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Jose Jaume

Desde Venezuela, que vienen los comunistas

Han convenido que les da votos, o que se los quita a Podemos. De no ser así, no hay forma de entender el desenfreno que se ha apoderado de PP, PSOE y Ciudadanos por meter en campaña a toda costa lo que sucede en la quebrada, corrupta y desquiciada República bolivariana de Venezuela. Dejemos sentado, a fin de soslayar las interesadas y no menos malévolas interpretaciones, que en Venezuela gobierna un presidente mamporrero, de escasas luces, y poco o nada respetuoso con los usos democráticos. Maduro es el clásico matón político latinoamericano con el populismo demagógico como exclusivo bagaje. Venezuela es víctima de un régimen de acusadas querencias autoritarias, resultado de la inmensa corrupción del anterior, el que pastorearon dos partidos, el nominalmente socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez, amigo de nuestros socialistas, en especial de Felipe González, y el no menos nominalmente democristiano de Rafael Caldera, ideológicamente hermano o primo hermano de Rajoy y Aznar. Sin el inmenso latrocinio perpetrado por esos dos partidos, un caudillo militar golpista como fue Hugo Chávez nunca habría tenido ninguna oportunidad. Ahora Venezuela se hunde en un abismo de incompetencia económica y degradación política del que no se sabe cómo conseguirá salir

Dicho lo que antecede, es evidente que en Venezuela existe un esquema mínimamente democrático, porque de no haberlo la oposición no habría ganado por mayoría de dos tercios las elecciones legislativas y no dispondría del control de la Asamblea Nacional. Un esquema del que carecen estados con los que mantenemos relaciones cordiales como China o Arabia Saudí. De ellos PP, PSOE y Ciudadanos nada tienen que decir: al contrario, los negocios que empresas españolas realizan, la amistad de la casa real con la casa de Saud, que en Arabia gobierna con un absolutismo medieval, hacen que Gobierno, PP, PSOE y Ciudadanos mantengan la boca cerrada ante los desmanes, la constante vulneración de los derechos humanos, que se perpetran a diario. Lo mismo puede aducirse de Guinea ecuatorial, donde otro dictador, Teodoro Obiang, es agasajado tanto por Rajoy como por los dirigentes socialistas, al tiempo que al ciudadano Rivera ni se le ocurre viajar al Africa ecuatorial para condenar al régimen que subyuga a los ciudadanos de la antigua colonia española. Y así hasta el infinito.

Venezuela es otra cosa. En Venezuela, Albert Rivera se permite protagonizar una representación de depurada demagogia con un único objetivo, que no es el de ayudar a la oposición, sino atizarle a Podemos. Se trata de que "la dictadura bolivariana" sepulte las expectativas electorales de ese partido dejando sentado que se financió con su dinero y que por esa razón no condena la vulneración de los derechos humanos, como oportunamente ha recordado en uno de sus editoriales El País, otrora diario progresista y hoy altavoz institucional del régimen y acérrimo adalid de la gran coalición PP-PSOE-Ciudadanos, al recordar que Pablo Iglesias no condenó en el Parlamento Europeo al régimen chavista, lo que sí debería hacer sin los habituales subterfugios que utiliza cuando se le pregunta, como el de asegurar que está en contra de que haya presos políticos, pero sin especificar dónde. Ahí habitualmente le pillan. Mala conciencia la del secretario general de Podemos o impasibilidad de ir más allá en la obligada denuncia.

A un mes de las elecciones, cuando la campaña electoral está lanzada, aunque oficialmente no se haya iniciado, el recurso de Venezuela para erosionar a Podemos no parece consistente. Los problemas los tenemos aquí, donde las carencias democráticas, ya que de democracia hablan, son muy notorias. Veamos: el Gobierno de Mariano Rajoy, que se llena la boca con proclamas en defensa de las libertades en Venezuela, es el Gobierno que ha aprobado la Ley Mordaza, la infumable Ley de Seguridad Ciudadana, norma que posibilita multar administrativamente, por simple decisión policial y sin que intervengan los jueces, a quien se considera que molesta a la autoridad. Algún periodista, en el ejercicio de su profesión, ya ha padecido en sus carnes, con multa de 600 euros, la abyecta norma. Ciudadanos no considera necesaria su derogación, al menos no votó a favor de derogarla en la abortada legislatura surgida de las elecciones del 20 de diciembre. Hay más: PP y Ciudadanos nunca han estimado prioritario eliminar las simbólicas reminiscencias franquistas que todavía trufan algunas ciudades de España. Albert Rivera, con una equidistancia de la que no ha hecho gala en Venezuela, afirma solemne que "ni rojos ni azules". Mariano Rajoy ni se molesta en aparentar.

Así que de lo que estamos hablando es de zurrar con todo el arsenal disponible a Podemos. Es tan evidente que sonroja. Si hasta se ha sacado del archivo de las invectivas dialécticas lo de "que vienen los comunistas" al ser un hecho la coalición con Izquierda Unida. Tras más de dos décadas de ausencia, los comunistas han retornado. "Que vienen los comunistas", han tronado al unísono Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Rafael Hernando y demás connotados dirigentes del PP, acompañados en tan singular cacofonía por el socialista Pedro Sánchez, tan desnortado como sus dos lugartenientes, César Luena y Antonio Hernando, ejemplares políticos manifiestamente mejorables. No ha faltado el acompañamiento de Albert Rivera, siempre dispuesto a ser al menos tan derechista como cualquiera del PP. El "ni rojos ni azules" lo blande cuando se trata de negar la mayor, al no ser oportuno aceptar incómodas evidencias.

Debe ser cierto que las expectativas electorales de la coalición Unidos Podemos incluso son mejores que lo que anuncian las encuestas. Se comprende que en el PSOE estén aterrados ante lo que se les puede venir encima, que al PP la posibilidad de que el sorpasso se lo den a él empieza a inquietarle y que a Ciudadanos le acongoje volver a ser después del 26 de junio una fuerza política irrelevante, como quedó constatado el 20 de diciembre, porque le pueda reportar excesivas incomodidades. Por ello han decidido que Venezuela y los comunistas debían hacer un estrepitoso acto de presencia, más que nada para intentar meter el miedo en el cuerpo a los proclives a ello.

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