general Eisenhower.

Fue en 1959, a mitad de su segundo mandato y representó un espaldarazo a aquella dictadura anticomunista en plena guerra fría. Obama llegará aquí de Polonia, el país excomunista y hoy de la OTAN que anticomunista que aporta, como España, una de las patas al polémico escudo antimisiles de EE UU en suelo europeo.

Fuentes diplomáticas se han apresurado a elogiar el gesto de Obama, que reviste, dicen, "gran importancia para España" después de que la relación con aquel país sufriese un "importante deterioro" por las decisiones del anterior gobierno socialista. Destacan además esas fuentes que uno de los motivos del enfriamiento de las relaciones bilaterales fue la decisión del presidente Zapatero de retirarse de la guerra de Irak y que "el Gobierno (de Rajoy) ha hecho un gran esfuerzo para restablecer esa relación".

No nos engañemos. Cuando en Estados Unidos se piensa en Europa, se hace sobre todo en París, en Berlín o en la antigua metrópoli, que habla el mismo idioma y con la que siempre ha mantenido aquel país unas relaciones especiales. El resto del continente tiene para Washington una importancia más bien secundaria si se exceptúa todo lo relacionado con la seguridad y la defensa, y ahí, como cabeza de puente, sí que parecer contar España y bastante para los norteamericanos.

EE UU tiene una fuerte presencia en Rota, con cuatro destructores que integran ese escudo antimisiles que tanto irrita a Rusia, y en Morón de la Frontera, donde está la llamada Fuerza de Respuesta de Crisis de los marines, preparada en todo momento para intervenir militarmente en África. El problema es si, con semejante contribución a lo que todavía llaman algunos "la común defensa de Occidente", nos merecemos lo que, a estas alturas, sólo parece una limosna de Obama. ¿Puede calificarse de éxito de nuestra diplomacia?

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