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Bicicletas

He visto cómo alguno de estos ciclistas escupía al parabrisas de algún coche o enarbolaba, al modo de Bárcenas, su dedo corazón o, en fin, persistía en ocupar el centro de la carretera con el objetivo de fastidiar la circulación fluida de los demás vehículos. Bien mirado, todo esto supone un ejercicio de santa paciencia. La isla, de esta manera, se está convirtiendo en un velódromo al que tienen acceso otro tipo de artefactos rodados, véase el clásico utilitario, el autobús de línea, el camión que transporta muebles, refrescos y demás productos, el todoterreno cargado de criaturas, quinientas motos en expedición, la furgoneta de reparto y un largo etcétera de extraños artefactos que no tienen más remedio que compartir cancha con los emuladores de Pantani, Contador o Armstrong. Toda una fiesta sobre ruedas. Como no hay visos de solución, habrá que armarse de mucha paciencia y acostumbrarse a vivir en un ambiente hostil. Tanto por parte del ciclista como del usuario de vehículos motorizados. He dicho Contador, y he dicho mal. El ciclista español es un hombre escueto que apenas ocupa espacio. Sin embargo, estos cicloturistas exhiben unos corpachones de gran cilindrada, pues suelen provenir de países bien alimentados. Ellos deciden quemar esas calorías en esta isla del Mediterráneo. Nos dejan el sudor como recuerdo. Mientras tanto, vamos chupando rueda detrás del pelotón, intentando habituarnos a circular con la segunda marcha y practicando mindfulness, no sea cosa que se nos crucen los cables. Los cicloturistas son una plaga que hemos solicitado con el objetivo de convertir los 365 días del año en 365 días para el turista. Todo completo.

Para relajarnos un poco y para no demonizar a la bicicleta invento al que le tengo un gran aprecio pensemos en esas mujeres mayores y de pierna firme que circulan con toda la pachorra y determinación del mundo por las calles o por los caminos rurales de Campos o Ses Salines. Imitemos su cadencia en el pedaleo, como si no hubiese un final, como si la vida se resumiese en esa redundante acción de pedalear. Son bicicletas que, en su mayoría, chirrían. Bicicletas de toda la vida. Y ahora hagamos la odiosa comparación, y visualicemos a ese pelotón de cicloturistas invasivos y arrogantes que colapsan las carreteras de este velódromo llamado Mallorca en el que están invitados otros vehículos. Pero, en verdad, mi ambición secreta ahora ya confesada sin tapujos es ser de mayor uno de esos ancianos en bicicleta que circulan por la vida como si no hubiera un final.

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