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Jose Jaume

O es con el PP o es con Podemos

Pedro Sánchez descarta que el PP de Mariano Rajoy o de quien le suceda gobierne contando con la abstención parlamentaria del PSOE. Si hay que creer al secretario general cualquier fórmula que dé pie a instaurar la gran coalición, el sueño de los que quieren que nada cambie, no se materializará. Dado que Sánchez también se ha comprometido formalmente ante los empresarios a que no habrá terceras elecciones sólo queda una alternativa: la coalición con Unidos Podemos. Entonces, ¿por qué la ha impedido hasta que en los primeros días de mayo se disolvieron las Cortes surgidas de las elecciones del 20 de diciembre? Además, el pacto con Podemos es el que posibilita a los socialistas gobernar en cuatro comunidades autónomas: Valencia, Aragón, Castilla-La Mancha y Balears y en bastantes ayuntamientos. Hasta ha entrado en una coalición con los comunes en el ayuntamiento de Barcelona, circunscripción en la que las encuestas vaticinan una espectacular victoria del Podemos catalán.

A Pedro Sánchez le conviene dejar sentado que no habrá pacto con el PP ni por acción u omisión. El PSOE probablemente saldrá muy perjudicado de las elecciones, pero también casi con seguridad volverá a ser el elemento imprescindible para levantar una mayoría parlamentaria que posibilite formar gobierno. Lo malo para él, y de ahí uno de los absurdos de que haya permitido volver a las urnas, es que pierda la primera posición en la izquierda. De ocurrir, Sánchez tendrá casi imposible reclamar la formación de gobierno, salvo que a pesar de ser superado en votos obtenga más escaños que Podemos por las carambolas que propicia la Ley Electoral o porque Ciudadanos, aterrado ante la perspectiva de un gobierno encabezado por Iglesias se eche, esta vez sí, incondicionalmente en sus brazos y el PP sea obligado por quien puede hacerlo a abstenerse.

Lo razonable es, descartada la asistencia del PSOE a Mariano Rajoy, que acumula a diario activos para ser el peor líder político de los postreros 116 años de historia española (salvados los ominosos 36 de la dictadura franquista), que entre PSOE y Unidos Podemos se llegue a un compromiso que desemboque en la formación de un gobierno de izquierdas, si es necesario con la asistencia parlamentaria de los nacionalistas catalanes y vascos. Es seguro que los del Principado pedirán muy poco a cambio: malviven atenazados por el sinsentido en el que se han metido y secretamente aspiran a que se les ayude a salir con un poco de dignidad del atolladero. Los vascos, como siempre, si se les garantiza el concierto, colaborarán en la gobernabilidad, máxime cuando en otoño el PNV se encontrará con unas elecciones a su Parlamento en el que necesitará del concurso de los socialistas y quién sabe si de una abstención de Podemos en contrapartida a la que dispensaría a éstos en el Congreso.

Es, reiterémoslo, el mismo mapa político que el abierto por las elecciones de diciembre, por lo que se hace cada vez más incomprensible el espectacular error cometido por Sánchez al pactar con Ciudadanos. El PSOE sigue sin querer reconocer públicamente que ese acuerdo fue su tumba y constata que echar las culpas del fracaso a la intransigencia de Podemos no funciona: las encuestas certifican que los ciudadanos culpan mayoritariamente a los socialistas de que se tengan que repetir las elecciones. Encima, quienes escoltan al secretario general, los Hernando, Luena, López y alguno más, albergan tantas carencias que sus proclamas invariablemente se vuelven en su contra: no son creíbles cuando enfatizan la culpabilidad de Podemos. Mejor se olviden de la cantinela y se dediquen en exclusiva a martillear al PP.

Otra de las cosas chocantes a las que se asiste es escuchar a los conspicuos analistas y comentaristas afincados en la capital de las Españas lamentarse y asombrarse o extasiarse, según la adscripción ideológica de cada uno, ante la resistencia electoral del PP, por el hecho de que a pesar de que los casos de corrupción son ya indisociables al partido siga conservando la mayoría, de que vaya a ganar las elecciones al conservar el grueso de sus votantes. Debe ser que Madrid les impide contemplar con perspectiva la realidad. Esta dice que el PP ha perdido tres millones de votos, un tercio largo de sus electores, que las encuestas más favorables, las que se afanan en presentar un cuadro demoscópico trufado de optimismo, sólo le permiten arañar al 30 por ciento y no más allá de los mismos diputados obtenidos el 20 de diciembre. Un desastre sin paliativos para el partido que en 2011 obtuvo 186 diputados, al tiempo que controlaba todas las grandes ciudades españolas, excepción hecha de Barcelona, y la práctica totalidad de las comunidades autónomas, salvo Andalucía. ¿Qué queda del poder municipal y autonómico atesorado por el PP? Apenas la comunidad de Madrid en precario, al igual que Málaga como la capital de mayor población. Todo lo demás lo ha perdido. Rajoy sigue gobernando en funciones, pero ni sueña con alcanzar un resultado que haga inevitable su continuidad; tan sólo aspira a que la debilidad del PSOE permita que tras el 26 de junio Pedro Sánchez sea enviado a las tinieblas exteriores por los suyos y la populista del sur se avenga a permitir un gobierno del PP en franca minoría parlamentaria.

Porque se atisba que el PSOE corre el riesgo cierto de ser un partido meridional, reducido a Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha, dirigido por Susana Díaz, una impotable demagoga, que más allá de los límites de su tierra nada tiene que hacer. La presidenta de la Junta de Andalucía está tan incapacitada para acceder a la política española como Esperanza Aguirre para trascender más allá de Madrid. Las dos son un ejemplo de lo peor que anida en la política española. Con Susana Díaz el PSOE será un partido condenado a nutrirse de los votos del sur. Dejará de constituir un partido de gobierno para convertirse en un partido, si se quiere imprescindible, para apuntalar mayorías parlamentarias. Triste destino para quienes presumen de acumular más de un siglo de historia, para el partido que ha protagonizado lo esencial de la Transición tras las dictadura franquista. Pudo haberlo evitado después del 20 de diciembre. No quiso. Ahora purga y purgará una dura penitencia.

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