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Antonio Papell

El nacionalismo catalán en su laberinto

El precario gobierno catalán, basado en la lista única de Junts pel Sí y en el dificultoso pacto in extremis concedido por la CUP para la investidura de Puigdemont después de haber fracasado el intento de investidura de Mas, está de nuevo en la cuerda floja tras los acuerdos de la asamblea de la CUP celebrada este pasado domingo, que recuerdan a sus socios de la Generalitat que el único vínculo real que liga a ambas organizaciones es la declaración insurreccional del 9 de noviembre, derogada por el Tribunal Constitucional.

Una enmienda a la ponencia política afirma que "la CUP tiene que ampliar la base del independentismo por la izquierda y por eso tiene que tener las manos libres para hacer oposición dura, en la medida en que" este gobierno "no apuesta por la ruptura y sigue avalando la continuidad de políticas de recortes de cariz autonomista". Y prosigue: "El acuerdo de estabilidad parlamentaria con JxSí supone un obstáculo a estos objetivos". De donde se desprende que "la CUP se tiene que liberar", del pacto, "para poder ejercer su función dinamizadora de la ruptura (...)". Finalmente, recoge que el acuerdo de estabilidad "se ha convertido en una prisión que encorseta el proceso rupturista". La enmienda, incorporada a la hoja de ruta de la formación, fue aprobada por 251 votos, y 184 en contra.

Portavoces de la CUP han tratado de tranquilizar a la opinión pública con la afirmación de que esta toma de posición no supone una ruptura inminente del acuerdo, por lo que habrá que esperar a que decanten las decisiones adoptadas, que previsiblemente se limitarán a incrementar la presión sobre el ejecutivo catalán. De cualquier modo, es evidente que se trata de un serio aviso, que puede entorpecer definitivamente la aprobación de los presupuesto, que no se aprobarán se dice también en la enmienda si no plantean "la desobediencia clara y frontal" en relación a "las imposiciones del Estado".

Ante una ruptura tan probable, se ve que las nuevas elecciones catalanas no están lejos, lo que podría ser una magnífica noticia para Esquerra Republicana, que ya es el partido claramente hegemónico en el ámbito nacionalista? y que, por supuesto, no se prestará más a formar una lista única con Convergència, formación que se encuentra en horas sumamente bajas. Como es conocido, la militancia de este partido, fundado por Jordi Pujol, ha optado en referéndum por la disolución y la constitución de otra organización nueva, pero no parece que CDC vuelva a ser fácilmente lo que fue: el catalanismo político, un concepto sutil y creativo en su momento, carece de sentido en el momento en que el debate ya versa sobre la independencia? Y cuando ERC ha cuasi patrimonializado el soberanismo (excepto en su versión antisistema, dominio en que la minoritaria CUP mantiene la primacía indiscutible), que por otra parte parece remitir en la sociedad catalana, harta de piruetas y deseosa de ingresar en una etapa de normalidad convivencial. Claro que las fuerzas convencionales catalanas deberán ahora asimilar la irrupción potente de Podemos, que surge apoyando el derecho a decidir pero no la independencia.

Cuando la Generalitat pueda desligarse del funesto vínculo con la CUP, es previsible que cambien las relaciones con el Gobierno español, que para entonces esté ya probablemente constituido. No es sostenible la tensión actual, cuando ya se sabe que el independentismo no posee masa crítica suficiente para obtener el reconocimiento internacional (indispensable de todo punto para una aventura de esta clase) y cuando las encuestas dan fe de que la pulsión soberanista está en baja, mientras crece el anhelo de conseguir un statu quo estable basado en una mejor financiación y en la normalización del encaje de Cataluña en el Estado.

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