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JOrge Dezcallar

La sucesión de Ban Ki-Moon

Afin de año terminará su mandato el actual secretario general de las Naciones Unidas, sin duda el puesto de mayor prestigio en la escena internacional, y ya ha comenzado el proceso para encontrarle un sucesor. Antes esto se hacía entre bambalinas, en opacas negociaciones diplomáticas dentro del Consejo de Seguridad, pero esta vez se quiere dar mayor trasparencia al proceso y hace unas semanas 9 candidatos se han sometido a las preguntas de los representantes de los 193 países miembros de la asamblea general. No nos engañemos, el Consejo de Seguridad sigue teniendo la sartén por el mango porque al final será quién presentará un candidato y uno solo a elección de la asamblea, un candidato que no sea vetado por ninguno de los cinco miembros permanentes (en su día China vetó un tercer mandato de Waldheim y EE UU un segundo de Boutros Ghali) y que reciba el voto de al menos nueve de los quince países que integran el Consejo y uno de los cuales es actualmente España.

Se dice con ironía en Turtle Bay, sede neoyorkina de la Organización, que el primer requisito para ser secretario general es tener un nombre impronunciable y no les falta razón a quienes eso afirman. Hasta hoy ha habido ocho: Trygve Lie (noruego), Dag Hammarskjöld (sueco), U Thant (birmano), Kurt Waldheim (austríaco), Javier Pérez de Cuéllar (peruano), Boutros Boutros-Ghali (egipcio), Kofi Annan (ganés) y Ban Ki-moon (surcoreano). Tampoco tienen nombres fáciles quiénes aspiran ahora al cargo, entre las que destacan varias mujeres, pues parece llegada la hora de que alguna lo alcance: Irina Bokova (búlgara), Vesna Pusic (croata), Natalia Gherman (moldava), Helen Clark (neozelandesa), y algunos hombres como Danilo Turk (esloveno), Vuk Jeremic (serbio), Srgjam Kerim (macedonio), Igor Luksic (montenegrino) y António Guterres (portugués) que da un respiro a nuestras cuerdas vocales. Y aún puede surgir algún tapado. Predominan los candidatos de Europa oriental porque dentro de las rotaciones geográficas de la organización, ahora toca a esta zona. Pero solo teóricamente y por eso hay un portugués y una neozelandesa en la lista.

Pero si es importante a quién se elige, que debe reunir capacidades políticas, diplomáticas, de gestión y de organización administrativa, además de mucha, muchísima mano izquierda, también lo es la magnitud de la tarea que le espera porque la ONU necesita reformas para adaptarse a los retos del siglo XXI, que no son los mismos que enfrentaba el mundo bipolar que la vió nacer en 1945. Anthony Banbury, que ha sido secretario general Adjunto con Ban Ki-moon, ha publicado un artículo en el New York Times titulado "Quiero a la ONU pero está fallando" donde citaba como razones de su desencanto un "desgobierno colosal, sistemas esclerotizados de reclutamiento, una burocracia descontrolada, dinero desperdiciado, misiones de mantenimiento de la paz que se prolongan innecesariamente, distraen a los líderes y desvían fondos de otras necesidades, y estándares laxos de reclutamiento de tropas que han llevado a una epidemia de asaltos sexuales". Y eso que aún no se conocía el último escándalo de tráfico de alimentos por parte de cascos azules en Líbano. Al juzgar a la ONU conviene recordar que, al igual que ocurre con el Consejo o en la Comisión de la Unión Europea, las Naciones Unidas solo pueden hacer aquello que desean o que les permiten hacer sus estados miembros, especialmente los que tienen derecho de veto que tanto temen a una ONU demasiado poderosa como a otra que sea demasiado débil, como arriesga a ser actualmente. Y que dudan entre casi prescindir de ella, como hizo Bush cuando en la guerra de Irak las Naciones Unidas no le respondieron como él deseaba (el embajador americano John Bolton decía con desprecio que si se le quitaran diez pisos al edificio que la alberga, nadie lo notaría), a tratar de reforzarla dentro de un multilateralismo eficaz, como ha intentado Obama durante los últimos años.

Se presenta a la ONU como un gendarme mundial y esa era precisamente la idea que tenían sus creadores en la conferencia de San Francisco. Y no se equivocaron porque es el instrumento más formidable que existe desde hace setenta años para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales en un mundo multipolar, donde muchos retos tienen carácter supranacional como la proliferación nuclear, el cambio climático, los desastres naturales y humanitarios, los refugiados, las pandemias como el ébola o el zika... sin olvidar la tarea fundamental de la estabilización post-conflicto. Para poder enfrentar con éxito estos desafíos, la ONU necesita voluntad política así como adaptar sus estructuras y su funcionamiento y eso incluye reformar también en Consejo de Seguridad, una herencia de los equilibrios de poder creados por la Segunda Guerra Mundial... ¿miembros permanentes, derecho de veto? No es fácil explicar que el Reino Unido tiene derecho de veto porque ganó la guerra en 1945 y es potencia nuclear cuando también lo es la India, que además tiene 1.300 millones de habitantes. Pero para eso hay que ponerle antes el cascabel al gato y eso exige mucha habilidad y que los países que tienen derecho de veto no veten la reforma, que es mucho pedir. Deseemos que el elegido (o la elegida) esté al nivel de estas exigencias porque la ONU sigue siendo tan necesaria como cuando nació y si no se reforma voluntariamente desde dentro, la cambiarán por la fuerza desde fuera.

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